1ra edición: Editorial Roca Viva / Julio 1996
1º edición WEB: elMontevideano
Laboratorio de Artes / 2019
V. MELANCOLÍA
ESPACIO Y TIEMPO EN LA
MELANCOLÍA* **
A propósito de un
síndrome de Cotard incompleto (2)
HÉCTOR GARBARINO
El psiquiatra Schneider
(**********) sostuvo que en la melancolía existía un déficit de los
sentimientos vitales. Nos parece que de este modo se refirió a un aspecto que
es sustancial en la melancolía: la falla de la urdimbre narcisista básica del
yo-Ser desvitaliza al sujeto y facilita la acción de la pulsión de muerte.
Junto a los factores genéticos la vinculación materna ha sido defectuosa y, por
consiguiente, la trama narcisista primordial del yo-Ser mal constituida. El
paciente queda en una situación similar a una casa con cimientos débiles, lo
que explica la referencia al hundimiento y otras veces al “naufragio” de la
paciente que comentamos.
La defectuosa
constitución de la trama narcisista bidimensional del yo-Ser tiene como
consecuencia -cuando este se reduce al límite corporal- que el yo corporal quede
propenso al desorden y la confusión.
No es de extrañar,
entonces, que los sentimientos vitales sean completamente sustituidos por
sentimientos de muerte. La sombra del objeto perdido cubre totalmente al yo-Ser
provocando sentimientos de muerte, lo que modifica a su vez las percepciones de
la tridimensionalidad.
Freud (****), ya lo hemos
dicho, habla de un empobrecimiento de energía yoica en la melancolía, consecuencia
de una hemorragia interna, y también de un agujero en lo psíquico. Hoy nosotros
hablaríamos de un empobrecimiento narcisista por hemorragia del yo-Ser, lo que
da lugar al agujero somático-psíquico. Es justamente este agujero en la trama
del yo-Ser que trae la vivencia intolerable de no Ser, que con frecuencia
conduce al suicidio como un acto de liberación.
La paciente refiere así
su primer episodio crítico: “se encontraba cocinando cuando sintió una especie
de mareo”. Vio todo amarillo y según ella, perdió el conocimiento durante una
hora. Cuando se recuperó seguía viendo amarillento y es allí cuando se da
cuenta que “había naufragado en vida”, que “estaba muerta”.
Esta riquísima
descripción de la paciente: el mareo, la pérdida del conocimiento, el amarillo,
“el naufragio en vida” y la muerte, constituyen piezas fundamentales que
ilustran fehacientemente las ideas que estamos exponiendo.
Es notable la capacidad
que tiene el yo-Ser para la percepción de los símbolos universales, enseñanza
que nos fue transmitida primero por los niños autistas y los fronterizos
(****** y *******) que volvemos a encontrar aquí.
Hemos dicho que en el
espacio bidimensional las representaciones se vuelven presentaciones y la
presentación del amarillo, símbolo universal de la muerte, colorea entonces
toda su percepción.
El amarillo es siniestro
anunciador de la muerte, tanto en los animales como en los vegetales: la piel humana
amarillea al acercarse a la muerte, y lo mismo le sucede a las hojas de los
árboles en el otoño, antes de caer, o a las espigas maduras “cuando han perdido
su manto de verdor, anunciando entonces la declinación, la vejez y el
acercamiento a la muerte”, (Chevalier (***). Perdida la diferenciación sujeto-objeto,
el amarillo que ve es ella misma muerta. Junto a ello, el desfallecimiento
figurado en el mareo y la pérdida del conocimiento, anuncian el “fallecimiento”
vital, pero es el amarillo que le permite darse cuenta que “había naufragado en
vida y estaba muerta”.
Es interesante destacar,
en referencia a la segunda crisis ocurrida alrededor de un mes después y que
motiva su internación en el Hospital Vilardebó, la recuperación que se opera en
su yo. Si en el primer episodio el yo aparece anonadado, sin defensas, reducido
a su condición de yo-Ser bidimensional, en este segundo episodio, el yo
instancia tridimensional se rehace parcialmente y es capaz de proyectar la
angustia de muerte: la paciente “veía luces y estrellas, salió corriendo al
monte, creía que su compañero la quería matar. Se pasó un día y una noche
tirada en el monte, hasta que fue vista por un vecino e internada en el
Hospital”.
La recuperación del yo
con la sensación de persecución que le es conexa es común en las melancolías,
que frecuentemente se asocian a ansiedades paranoides. Las luces y estrellas
que veía la paciente están en la misma línea de recuperación ya que la luz se
opone a las tinieblas y las estrellas, fuente de luz, sustituyen a las cruces.
Al mismo tiempo, con las ideas de ser asesinada, no sólo recubre el agujero del
no-Ser, sino que al mismo tiempo proyecta su angustia de muerte, evitando así
la penosísima sensación de estar muerta.
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