CAPÍTULO
I / EMANACIONES
5.
LA TRANSFORMACIÓN DE LO UNO EN LO MÚLTIPLE (4)
Los
mitos ilustran incansablemente el punto de que el conflicto en el mundo creado
no es lo que parece. Tiamat, aunque muerta y desmembrada, no queda deshecha. Si
la batalla pudiera verse desde otro ángulo, el monstruo del caos aparecería
deshecho por su propio acuerdo, y sus fragmentos se hubieran colocado en los
lugares correspondientes por su cuenta. Marduk y toda su generación de
divinidades no eran más que partículas de la sustancia de ella. Desde el punto
de vista de esas formas creadas, todas se lograron gracias a un brazo poderoso
en medio del peligro y del dolor. Pero desde el punto de vista del centro de la
presencia emanadora, la carne cedió voluntariamente y la mano que la hirió no
era, en última instancia, más que un agente de la voluntad de la misma víctima.
Aquí
está la paradoja básica del mito: la paradoja del foco dual. Así como al iniciarse
el ciclo cosmogónico es posible decir: “Dios no interviene” pero al mismo
tiempo: “Dios es el creador, protector, destructor”, así en esta coyuntura
crítica en que lo Uno se convierte en muchos, el destino “sucede”, pero al
mismo tiempo “es provocado”. Desde la perspectiva de la fuente, el mundo es una
armonía majestuosa de formas que se vierten en el ser, estallan y se disuelven.
Pero lo que experimentan estas creaturas que pasan velozmente es una terrible
algarabía de dolor y de gritos de batalla. Los mitos no niegan esta agonía (la
crucifixión); revelan por dentro, por detrás y alrededor de ella la paz
esencial (la rosa celestial). (50)
El
cambio de la perspectiva del reposo de la Causa central a la turbulencia de los
efectos periféricos está representado en la caída de Adán y Eva desde el Jardín
del Edén. Comieron la fruta prohibida, y “abriéronse los ojos de ambos”. (51)
La felicidad del Paraíso se cerró ante ellos y contemplaron lo creado desde la
otra parte del velo que lo transformaba. De ahí en adelante deberían
experimentar lo inevitable como algo difícil de ganar.
Notas
(50)
Ver Dante, “Paraíso”, XXX-XXXII. Esta es la rosa abierta por la cruz a la
especie humana.
(51)
Génesis, 3:7.
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