El sitio de la Mulita (15)
Las sombras empezaron a
aparecer y buscaron de posarse sobre el campo. Como del lado del arroyo se
levantó un aire fresco. Salió, al fin, la luna. Pero, adentro, hacía bastante
rato que los sitiados habían encendido un candil. Estaban en más que necesario
descanso. Revolviendo el fuego, luego de deschalar varias mazorcas tiernas, la
Mulita las ensartó en sendos alambres ennegrecidos por el uso, y los dispuso
entre el rescoldo. De cuando en cuando hacía girar los choclos de modo que el
calor les diera parejo. Una vez asados, ella los retiró. Mientras se entibiaban
fue a la alacena haciendo un rodeo que le evitó pasar por sobre el montón de
tierra y guijarros y pedazos de raíces extraídos del túnel, y ofreció al Aperiá
un pedazo de pan casero muy sabroso por haberse amasado con chicharrones. Trajo
un trozo también para ella, y se sentó a comer frente a su cabizbajo, desfallecido
amigo, que apenas si dijo:
-¿Es hecho por usté?
-Sí, señor.
-¡Flor de pan!
Criado por ahí, a la Dios
es grande, sin nadie desde chico que se cuidara de inculcarle buenos modales,
el Aperiá hacía ruido al comerlo. Pero no lo advertía la Mulita. Callada, ella
lo miraba llena de agradecimiento. Pensaba contarle a Don Juan, cuando llegara
al monte, todo lo que su amigo había sudado aquel día por ella…
-¿Y para cuándo será la
salida, don Aperiá?
-Para después que se
entre la luna. Por las dudas, lo mismo habría que esperar a que nada más que
las guardias queden despiertas Yo calculo que ya estamos cavando entre la
piedra grande y el horno, que son los que nos van a ocultar. Ahora nos tomamos
un descanso y, después, usté me alumbra con el candil y yo pico derecho para
arriba. Cuando aparezcan raíces de gramilla, paramos y esperamos la hora.
Entonces, empeñándose un poco con la cabeza, el suelo se abre…
-¿Y después? -interrumpió
ella, ansiosa.
-Y después salimos agachaditos
o arrastrándonos, si cuadra; despuntamos el arroyo y, para las barras del día,
nos guarecemos en la isla de ceibos o, si el día nos agarra antes de llegar
allí, estaba pensando, quedamos escondidos en la tapera que hay como quien va
para la pulpería de “La Flor del Día”. Allí aprovechamos para descansar y
esperamos hasta que caiga la noche… y volvemos a tranquear. Como segurito nos
vuelve a sorprender el día sin llegar al Arazatí, estaba pensando que yo tengo
un rancho amigo, en el camino. Es el de la vieja Chancha Negra, que tiene una
hija de peona en “La Flor”. Usté se queda con ella, porque va a estar más que
rendida. El hijo, que sirve con ella, no está, salió con tropa. Pero yo le pido
el petiso que tiene la vieja y, a la noche, sigo viaje hasta dar con Don Juan.
Y toditos la vamos a buscar a usté y llevarla para el monte.
-¡Ay, qué suerte!
Al exclamar así, la
Mulita se estrechó las manos, las como expuso delante de ella, y sobre ellas
fue cerrando los ojos.
-Ahora -continuó el
Aperiá arrojando al fuego un marlo ya desgranado a diente- consiga alguna
bolsita y vaya poniendo pan, un chifle para agua y esos choclos que han
sobrado. Fríos, no son de dar apetito a nadie; pero los vamos a precisar por el
camino. No podemos llevar nada más, cosa de ir livianos.
El Aperiá se sacudió las
migajas, se incorporó y tomó ya no el pico sino la pala que dejara sobre el
gran montón de tierra y de guijarros y deshechos de raíces que había arrastrado
a la cocina desde el ascendente túnel.
-Bueno, ahora usté
alumbra.
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