miércoles

JOSEPH CAMPBELL - EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (119)


6. HISTORIAS POPULARES DE LA CREACIÓN (1)

La simplicidad de las historias sobre el origen del mundo de las mitologías populares no desarrolladas, están en contacto con los mitos profundamente sugestivos del ciclo cosmogónico. (52)  No hay ningún intento firmemente sostenido de sondear los misterios que están detrás del velo del espacio, que destacan en los mitos profundos. A través de la pared en blanco de la intemporalidad aparece una sombría figura creadora que ha de plasmar el mundo de las formas. Su día es como un sueño en su duración, en su fluidez y en su fuerza ambiente. La tierra no se ha endurecido todavía; mucho queda por hacer para convertirla en un lugar habitable para los futuros individuos.

El Viejo viajaba, declaran los Backfeet de Montana; iba haciendo gente y arreglando cosas. “Vino del sur y fue hacia el norte, haciendo animales y pájaros mientras pasaba. Hizo primero las montañas, las praderas, los árboles del monte y del bosque. Así pasó, viajando hacia el norte, haciendo cosas mientras pasaba, poniendo ríos aquí y allá; y cascadas, y poniendo pintura roja en el suelo aquí y allá, y compuso el nuevo mundo como lo vemos hoy. Hizo el Río de Leche (el Tetón), lo cruzó y, como estaba cansado, subió, por una colina, y se acostó a descansar. Cuando yacía de espaldas, estando en el suelo y con los brazos extendidos, marcó con piedras el contorno de su cuerpo, de su cabeza, de sus brazos, de sus piernas y de todo. Allí pueden verse todavía esas rocas. Después que hubo descansado fue hacia el norte, tropezó con un montecillo y cayó sobre sus rodillas. Entonces dijo: ‘Es fácil tropezar contigo.’ De manera que allí levantó dos grandes topes y los llamó Rodillas y así se llaman hasta el día de hoy. Siguió hacia el norte y con algunas de las rocas que llevaba con él construyó las Colinas del Pasto Dulce.

Un día el Viejo determinó hacer una mujer y un niño; así pues, formó con barro a una mujer y a un niño, su hijo. Después de haberle dado al barro forma humana, le dijo: ‘Debéis ser gente’. Entonces lo cubrió, lo dejo y se fue. A la mañana siguiente fue al mismo lugar y quitó la cubierta y vio que las formas de barro habían cambiado un poco. A la segunda mañana habían cambiado más y a la tercera más. A la cuarta mañana fue al lugar, quitó la cubierta, miró las imágenes, les dijo que se levantaran, y ellas así lo hicieron. Caminaron hacia el río con su Hacedor y él les dijo que su nombre era Na’pi, el Viejo.

Cuando estaban parados cerca del río, la mujer le dijo, ‘¿Cómo es esto? ¿Viviremos siempre y esto no tendrá final?’ Él dijo: ‘Nunca he pensado en eso, tendremos que decidirlo. Voy a tomar una astilla del hueso de un búfalo y la tirará al río. Si flota, cuando la gente muera, ha de resucitar en cuatro días, sólo morirán por cuatro días. Pero si se hunde, el hombre tendrá fin. Tiró la astilla en el río y la astilla flotó. La mujer se volvió, levantó una piedra y dijo: ‘No, voy a tirar la piedra en el río; si flota viviremos siempre, si se hunde, la gente deberá morir y siempre han de sentir compasión los unos por los otros.’ La mujer tiró la piedra al agua y se hundió. ‘Muy bien -dijo el Viejo-, has escogido. Todos habrán de perecer’. (53)

Notas

(52) Una amplia distinción puede hacerse entre las mitologías de los verdaderamente primitivos (los pueblos cazadora, pescadores, recolectores de raíces y de frutos, y los de las civilizaciones que surgieron siguiendo el desarrollo de las artes de la agricultura, el pastoreo y la lechería, hacia 6000 a. C. La mayor parte de lo que llamamos primitivo es en realidad colonial, difundido desde algún elevado centro cultural y adaptado a las necesidades de una sociedad sencilla. Con el objeto de evitar el término equívoco “primitivo”, llamo a las tradiciones degeneradas o no desarrolladas “mitologías populares”, El término es adecuado a las finalidades del presente estudio elemental y comparativo de las formas universales, pero ciertamente no sería de utilidad para un análisis histórico estricto.

(53) George Birtd Grinell, Blackfoot Lodger Tales (Nueva York, Chales Scribner’s Sons, 1892, 1916), pp. 137-138.

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