por Alejandro Martínez Gallardo
¿Puede encontrar el ser humano sentido
por sí mismo? Esa es una de las grandes cuestiones con las que el pensamiento
se enfrenta, especialmente a partir del siglo XX. ¿Se puede encontrar
sentido en un mundo que no otorga ningún valor absoluto, ningún centro que se
mantiene siempre fijo e inmutable? ¿Hacia qué orientar la existencia si es
que estamos realmente solos y no hay nada trascendente? El psicólogo suizo Carl
Jung creía que el hombre necesita de algo trascendente para
encontrar sentido en el mundo, si no algo externo, sí algo que
trascienda su propio ego, algo que se revela como sagrado, otro y numinoso. En
sus memorias Jung escribió:
La pregunta decisiva
para el hombre es: ¿está relacionado a algo infinito o no? Esta es la pregunta
reveladora de su vida. Sólo si sabemos que la cosa que realmente importa es
infinita podemos evitar fijar nuestros intereses en cosas fútiles y en
todo tipo de objetivos que carecen de verdadera importancia. Así entonces,
exigimos que el mundo nos conceda reconocimiento por las cualidades que
consideramos como nuestras posesiones personales: nuestro talento o nuestra
belleza. Entre más un hombre hace énfasis en falsas posesiones, y entre menos
sensibilidad tiene a lo esencial, menos satisfactoria es su vida. Se siente
limitado porque tiene objetivos limitados, y el resultado es envidia y celos.
Si entendemos que aquí en la vida tenemos un vínculo con algo infinito,
nuestros deseos y actitudes cambian.
No es sólo esta la pregunta
decisiva del ser humano, es quizá también la cita decisiva de la obra de
Jung, como sugiere Peter Kingsley en su nueva obra Catafalque, un
estudio de la vida y obra de Jung y su relación con Henry Corbin,
justamente a la luz de una relación con algo infinito. Todo el método
psicoanalítico de Jung se puede leer como un movimiento, sobre todo a través
de la imaginación, para entrar en contacto con eso infinito. Jung
consideraba que la segunda parte de la vida no era más que una cuestión
espiritual -un problema, una urgencia, un llamado que hacía el alma por
manifestarse, por integrarse y mostrar sus
oscuras, aterradoras, mas divinas profundidades-. Jung creía que
la psicoterapia había surgido justo como respuesta a un cierto declive en las
religiones organizadas. El hombre no podía vivir sin algo que le diera sentido
y seguía teniendo sed de espíritu, pero ya no podía saciarlo fácilmente con lo
que le ofrecía la religión, en gran medida porque la ciencia le presentaba de
manera poderosa un modelo de realidad que era difícil de conciliar con la
religión. Paradójicamente, aunque Jung quería hacer ciencia, y defendió su
psicología analítica como algo científico, al final su trabajo se acerca más a
la religión y sobre todo a la magia o a la teúrgia. Y no digo esto
peyorativamente, aunque probablemente a cierto Jung -a quien él llamaba
"el primero", en su doble personalidad- no le habría gustado oír
esto. Sin embargo, el mismo Jung, aunque buscó legitimar su trabajo
con la academia y el prestigio de la ciencia, fue muy consciente de las
limitaciones de la ciencia y criticó el dogmatismo del materialismo
científico.
Esta idea de Jung de que para
obtener sentido y vivir dignamente es necesario tener como referente algo
infinito, es esencialmente una idea religiosa. La podemos encontrar en
numerosas religiones, particularmente desarrollada en el cristianismo y en las
tradiciones indias que practican el bhakti o la devoción. En
gran medida parte de la noción de que una persona se transforma en aquello que
conoce, parafraseando a San Juan de la Cruz, el amante queda en el amado
transformado. Conocer y amar son en este sentido idénticos. Si le ponemos
nuestra atención e interés a algo limitado, impermanente y superficial,
así seremos nosotros. Como dice el Buda en el Dhammapada: "eso
en lo que pensamos, eso seremos". Spinoza tiene un pasaje similar al de
Jung en su De intellectus emendatione:
Toda nuestra
felicidad o infelicidad depende solamente de la cualidad del objeto
en el que fijamos nuestro amor [...] Pero el amor hacia un objeto eterno e
infinito alimenta la mente con una alegría pura sin rastros de tristeza.
El objeto de nuestro amor es como el
fuego que todo lo lleva a su propia naturaleza fogosa y, al ser eterno e
infinito, como el fuego que consume todos los metales que no son oro.
Fue la religión, los grandes santos y
sabios de las diferentes tradiciones, los que notaron primero que el amor
era la razón de ser del hombre y que sólo en el amor encontraba
su plenitud. Pero notaron también que el amor dirigido a un objeto
impermanente y limitado era un amor condenado a la inconsistencia y
al sufrimiento. De aquí que se presentara la solución: un amor a un
ser eterno, infinito, perfecto, omnipresente y omnibenevolente. Y en ese amor,
entonces, una posibilidad divina: una comunión y por lo tanto, una
deificación. Pues esto es lo que implica la intimidad del amor: conocer al
amado y participar de alguna manera en su esencia.
(ALTERCULTURA / 12-7-2018)
(ALTERCULTURA / 12-7-2018)
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