1ª edición WEB: Axxón / 1992
2ª edición WEB:
elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019
EPÍLOGO
DOS (8)
Hubo un silencio en el
que los Ciphers estuvieron observando y digitando sobre sus placas. Habían
pasado algunas horas desde el comienzo de la reunión y los que tenían cierta
edad ya estaban encorvados en sus butacas con los brazos apoyados sobre la
mesa. Las tonalidades y, sobre todo los reflejos dorados, parecían haberse
debilitado. Prosiguieron trabajando sin comunicarse, cada uno mirando la placa,
mientras Veintiuno, que apenas tenía ciento sesenta y nueve años, y se mostraba
muy descansado, seguía con orden el curso del directorio de tareas. Estas
tareas luego serían repartidas a las subcomisiones de la Tierra, de Mercurio,
de Marte, de Júpiter y sus satélites, y de Saturno. Más tarde tendrían que ser
aprobadas por el Códex Galático, y finalmente serían llevadas a los hechos con
la mayor urgencia y precisión. Dispuestos los pormenores, dos horas después,
volvió a hablar Veintiuno.
-Creo que no tendremos
que consultar al Códex para rescatar a nuestros observadores en peligro.
-Pero debemos aprobarlo
entre todos. ¿Están de acuerdo de saltear al Códex en este punto?
-Por supuesto,
informándole del hecho después -elucidó Veintiuno, subiendo la voz-. Votemos.
Luego de este acuerdo
final, los Ciphers se empezaron a levantar lentamente de sus butacas. Algunos
se retiraron enseguida a sus habitaciones. Otros se reunieron en grupitos. Un
grupito, que caminaba hacia las habitaciones del Circo Kurchatov, estaba
integrado por Veinte, Once y Trece. Entre los tres sobrepasaban los quinientos
años de vida consciente, pero todos se mantenían muy atléticos, y, cuando
charlaban juntos, sus colores, opacados por el cansancio, volvían a tomar un
nuevo vigor por el placer de la amistad. Veinte tenía un tono anaranjado y Once
se inclinaba más al amarillo. Los tres, como el resto, habían compensado el
cansancio de sus casi traslúcidos cuerpos con una mayor rigidez de la columna
vertebral. Para mirar a uno u otro costado, debían mover lentamente todo el
cuerpo.
-¡Qué bestialidad lo de
Procardus! -exclamó Veinte, aun excitado por los perturbadores temas de la
asamblea.
-Debe haber sido algo
espantoso -dijo Once-. ¡Qué atrocidad hacerlo así! ¡Y para siempre!
-Yo he estudiado medicina
terrestre y puedo inferir lo que sucedió -dijo Trece, y su color verde se
inclinó al rojo-. La hembra lo captó. Estaba acostumbrada y Procardus pudo
entrar, tal vez, con alguna ayuda. Una vez allí, fue captado y… ¡Mejor será que
cambiemos de tema!
-Yo también estudié
medicina -dijo Once, sin poder evitar que su amarillo también se tiñera de un
rojo brillante-. ¡Les puedo asegurar que murió como un perro! ¡Como un perro
terrestre en la más indigna situación!
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