4.
EN EL ESPACIO: LA VIDA (4)
El
sustrato duradero del individuo y del progenitor del universo son uno y el
mismo, de acuerdo con estas mitologías; por eso es por lo que el demiurgo de
este mido se llama el Yo. El místico oriental descubre su presencia profundamente
reposada e imperecedera en su estado andrógino original cuando cae durante la
meditación en su propio interior.
Aquel en
quien el cielo, la tierra y la atmósfera
Están entretejidos,
junto con la mente, y todos los alientos de la vida.
Aquel que se
conoce como el Alma única.
Desdeñad las otras palabras. Él es el puente a
la inmortalidad. (39)
Así,
parece que aunque estos mitos de la creación narran el pasado más remoto, hablan,
al mismo tiempo, del presente origen del individuo. “Cada alma y cada espíritu
-leemos en el Zohar hebreo- con anterioridad a su entrada en este mundo
consiste en un ser masculino y uno femenino unidos en un solo ser. Cuando
desciende a esta tierra, las dos partes se separan y animan dos cuerpos diferentes.
En el momento del matrimonio, el Sagrado, Bendito Sea, que conoce todas las
almas y todos los espíritus, los une como antes estuvieron y de nuevo
constituyen un cuerpo y un alma, formando, por así decirlo, la derecha y la
izquierda de un solo individuo… Esta unión, sin embargo, está influida por los
hechos del hombre y los caminos que escoge. Si el hombre es puro y su conducta
agrada a la vista de Dios, quedará unido con la parte femenina de su alma que
fue su parte componente antes de su nacimiento.” (40)
Este
texto cabalístico es un comentario a la escena del Génesis en que Adán da
nacimiento a Eva. Una concepción similar aparece en el Banquete de Platón.
De acuerdo con este misticismo del amor sexual, la experiencia última del amor
es el entendimiento de que por encima de la ilusión de la dualidad está la
identidad: “cada uno es ambos”. Este darse cuenta puede agrandarse hasta llegar
al descubrimiento de que por encima de las múltiples individualidades de todo
el universo que nos rodea, humano, animal y vegetal y hasta mineral, está la
identidad; por lo tanto, la experiencia amorosa se convierte en experiencia
cósmica, y el amado que abrió por primera vez esta visión se magnifica como
espejo de la creación. El hombre o la mujer que conocen esta experiencia poseen
lo que Schopenhauer llamó “la ciencia de la belleza en todas partes. El “recorre
hacia arriba y hacia abajo estos mundos; come lo que desea, toma las formas que
desea”, y se sienta a cantar la canción de la unidad universal que empieza así:
“¡Oh maravilla! ¡Oh maravilla! ¡Oh maravilla!”. (41)
Notas
(40)
Zohar, i, 91b. Citado por C. G. Ginsburg, The Kabbalah, its
Doctrines. Development and Literature (Londres, 1920), p. 116.
(41) Taittiriya
Upanishad, 3. 10. 5.
No hay comentarios:
Publicar un comentario