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Gene y yo nos habíamos
peleado con los puños desnudos un día memorable, desde la 9 de la mañana hasta
las 6 de la tarde. Gene peleó muy bien. Yo tenía manos chicas, y eso te exigía
pegar con la fuerza del demonio o con la de una especie de boxeador
profesional. Yo tenía un poco de las dos cosas, y quedé con el cuerpo lleno de cardenales,
los labios hinchados y los dientes flojos. Ahora me tocaba pelear con el
muchacho que le había dado una paliza al muchacho que me había dado una paliza
a mí.
Gibson giró hacia a la
izquierda y hacia la derecha, y después se me vino arriba. Ni siquiera alcancé
a verle el puño izquierdo y no sé dónde me pegó, pero con el primer gancho me
hizo caer. No me dolió mucho, aunque cuando me levanté pensé en la fuerza que debía
tener en la derecha. Había que inventar algo.
Harry Gibson me
sorprendió girando hacia mi izquierda, pero pude seguirlo. Ahora el sorprendido
era él, y de golpe le estrellé un izquierdazo salvaje en la cabeza. Me sentí
muy bien. Después que le pegás una vez a un tipo, le podés seguir dando.
Entonces Gibson me tiró
un golpe corto, pero pude esquivarlo agachando la cabeza con una finta muy
rápida. Su derecha apenas resbaló sobre mi coronilla y me le abalancé encajándole
un golpe de conejo atrás de la oreja. Ahora me sentía un héroe.
-¡Podés voltearlo, Hank!
-aulló Gene.
-¡Reventalo, Hank! -chilló
Dan.
Traté de meterlo un directo
a Gibson pero le erré, y él me encajó una izquierda cruzada en la mandíbula.
Eso me hizo ver lucecitas verdes y amarillas y rojas, y enseguida me clavó una
derecha en el estómago que pareció llegarme hasta el espinazo. Lo agarré y nos
quedamos abrazados, aunque esta vez no tenía miedo y me seguía sintiendo bien.
-¡Te voy a matar, hijo de
puta! -le dije.
Después dejamos de boxear
y empezamos a pelear cuerpo a cuerpo. Yo recibía golpes potentes y precisos,
pero me las arreglaba para devolverle algunos que me hacían sentir muy bien.
Cuando más me pegaba, menos me dolía. Tenía las tripas encogidas y aquello me
seguía gustando. Hasta que Gene y Dan lograron separarnos.
-¿Qué pasa? -pregunté.
-¡No paren la pelea! ¡Le voy a romper el culo!
-Dejate de joder, Hank -dijo
Gene. -¡Mirá cómo estás!
Me miré. Tenía la camisa oscura de sangre y hasta se
veían las manchitas de pus de algunos granos reventados, cosa que no me había
pasado en la pelea con Gene.
-No es nada -dije. -Tuve mala suerte, pero no estoy
lastimado. Lo puedo voltear.
-No, Hank -contestó Gene. -Podés terminar todo
infectado.
-Bueno, mierda -le dije. -Sáquenme los guantes.
Gene me los desabrochó y
me di cuenta de que me temblaban los manos y hasta los brazos, aunque un poco
menos. Las escondí en los bolsillos. Dan le sacó los guantes a Harry.
Él me miró.
-Sos bastante bueno, botija.
-Gracias. Bueno, nos vemos, muchachos…
Me fui caminando, mientras
me iba sacando las manos de los bolsillos. Cuando llegué a la vereda, me paré
para colocarme un cigarrillo en la boca. Lo que no pude fue prender un fósforo,
de tanto que temblaban. Levanté un brazo para saludarlos con total indiferencia
y seguí caminando.
Cuando llegué a casa me
miré al espejo. Tremendo. Me había ido bastante bien.
Me saqué la camisa y la
tiré abajo de la cama. Tenía que encontrar una manera de limpiar la sangre. No
me sobraban las camisas, y se iban a dar cuenta de que me faltaba una. Pero para
mí aquel día fue un éxito, de los que nunca tuve demasiados.
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