LA
TOTALIDAD TEMPORAL DEL HÉROE
(el
problema del hombre interior o el alma) / 10
En el determinismo de mi
vivencia para mí mismo (determinismo del sentimiento, deseo, aspiración,
pensamiento) no puede haber nada valioso aparte de aquel sentido y objetivo
planteado que venía realizándose, que definía la vivencia. Porque el
determinismo contenidista de mi ser interior es sólo un destello del objetivo y
sentido posibles; es su huella. Cualquier anticipación, incluso la más completa
y perfecta (definición para el otro y en el otro), desde mi interior es siempre
subjetiva, y su concentración y determinismo -si no aportamos desde fuera
categorías estéticas justificantes y conclusivas, o sea formas de otredad- es
una concentración viciosa que limita el sentido; representa una especie de
concentración de la distancia espaciotemporal entre el sentido y el objetivo. Y
si el ser interior se separa del sentido contrapuesto y anticipado gracias al
cual es creado en su totalidad y el cual lo hace significar, y se le opone como
un valor autónomo, llega a ser autosuficiente frente al sentido, con ello cae
en una profunda contradicción consigo mismo, en una negación propia que con su
existencia niega su contenido y se convierte en mentira: el ser de la mentira o
la mentira del ser. Podemos decir que es una falta inmanente al ser, puesto que
pretende permanecer, satisfecho, en su existencia frente al sentido -la
concentrada autoafirmación del ser a pesar del sentido que lo había engendrado
(la separación del origen), el movimiento que se ha detenido repentinamente y
puso un punto final sin justificación, dio la espalda a la finalidad que lo
había creado (materia que cobró súbitamente forma de una roca). Es una conclusión
absurda y desconcertante que se avergüenza de su forma.
Pero en el otro este
determinismo del ser interior y exterior se vive como una pasividad miserable y
necesitada, como un indefenso movimiento hacia el ser y la permanencia eterna,
ingenuo en su afán de ser, cueste lo que cueste; el ser que se concentra fuera
de mí como tal en sus monstruosas pretensiones es tan sólo ingenua y
femenilmente pasivo, y mi actividad estética desde fuera ilumina, confiere un
sentido y una forma a sus fronteras, lo concluye valorativamente (al separarme
totalmente del ser, apago la claridad del acontecimiento para mí y me convierto
en su participante oscuro, espontáneo y pasivo).
Una real vivencia mía en
la que yo soy activo jamás puede cobrar una paz interior, detenerse, terminar,
concluir, no puede dejar de formar parte de mi actividad, cristalizar de
repente en un ser autónomamente acabado, con el cual nada tiene que ver mi
actividad, porque si tengo una vivencia, en ella siempre está presente un planteamiento
forzoso, desde interior esta vivencia es infinita y no puede dejar de justificarse,
o sea, no puede librarse de todas las obligaciones con respecto a su objetivo y
sentido. Yo no puedo dejar de ser activo en este planteamiento, lo cual
significa cancelarme a mí mismo en mi sentido, convertirme en una máscara de mi
ser, en una mentira a mí mismo. La vivencia puede ser olvidada, pero entonces
no existe para mí; puede ser recordada valorativamente sólo en su planteamiento
(al renovar la tarea), pero no puede ser recordada su existencia. La memoria es
memoria del futuro para mí: para el otro, lo es del pasado.
El carácter activo de mi
autoconciencia siempre es real y traspasa todas mis vivencias en tanto que mías;
esta actividad no deja pasar nada y siempre renuevas las vivencias que traten
de separarse y de quedar concluidas; en todo esto existe mi responsabilidad, mi
fidelidad a mí mismo en mi futuro, en mi ruta.
Yo puedo recordar mi
vivencia como valorada activamente no desde su contenido aislado, sino desde su
sentido y objetivo planteado, es decir desde aquello que había llenado de
sentido su aparición en mí, con lo cual yo siempre renuevo el planteamiento de
toda vivencia; uno mi totalidad no en un pasado sino en un futuro que siempre
está adelante: se me da y no se me da, yo la conquisto permanentemente sobre el
filo de mi actividad; no es la unidad de mi tenencia y mi posesión, sino la de
mi no-tenencia y no posesión; no es la unidad de mi ya-existencia, sino la de
mi aun-no-existencia. Todo lo positivo de esta unidad se encuentra sólo como un
planteamiento, mientras que en la dación está todo lo negativo; lo positivo se
me da sólo cuando todo valor se me plantea como tal.
Sólo cuando yo no me aíslo
de un sentido planteado, me puedo dominar en un futuro absoluto, me mantengo en
mi planteamiento, me gobierno efectivamente desde la infinita lontananza de mi
futuro absoluto. Puedo demorar en mi existencia sólo en forma de
arrepentimiento, porque esta demora se realiza a la luz de lo planteado. Pero
apenas dejo salir del campo valorativo de mi visión a mí mismo planteado, y
dejo de estar intensamente conmigo en el futuro, mi dación pierde en seguida
para mí su unidad anticipada, se descompone, se estratifica en fragmentos
llanamente existentes del ser. Sólo queda buscar morada en el otro y
desde allí juntar los trozos dispersos dentro del alma del otro y con sus
propias fuerzas. Así mi espíritu desintegra mi alma.
Este es el tiempo de una
vivencia propia que haya logrado una pureza completa, completa con respecto a
uno mismo, vivencia del propósito valorativo del espíritu. Pero aun en una
conciencia más ingenua en que todavía no se haya diferenciado por completo el yo-para-mí
(en el plano de la cultura: la conciencia de la antigüedad clásica), yo
siempre me defino en términos del futuro.
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