b)
(8)
Esta necesariedad
inmanente de la vida éticamente orientada del héroe debe ser comprendida por
nosotros en toda su fuerza e importancia, en lo cual tiene razón la teoría
expresiva, pero esto se refiere únicamente a la apariencia estéticamente
significativa de la forma de esta vida ala que transgrede, y esta forma es la expresión,
pero no la conclusión de la vida. A la necesariedad inmanente (claro, no
psicológica, sino de sentido) de una conciencia viviente (o la conciencia de la
vida misma) se le debe oponer la actividad justificadora y conclusiva venida
desde el exterior, y sus aportes no deben estar en el plano de la vida
vivenciada externamente, en tanto que su enriquecimiento de contenido en una
misma categoría -así sucede sólo en la ilusión, y en la vida real esto
corresponde al acto (de ayuda, por ejemplo)-, sino que deben estar en el plano
donde la vida al permanecer siendo vida solamente, por principio carezca de
fuerza; la actividad estética trabaja todo el tiempo sobre las fronteras (y la
forma es una frontera) de la vida vivenciada desde el interior, allí donde la
vida está orientada hacia el exterior, donde se acaba (el final
espacial, temporal y de sentido) y donde comienza una vida nueva, allí donde se
encuentra la esfera de actividad del otro, inalcanzable para ella. La vivencia
propia y la conciencia propia de la vida y, por lo tanto, su autoexpresión como
algo unitario, tiene sus fronteras inamovibles; ante todo, estas se trazan en
relación con el propio cuerpo exterior de uno; el cuerpo en tanto que valor
estéticamente observable y que puede ser combinado con el propósito vital
interno, permanece detrás de las fronteras de una vivencia propia unitaria; en
mi vivencia de la vida, mi cuerpo exterior puede no ocupar el lugar que ocupa
para mí en una vivencia empática de la vida de otro hombre, en la totalidad de
su vida para mí; su belleza exterior puede ser momento sumamente importante en
mi vida y para mí mismo, pero esto por principio no es lo mismo que vivenciarla
de una manera intuitiva y observable en el nivel unitario de valores con su
vida interior como su forma, así como yo vivo esta personificación del otro
hombre. Yo mismo me encuentro todo dentro de mi vida, y si yo de alguna
manera pudiera ver la apariencia de mi vida, en seguida esta apariencia
se convertiría en uno de los momentos de mi vida vivida internamente, la
enriquecería de un modo inmanente, esto es, dejaría de ser una apariencia real
que concluyese mi vida desde el exterior. Supongamos que yo pudiera colocarme
físicamente fuera de mi persona: digamos que obtenga la posibilidad física de
darme una forma desde el exterior -de todos modos yo no dispondría de ningún principio
convincente para constituirme exteriormente, para moldear mi apariencia, para
concluirme estéticamente, si yo no alcanzo a ubicarme fuera de toda mi
vida en su totalidad, percibida como la vida de otro hombre. Pero para
encontrar esta posición firme fuera de mí mismo, no sólo como algo externo sino
como una fundamentación significativa y convincente, con todos sus propósitos,
deseos, aspiraciones, logros, habría que percibir todo esto en otra categoría.
No expresar su vida, sino hablar acerca de su vida por la boca del otro -esto
es lo necesario para crear una totalidad artística, incluso de una pieza
lírica.
De esta manera, hemos
visto que el hecho de anexar una actitud simpática o amorosa respecto a una
vida vivenciada empáticamente, es decir, el concepto de simpatía, o sentimiento
participativo explicado y comprendido de una manera consecuente, destruye
radicalmente el principio puramente expresivo: el acontecer artístico de la
obra adquiere una apariencia totalmente nueva, se desarrolla en un sentido muy
diferente, y la simpatía pura en tanto que momento abstracto de este acontecer
viene a ser sólo uno de los momentos, y además un momento extraestético; la
actividad propiamente estética se manifiesta en el amor creativo hacia un contenido
vivenciado, es decir, en el amor que crea la forma estética de la vida
vivenciada a la que transgrede. La creación estética no puede ser explicada y
entendida inmanentemente a una sola conciencia, el acontecimiento estético no
puede tener un solo participante, que tanto vivencie la vida como exprese su
vivencia en una forma artísticamente significativa; el sujeto de la vida y el
sujeto de la actividad estética que conforma esta vida no pueden coincidir. Hay
acontecimientos que por principio no pueden desenvolverse en el plano de una
conciencia unitaria sino que suponen la existencia de dos conciencias
inconfundibles; hay sucesos cuyo momento constitutivo esencial es la actitud de
una conciencia hacia otra conciencia, precisamente en tanto que otro; y
estos son todos los acontecimientos creativos y productivos que aportan lo
nuevo, que son únicos e irreversibles. La teoría estética expresiva es sólo una
de las muchas teorías filosóficas, ética, histórico-filosóficas, metafísica,
religiosas, que podríamos denominar teorías empobrecedoras, porque aspiran a
explicar un acontecimiento productivo mediante su empobrecimiento, ante todo
mediante la reducción cuantitativa de sus participantes: para explicar el
acontecimiento en todos sus momentos, se transfiere al plano de una sola
conciencia, y es dentro de la unidad de esta como debe ser entendido y deducido
dicho suceso; con lo cual se logra una transcripción teórica del acontecimiento
ya sucedido, pero se pierden las fuerzas creadoras reales que iban construyendo
el acontecimiento en el momento de su creación (en el momento en que el
acontecimiento aun permanecía abierto), desaparecen sus participantes vivos y
fundamentalmente inconfundibles. Sigue sin ser entendida la idea de enriquecimiento
formal, en oposición a un enriquecimiento material o de contenido, mientras
que esta idea aparece como la fuerza motriz principal de la creación cultural,
que en todas sus áreas no aspira a enriquecer el objeto con el material
inmanente sino que lo transfiere a un distinto plano de valores, y este
enriquecimiento formal es imposible cuando tiene lugar una fusión con el
objeto a elaborar. ¿Con qué se enriquece un acontecimiento si yo me confundo
con el otro hombre? ¿Qué me importa si el otro se funde conmigo? El otro ve y
sabe aquello que veo y sé yo, y él sólo repetiría lo irresoluble que es mi
vida: que el otro permanezca fuera de mí, puesto que en esta condición puede
ver y saber aquello que yo no veo ni sé desde mi lugar y así él puede enriquecer
de una manera significativa el acontecimiento de mi vida. Si yo solamente me
fundo en la vida del otro, entonces lo que logro es únicamente profundizar más
su carácter irresoluble, y así sólo doblo numéricamente su vida. Cuando somos
dos, entonces, desde el punto de vista de la productividad real del
acontecimiento, lo importante no es el hecho de que aparte de mí exista uno
más, o sea, un hombre igual (dos hombres), sino precisamente
el hecho de que este sea otro para mí, y en este sentido su simple
compasión por mi vida no viene a ser nuestra fusión en un solo ser ni tampoco
una repetición numérica de mi vida, sino un enriquecimiento importante del
suceso, puesto que mi vida la vive él de una forma nueva, en una nueva
categoría de valores: en tanto que es la vida de otro hombre que
valorativamente posee un matiz distinto y se percibe diferente, se justifica de
otro modo en comparación con su propia vida. La productividad del
acontecimiento no consiste en la fusión de todos en una unidad, sino en la
intensificación de nuestra oposición e inconfundibilidad, en el aprovechamiento
del privilegio de nuestro único lugar fuera de otros hombres.
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