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/ EL CRUCE DEL UMBRAL DEL REGRESO (3)
Más
decepcionante que el destino de Rip es lo que aconteció al héroe irlandés Oisin
cuando regresó de una larga jornada con la hija del Rey de la Tierra de la
Juventud. Oisin había tenido una mejor actuación que el pobre Rip, pues había conservado
los ojos bien abiertos en el reino de la aventura. Había descendido
conscientemente (despierto) al reino del inconsciente (sueño profundo) y había
incorporado los valores de su experiencia subliminal a su personalidad despierta.
La transmutación se había efectuado. Pero precisamente por esa circunstancia
tan deseable, los peligros de su regreso eran mayores. Puesto que su personalidad
completa estaba de acuerdo con las fuerzas y las formas de la eternidad, todo
lo que quedaba de su ser debía ser rechazado y deshecho por el choque con las
formas y las fuerzas del tiempo.
Un
día Oisin, el hijo de Finn MacCool, salió de caza con sus hombres por los
bosques de Erín y se le presentó la hija del Rey de la Tierra de la Juventud.
Los hombres de Oisin habían terminado la caza del día y dejaron solo a su amo
con sus tres perros. El ser misterioso se le había aparecido con un bello
cuerpo de mujer, pero con cabeza de puerco. Ella declaró que la cabeza era un hechizo
de los druidas y le prometió que desaparecería desde el mismo momento que él se
casara con ella. “Bueno, si ese es tu estado -dijo él- y si el matrimonio conmigo
te ha de liberar del hechizo, no permitiré que pases mucho tiempo con cabeza de
puerco”.
La
cabeza de puerco desapareció prontamente y ellos partieron a Tir na n-Og, la
tierra de la juventud. Oisin reinó allí muchos años felices. Pero un día se
volvió y le dijo a du desposada sobrenatural: “ ‘Hoy quisiera estar en Erín
para ver a mi padre y a sus hombres.’ ‘Si te vas -le dijo su esposa- y pones
los pies en la tierra de Erín, nunca regresarás a mí, y te convertirás en un hombre
viejo y ciego. ¿Cuánto tiempo crees que ha pasado desde que estás aquí?’ ‘Cerca
de tres años’, dijo Oisin.
‘Han
pasado trescientos años -dijo ella- desde que llegaste a este reino conmigo. Si
tienes que ir a Erín, te daré este corcel blanco paras que te lleve, pero si
bajas del corcel o tocas el suelo de Erín con el pie, el corcel regresará en
ese mismo momento y tú permanecerás en el lugar donde te dejó, convertido en un
pobre viejo.’
‘Regresará,
no temas -dijo Oisin-. ¿Es que no tengo buenas razones para volver? Pero debo
ver a mi padre y a mi hijo y a mis amigos de Erín una vez más; tengo que
mirarlos siquiera.’
Ella
preparó el cordel para Oisin y dijo: ‘Este corcel ha de llevarte dondequiera
que desees ir.’
Oisin
no se detuvo hasta que el corcel tocó tierra de Erín, y siguió adelante hasta
que llegó a Knock Patrick en Munster, donde vio un hombre pastoreando vacas. En
el campo donde las vacas pastaban había una gran piedra plana.
‘¿Quieres
venir -le dijo Oisin al pastor- y dar la vuelta a esta piedra?’ ‘Por supuesto
que no’ -dijo el pastor-, pues no podría levantarla ni con la ayuda de veinte
hombres más’.
Oisin
se acercó a la piedra, e inclinándose la cogió con la mano y la volteó. Debajo
de la piedra estaba el gran cuerno de los fenanios (borabu), que daba
vueltas como un caracol y era de ley que cuando uno de los fenianos de Erín
hiciera sonar el borabu, los otros acudirían inmediatamente desde cualquier
parte del país donde se encontrasen en ese momento. (21)
‘¿Me
quieres dar ese cuerno?’ -le preguntó Oisin al pastor. ‘No -dijo el pastor-,
porque ni yo ni muchos como yo podrían levantarlo del suelo.’
Después
de esto Oisin se acercó al cuerno e inclinándose lo tomó con la mano; pero en
su apresuramiento de tocarlo olvidó todo y se dejó resbalar al inclinarse hasta
que uno de sus pies tocó tierra. En un momento despareció el corcel y Oisin
yacía en el suelo convertido en un hombre ciego y viejo. (22)
Notas
(21)
Los fenianos eran los hombres de Finn MacCool, todos gigantes. Oisin, que era
el hijo de Finn MacCool, había sido uno de ellos. Pero su época había pasado
desde mucho tiempo atrás, y los habitantes del país ya no eran los grandes de antaño:
Las leyendas de los gigantes arcaicos son comunes a las tradiciones populares
de todas partes; ver, por ejemplo, el mito mencionado supra, (p. 179-181)
del rey Muchukunda. A este respecto son también comparables las vidas de los
patriarcas hebreos: Adán vivió novecientos treinta años, Set, novecientos doce,
Enós, novecientos cinco, etc. (Génesis, 5.)
(22)
Curtin, op cit., pp. 332-333.
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