miércoles

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (30) - MIJAIL. BAJTIN


AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (10)

b) (3) Pero la creación estética no tiende a esta repetición permanente de una vida vivida o posible, con los mismos participantes y en una misma categoría, en la que realmente haya o hubiese pasado. Hay que anotar que con esto nos estamos oponiendo al realismo o naturalismo defendiendo una transformación idealista de la realidad en al arte, como podría parecer. Nuestro razonamiento se ubica en un nivel totalmente distinto que la discusión entre el realismo e idealismo. Una obra que transforme la vida de un modo idealista puede ser fácilmente interpretada desde el punto de visto de la teoría expresionista, porque tal transformación puede ser pensada en la misma categoría del yo, mientras que una reproducción naturalista más exacta de la vida real puede ser percibida en la categoría valorativa del otro, en tanto que vida de otro hombre. Tenemos ante nosotros el problema de correlación entre el personaje y el autor-espectador, a saber: ¿es la actividad estética del autor-espectador una empatía con respecto al héroe, que tienda al límite de su coincidencia?; y, por otra parte, ¿puede la forma ser comprendida desde adentro del héroe, en tanto que expresión de su vida, que tienda hacia el límite de la autoexpresión adecuada de la vida? Y hemos establecido que según la teoría expresiva, la estructura del mundo hacia el cual nos lleva una obra de arte entendida de un modo puramente expresivo (el objeto estético propiamente) es semejante a la estructura del mundo de la vida tal como yo la vivo realmente y donde el héroe principal que soy yo no está expresado plástica ni pictóricamente, pero igualmente semeja a un mundo de la ilusión más desenfrenada acerca de uno mismo donde el héroe tampoco está expresado y donde tampoco existe un entorno puro sino apenas un horizonte. Más adelante veremos cómo la comprensión expresiva se justifica principalmente con respecto al romanticismo.

El error radical de la teoría expresiva que lleva a la destrucción de la totalidad estética propiamente dicha se vuelve sobre todo claro en el ejemplo de un espectáculo teatral (representación escénica). La teoría expresiva debería aprovechar el acontecimiento del drama en sus momentos propiamente estéticos (o sea, como el objeto estético por excelencia) de la siguiente manera: el espectador pierde su lugar fuera del acontecimiento y frente a él, de la vida de los personajes del drama; en cada momento dado, vive a través de uno de ellos y desde su interior su vida, ve con sus ojos la escena, con sus oídos escucha los demás personajes, comparte con él todos sus actos. El espectador no existe, pero tampoco existe el autor como participante independiente y activo del acontecimiento; el espectador no tiene que ver con este en el momento de la empatía, porque todo él está dentro de sus héroes, en lo vivido empáticamente; tampoco existe el director de escena: este tan sólo ha preparado la forma expresiva de los actores, facilitando con ella el acceso del espectador a su interior; el director ahora coincide con los actores y no tiene otro lugar. ¿Qué es lo que permanece? Desde luego, empíricamente permanecen los espectadores que están en sus butacas y palcos, los actores en la escena y el director emocionado y atento detrás de los bastidores, así como, probablemente, el autor-hombre em algún palco. Pero todos estos no son los momentos del acontecer estético del drama. Por desgracia, la teoría expresiva deja irresuelto el problema de si se debe participar empáticamente sólo en la vida del protagonista o en la de todos los demás por partes iguales; la última exigencia es difícilmente realizable por completo. En todo caso, todas estas vidas compartidas empáticamente no pueden ser unidas en un acontecimiento unitario y total si no crea una posición y no casual fuera de cada una de ellas, la cual se excluye por la teoría expresiva. El drama no existe, no existe el acontecer estético. Este sería el resultado límite si se llevara a cabo la teoría expresiva (lo cual no sucede). Puesto que no existe una total coincidencia entre el espectador y el héroe, y entre el actor y su personaje, sólo nos enfrentamos a un juego a la vida, lo cual se afirma como lo debido por un grupo de los estéticos expresivos.

Aquí conviene tocar el problema de una verdadera correlación entre el juego y el arte, excluyendo totalmente, por supuesto, el punto de vista genético. La estética expresiva, que en su límite tiende a excluir al autor en tanto que momento fundamentalmente independiente con respecto al héroe, limitando sus funciones tan sólo a la técnica de la expresividad, en mi opinión llega a ser más consecuente al defender la teoría del juego en una u otra forma, y si los representantes más importantes de esta teoría no proceden así (Volket y Lipps), es precisamente porque a precio de esta inconsecuencia salvan la verosimilitud y la amplitud de sus postulados. Es la ausencia fundamental del espectador y autor lo que distingue radicalmente el juego del arte. El juego no presupone, desde el punto de vista de los mismos jugadores, a un espectador que se encuentre fuera del juego, y para el cual se realizaría la totalidad del acontecimiento representada por el juego; y en general, el juego no representa nada, sino que imagina. Un niño que juega a ser jefe de bandidos vive desde dentro de su vida su bandido, con ojos de bandido ve pasar a otro niño que juega a ser viajero, su horizonte es el del bandido que quiere representar; lo mismo sucede con sus compañeros de juego: la actitud que cada uno de ellos tiene hacia el acontecimiento de la vida en que juegan -el asalto de los viajeros por los bandidos- es tan sólo el deseo de participar en él, de vivir esta vida como de sus participantes: uno quiere ser bandido; otro, viajero; otro más, policía, etc., y su actitud hacia la vida en tanto que deseo de vivirla él mismo no es una actitud estética frente a la vida; en este sentido, el juego se asemeja a una ilusión acerca de uno mismo y a una lectura no artística de una novela, cuando vivimos empáticamente a un personaje para revivir en la categoría de su yo su existencia y su interesante vida, es decir, cuando sólo estamos soñando bajo la dirección del autor, pero esto no es un acontecimiento estético. El juego efectivamente empieza a aproximarse al arte, y precisamente a una acción dramática, cuando aparece un nuevo participante imparcial: el espectador, quien empieza a admirar el juego de los niños desde el punto de vista del acontecimiento total de la vida que este juego representa, al contemplarlo estéticamente y en parte recrearlo (como una totalidad con un significado estético, pasando a nuevo plano estético); sin embargo, con esto el acontecimiento inicial se transforma, enriqueciéndose con un momento fundamentalmente nuevo que es el espectador-autor, con lo cual se conforman también todos los demás momentos del acontecimiento, formando una nueva totalidad: los niños que juegan se convierten em héroes, es decir, frente a nosotros no está el acontecimiento del juego, sino el acontecimiento dramático rudimentario. Pero el acontecimiento se vuelve a transformar en el juego cuando el participante, al negar su postura estética, y entusiasmado por el juego como por una vida interesante, participa él mismo como otro viajero o como un bandido, pero ni siquiera esto es necesario para anular el acontecimiento artístico; es suficiente que el espectador, permaneciendo empíricamente en su lugar, participe empáticamente con uno de los jugadores y viva con este desde el interior la vida imaginada.

Así, pues, no hay momento estético que sea inmanente al juego mismo; este momento sólo puede ser aportado por una espectador que observe de una manera activa, pero el juego mismo, y los niños que lo llevan a cabo, nada tienen que ver con ello, y en el momento del juego les es ajeno su valor propiamente estético; al convertirse en “héroes”, ellos, quizá, se sentirían como Makar Dévushkin (de Pobre gente, de Dostoievski) que fue profundamente herido y ofendido al imaginar que fue a él a quien Gógol había representado en El capote, porque de repente vio en su persona al protagonista de una obra satírica. Entonces: ¿qué tienen en común el juego y el arte?

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