b) (6)
Algunos de los estéticos
expresivos (la estética schopenhaueriana de Hartmann), para explicar el
carácter específico de la empatía y la simpatía en la vida interior, introducen
el concepto de sentimientos ideales o ilusorios, a diferencia de los
sentimientos reales de la vida real y a aquellos que son provocados en nosotros
por una forma estética. El placer estético es un sentimiento real, mientras que
la empatía a los sentimientos del héroe es sólo ideal. Los sentimientos ideales
son aquellos que no despiertan la voluntad de acción. Una definición semejante
no soporta la crítica. No vivenciamos los sentimientos aislados del héroe (que no
existen) sino su totalidad espiritual, nuestros horizontes coinciden y
es por eso por lo que cometemos internamente, junto con el héroe, todos sus
actos como momentos necesarios de su vida vivida por nosotros empáticamente: al
vivenciar el sufrimiento internamente vivenciamos también el grito del héroe,
al vivenciar el odio, internamente vivenciamos un acto de venganza, etic.;
puesto que sólo participamos en las vivencias del héroe, coincidimos con él; la
intromisión en su vida está abolida porque supone una extraposición con respecto
al héroe, como en el caso de nuestro espectador ingenuo. He aquí algunas otras
explicaciones de las particularidades de la empatía: al transformanos, ampliamos
el valor de nuestro yo, nos iniciamos (interiormente) en lo humanamente
importante, etc.: en todos estos casos no rompemos el círculo de una sola
conciencia, vivencia propia y actitud hacia sí mismo; no se introduce el valor
de la categoría del otro. En los límites de una teoría expresiva
desarrollada consecuentemente, la empatía o la simpatía hacia una vida son
simplemente su vivencia, la repetición de la vida no enriquecida por ningún
valor nuevo que transgreda a ella misma, es la vivencia dentro de las mismas
categorías en las que efectivamente vive la vida un sujeto real. El arte me da
la oportunidad de vivir varias vidas, en lugar de una, y de enriquecer con lo
mismo la experiencia de mi vida real, de iniciarme interiormente en otra vida
por ella misma, por su significado vital (“importancia humana”, de acuerdo con
Lipps y Volkelt).
Hemos sometido a la
crítica el principio de la estética expresiva en su forma más pura y en una
aplicación consecuente. Pero esta pureza y consecuencia no tienen lugar en los
trabajos reales de los estéticos expresivos; ya hemos señalado que sólo
mediante una evasión del principio y mediante el carácter inconsecuente de la
teoría expresiva logra esta no romper la relación con el arte y seguir siendo
una teoría estética. Estas desviaciones del principio de la estética expresiva
las aporta la experiencia estética real, que los estéticos expresivos desde
luego poseen pero a la que dan una interpretación estética falsa, y estos
aportes estéticos reales no nos permiten ver lo erróneo que es el principio
general tomado en su pureza; impiden verlo tanto a nosotros mismos como a los
estéticos expresivos. La desviación más grande que comete la mayoría de los
estéticos expresivos en relación con su principio general, y que nos permite
comprender la actividad estética de la manera más correcta, es la definición de
la vivencia participada o empatía como algo simpático, lo cual a veces se
expresa directamente (en Cohen, en Groos), o se deduce inconscientemente. El
concepto de una vivencia simpática, desarrollada hasta sus últimas
consecuencias, destruiría radicalmente el principio expresivo y nos llevaría a
la idea de un amor estético y a una correcta actitud del autor respecto
al héroe. ¿Qué es entonces una vivencia simpática? Una vivencia simpática “emparentada
con el amor” (Cohen) ya no viene a ser una vivencia pura o empatía respecto al
objeto, al héroe. En los sufrimientos de Edipo, que vivenciamos empáticamente,
en su mundo interior, no hay nada parecido al amor hacia sí mismo; su
amor propio o egoísmo, como ya lo hemos apuntado, es algo totalmente distinto
y, desde luego, no se trata de empatía respecto a este egoísmo cuando se habla
de una vivencia simpática; más bien se habla de la creación de una nueva
actitud emocional con respecto a toda su vida interior en su totalidad. Esta
simpatía emparentada con el amor cambia radicalmente toda la estructura
emocional y volitiva de la vivencia interna empática respecto al héroe; a esta
vivencia se le da un matiz y una tonalidad absolutamente nuevos. ¿La estamos
uniendo a la vivencia del héroe? Y si lo hacemos, ¿de qué manera? Se podría
pensar que este amor fuese un sentimiento tan participado en un objeto
estéticamente contemplado como los demás estados interiores; sufrimiento, paz,
alegría, tensión, etc. Cuando llamamos bello o simpático a un objeto o a un
hombre, le atribuimos cualidades que expresan nuestra actitud hacia él como si
fueran sus rasgos internos. Efectivamente, el sentimiento de amor parece que penetra
en el objeto, cambia su apariencia para nosotros, y sin embargo esta penetración
tiene un carácter totalmente distinto que cuando atribuimos a un objeto otra
vivencia como su estado propio, como, por ejemplo, la atribución de alegría a
un hombre que sonríe felizmente, de paz interior a un mar inmóvil y tranquilo,
etc. Mientras que estas últimas empatías llenan de vida, desde adentro, un
objeto externo, al crear una vida interior que dé sentido a su apariencia,
el amor, en cambio, parece que penetrara totalmente su vida exterior y su vida
interior simpatizada; este amor matiza y transforma para nosotros el objeto
completo ya existente, que posee alma y cuerpo. Es posible intentar a dar una interpretación
puramente expresiva a la simpatía emparentada con el amor; efectivamente, se
puede decir que la simpatía sea una condición necesaria para una vivencia
empática; para poder tener empatía hacia una persona, es necesario que este
alguien nos sea simpático; no podemos vivenciar un objeto antipático, no
podemos interiorizarlo, más bien lo rechazamos, lo evadimos. Una expresión pura
debe ser simpática para poder introducirnos en el mundo interior del que la
expresa. En efecto, la simpatía puede ser una de las condiciones de la empatía,
pero no es condición única ni obligatoria; pero, por supuesto, con ella no se
agota el papel de una empatía estética; la simpatía acompaña y penetra la
empatía durante todo el período de contemplación estética del objeto,
transformando todo el material contemplado y empatizado. Una vivencia simpática
de la vida del héroe es una vivencia realizada en una forma totalmente
diferente de la que aparecería en una vivencia real para el mismo sujeto de
esta vida. Una vivencia simpática está lejos de buscar el límite de la
coincidencia absoluta, de la fusión con la vida vivenciada, porque esta fusión
significaría una eliminación de este coeficiente de la simpatía, del amor y,
por consiguiente, de aquella forma que había sido creada por estos últimos. Una
vida vivenciada empáticamente no se concibe en la categoría del yo, sino
en la del otro, como la vida de otro hombre, de otro yo, tanto
exterior como interior (acerca de la vivencia de una vida interior,
ver el siguiente capítulo).
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