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MUCHOS
TIPOS DE PRISIONES:
LA
MUJER QUE QUEDA AL ÚLTIMO
“NUESTRA
SEÑORA
DETRÁS
DEL MURO”
Un
caso de Nuestra Señora encarcelada,
perdida
y después liberada
Con el pasar de los siglos, no sólo los inocentes y los pobres, los
iletrados y los justos, los líderes de una nueva vida, no nada más aquellos que
cometieron errores no mortíferos, pero que de todos modos fueron a dar tras las
rejas, sino también las imágenes de la Santa Madre han sido atacadas y
encerradas tras barrotes y muros.
Esta obstrucción y encarcelamiento de las representaciones de la Santa
Madre ocurrió en cada nación invadida u ocupada por dictadores; en tierras
ancestrales y modernas que ahora se conocen como la República Checa, Eslovaquia,
Hungría, Francia, Rumania, Rusia, extensiones enteras en el Medio y Lejano
Oriente, toda Asia, África, naciones isleñas, naciones montañosas, naciones
oceánicas, los países del norte. Dondequiera que hubiera gente y tierra, los
íconos y las obras de arte de la Santa Madre fueron profanados, cubiertos, clavados
en las paredes, cortados, dañados a propósito, tirados, arrancados, prohibidos
por dictadores.
A veces los íconos de la Madre Santísima se escondían dentro de las
paredes, aparentemente para salvar de los vándalos a las imágenes sacras, como
me contaban sobre Nuestra Señora de Czestochowa, una pintura con un semblante
como de miel oscura. Se contaba que su mejilla había sido rajada por un
espadachín husita en tiempos antiguos. Dicen que intentaba alejarse galopando
con la imagen en su marco de oro, pero, de repente, su caballo quedó enraizado
en la tierra y se rehusó a moverse. Así que el soldado lanzó al suelo el ícono
de la Santa Madre con su Hijo y la rajó, iracundo, con su espada.
Algunos relatan que su imagen lastimada después desapareció; nadie sabe
dónde con exactitud. Unos aseguran que alguien la encerró detrás de un muro o
que amarró su ícono con cuerdas para bajarla por un pozo. En todo caso no
estamos seguros, cualquiera que fuese su viaje clandestino a un tipo de “prisión”
u otra, y si el “esconderla” lo llevaron a cabo los que la injuriaban o los que
querían honrar la fuerza sacra que se alza detrás de su imagen. Pero entre la
gente del campo hay infinidad de historias sobre sus siglos de misteriosos “viajes”.
Y así pasó el tiempo. Todos los viejos Babcias y Dziadzias,
los viejos abuelos y abuelas, se inclinaron hacia delante y me susurraron: que
su hermoso ícono fue repentina y milagrosamente descubierto por personas
santas. Así, en el caso de Nuestra Señora de Czestochowa, con una cicatriz que
le atraviesa la mejilla por el filo de una espada y algunos dicen que herida
también por una flecha que le atravesó la garganta, su imagen está protegida
ahora en un santuario en la ciudad que lleva su nombre. A mediados del siglo
XVII, el rey Casimiro V le dio un lugar central y la nombró Madre Santísima de
toda Polonia.
En relación con Nuestra Señora de Czestochowa, las mismas ancianas abuelas
polacas decían que, en la mitología de antaño, quienes destruían los íconos
sagrados de cualquier lugar a menudo sufrían también una destrucción parecida
de cualquier cosa que fuera querida para ellos, incluidas sus vidas mismas.
Tales supersticiones antiguas parecen ser leyenda más que verdades
verificables, pero ya saben cómo “hablar de espantos”, a veces se considera un “deber”
entre las mujeres muy ancianas, para poder enseñar ciertos “valores familiares”.
Entonces, las viejas Babcias contaban historias de que el soldado que
cortó la pintura de Nuestra Señora de Czestochowa murió al caer de un parapeto
sobre las agudas rejas de hierro de un castillo, pues “ofendió al hierro” al
usarlo para dañar una imagen sagrada.
Decían que los que usaron pólvora para destruir ciertas estatuas de la
Mujer Santa esculpidas en una colina de roca al final sufrieron al ser
aplastados, pues “volvieron a la roca su enemiga”.
Las historias de los viejos países de Europa, como en los relatos mexicanos
sobre la tenebrosa Llorona que buscaba a otros para ahogarlos, se usaban para
advertir a los niños y alejarlos de los ríos, y a los hombres de la perfidia.
Así también las leyendas del “ojo por ojo” de muchos contadores de cuentos de
nuestras tierras quedan como una manera de transmitir advertencias inteligentes
a la siguiente generación: que nadie debería profanar lo que los demás tienen
como sagrado, ya sea que lo sagrado resulten personas inocentes, niños
ingenuos, viajeros humildes o imágenes sacras… por si acaso “lo que le hiciste
a otros se te hiciera a ti también”.
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