miércoles

CLARISSA PINKOLA ESTÉS - DESATANDO A LA MUJER FUERTE (27)


8

MUCHOS TIPOS DE PRISIONES:
LA MUJER QUE QUEDA AL ÚLTIMO
“NUESTRA SEÑORA
DETRÁS DEL MURO”

Un caso de Nuestra Señora encarcelada,
perdida y después liberada


Con el pasar de los siglos, no sólo los inocentes y los pobres, los iletrados y los justos, los líderes de una nueva vida, no nada más aquellos que cometieron errores no mortíferos, pero que de todos modos fueron a dar tras las rejas, sino también las imágenes de la Santa Madre han sido atacadas y encerradas tras barrotes y muros.

Esta obstrucción y encarcelamiento de las representaciones de la Santa Madre ocurrió en cada nación invadida u ocupada por dictadores; en tierras ancestrales y modernas que ahora se conocen como la República Checa, Eslovaquia, Hungría, Francia, Rumania, Rusia, extensiones enteras en el Medio y Lejano Oriente, toda Asia, África, naciones isleñas, naciones montañosas, naciones oceánicas, los países del norte. Dondequiera que hubiera gente y tierra, los íconos y las obras de arte de la Santa Madre fueron profanados, cubiertos, clavados en las paredes, cortados, dañados a propósito, tirados, arrancados, prohibidos por dictadores.

A veces los íconos de la Madre Santísima se escondían dentro de las paredes, aparentemente para salvar de los vándalos a las imágenes sacras, como me contaban sobre Nuestra Señora de Czestochowa, una pintura con un semblante como de miel oscura. Se contaba que su mejilla había sido rajada por un espadachín husita en tiempos antiguos. Dicen que intentaba alejarse galopando con la imagen en su marco de oro, pero, de repente, su caballo quedó enraizado en la tierra y se rehusó a moverse. Así que el soldado lanzó al suelo el ícono de la Santa Madre con su Hijo y la rajó, iracundo, con su espada.

Algunos relatan que su imagen lastimada después desapareció; nadie sabe dónde con exactitud. Unos aseguran que alguien la encerró detrás de un muro o que amarró su ícono con cuerdas para bajarla por un pozo. En todo caso no estamos seguros, cualquiera que fuese su viaje clandestino a un tipo de “prisión” u otra, y si el “esconderla” lo llevaron a cabo los que la injuriaban o los que querían honrar la fuerza sacra que se alza detrás de su imagen. Pero entre la gente del campo hay infinidad de historias sobre sus siglos de misteriosos “viajes”.

Y así pasó el tiempo. Todos los viejos Babcias y Dziadzias, los viejos abuelos y abuelas, se inclinaron hacia delante y me susurraron: que su hermoso ícono fue repentina y milagrosamente descubierto por personas santas. Así, en el caso de Nuestra Señora de Czestochowa, con una cicatriz que le atraviesa la mejilla por el filo de una espada y algunos dicen que herida también por una flecha que le atravesó la garganta, su imagen está protegida ahora en un santuario en la ciudad que lleva su nombre. A mediados del siglo XVII, el rey Casimiro V le dio un lugar central y la nombró Madre Santísima de toda Polonia.

En relación con Nuestra Señora de Czestochowa, las mismas ancianas abuelas polacas decían que, en la mitología de antaño, quienes destruían los íconos sagrados de cualquier lugar a menudo sufrían también una destrucción parecida de cualquier cosa que fuera querida para ellos, incluidas sus vidas mismas.

Tales supersticiones antiguas parecen ser leyenda más que verdades verificables, pero ya saben cómo “hablar de espantos”, a veces se considera un “deber” entre las mujeres muy ancianas, para poder enseñar ciertos “valores familiares”. Entonces, las viejas Babcias contaban historias de que el soldado que cortó la pintura de Nuestra Señora de Czestochowa murió al caer de un parapeto sobre las agudas rejas de hierro de un castillo, pues “ofendió al hierro” al usarlo para dañar una imagen sagrada.

Decían que los que usaron pólvora para destruir ciertas estatuas de la Mujer Santa esculpidas en una colina de roca al final sufrieron al ser aplastados, pues “volvieron a la roca su enemiga”.

Las historias de los viejos países de Europa, como en los relatos mexicanos sobre la tenebrosa Llorona que buscaba a otros para ahogarlos, se usaban para advertir a los niños y alejarlos de los ríos, y a los hombres de la perfidia. Así también las leyendas del “ojo por ojo” de muchos contadores de cuentos de nuestras tierras quedan como una manera de transmitir advertencias inteligentes a la siguiente generación: que nadie debería profanar lo que los demás tienen como sagrado, ya sea que lo sagrado resulten personas inocentes, niños ingenuos, viajeros humildes o imágenes sacras… por si acaso “lo que le hiciste a otros se te hiciera a ti también”.

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