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Era Richard Waite. Estaba
sentado en la última fila. Tenía una cabeza y unas orejas enormes, y los labios
espesos hinchados monstruosamente. Los ojos eran casi incoloros, y no
expresaban ni interés ni inteligencia. Sus pies también eran enormes y siempre
tenía la boca abierta. Hablaba con palabras sueltas y muy entrecortadas. Ni
siquiera era un mariquita. Nadie hablaba nunca con él, ni sabíamos qué carajo
hacía en nuestra escuela. Usaba ropa limpia, pero la camisa se le salía por
atrás y siempre le faltaban uno o dos botones en la camisa o en los pantalones.
Siempre le faltaba algo. Richard White. Iba a clase todos los días y venía de
algún lado.
“Bump, Bump, Bumo,
Bump…”
Richard Waite le estaba
dedicando una paja a las caderas y las piernas de la señorita Gredis. Por fin
demostraba alguna debilidad. A lo mejor no tenía la menor idea de cuáles eran
las reglas sociales. Ahora lo estábamos escuchando todos. La señorita Gredis.
Las chiquilinas. Todos sabíamos lo que estaba haciendo. Era tan terriblemente
estúpido, que ni siquiera entendía que no tenía que hacer ruido. Y cada vez se
calentaba más y los golpes que daba con el puño cerrado abajo del pupitre es
escuchaban más alto.
“BUMP, BUMP, BUMP, BUMP…”
Nosotros mirábamos a la
señorita Gredis. ¿Cómo iba a reaccionar? Ella dudó un momento sonriéndonos a
todos tan tranquila como siempre, y después siguió hablando:
-Creo que el idioma
inglés es la forma de comunicación más expresiva y contagiosa que existe.
Tendríamos que agradecer ese don. Y si abusamos de él, estamos abusando de
nosotros mismos. Tenemos que escuchar, prestar atención y valorar nuestro
legado, además de explorar y desarrollar el idioma…
“BUMP, BUMP, BUMP, BUMP…”
-Tenemos que olvidarnos
de cómo se habla en Inglaterra. Aunque las formas lingüísticas sean correctas,
nuestro idioma americano contiene grandes yacimientos y recursos ocultos sin
explotar. Si sabemos esperar el momento, algún día vamos a asistir a nuestra
explosión literaria…
“BUMP, BUMP, BUMP, BUMP…”
Richard Waite era uno de
los compañeros con los que no hablábamos nunca. En realidad le teníamos miedo.
No era un tipo que pudieras cagar a patadas y además eso no nos iba a calmar.
Lo único que querías era tenerlo lo más lejos posible, para no verle los labios
y la boca abierta como la de una rana empalada. En realidad le huíamos porque
no podíamos derrotar a Richard Waite.
Seguimos esperando
mientras la señorita Gredis no paraba de hablar de la contraposición que había
entre la cultura inglesa y la americana. Nosotros esperábamos, y Richard Waite
seguía dándole sin parar. El puño seguía golpeando el pupitre y las chiquilinas
se miraban entre ellas mientras nosotros pensábamos qué carajo estaba haciendo ese
loco de mierda. Lo iba a estropear todo. Con un solo tarado como este la
señorita Gredis iba a bajarse la falda para siempre.
“BUMP, BUMP, BUMP, BUMP…”
Y entonces se acabó.
Richard se quedó inmóvil. Nosotros lo vichábamos de reojo. Parecía el mismo de
siempre. ¿Le leche le habría quedado en la mano o lo habría chorreado?
Entonces sonó el timbre.
La clase de inglés había terminado.
Después de aquel día,
siguió pasando lo mismo. Richard Waite se pajeaba golpeando el pupitre mientras
nosotros escuchábamos a la señorita Gredis, que seguía sentándose en el pupitre
de adelante con las piernas descaradamente cruzadas. Ahora nos habíamos
acostumbrado a aquello y con el tiempo nos llegó a divertir. Las chiquilinas también
se acostumbraron aunque no les gustaba. Y especialmente Lilly Fischman, parecía
derrotada.
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