miércoles

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (29) - MIJAIL. BAJTIN


b) (2) He aquí a Edipo. Ni un solo momento de su vida, puesto que es él mismo quien la vive, carece para él de un significado objetual en el contexto valorativo y significativo de su vida, y su postura interior emocional y volitiva encuentra en todo momento su expresión en el acto (acto como acción y acto como discurso), se refleja en su confesión y arrepentimiento: desde su interior Edipo no es trágico si entendemos esta última palabra en su significado estrictamente estético: el sufrimiento vivido objetualmente en el interior del que sufre para él mismo no es trágico; la vida no puede expresarse y constituirse as sí misma desde su interior como una tragedia. Al coincidir internamente con Edipo, perderíamos en seguida la categoría puramente estética de lo trágico; en un mismo contexto de valores y sentidos en que Edipo vive objetualmente su vida no existen los momentos que construyan la forma de la tragedia. Desde la vivencia misma la vida no aparece trágica ni cómica, bella ni sublime para aquel que la vive objetualmente y para aquel que participa en su vivencia de la manera más pura. Sólo en la medida en que yo salga de los dominios de la vida vivenciada, ocupe una posición firme fuera de esta vida, la revista de un cuerpo exteriormente significativo, la rodee de valores extrapuestos a su orientación objetual (fondo, entorno y no campo de acción u horizonte) -sólo así esta vida quedaría alumbrada para mí con una luz trágica, adquiriría una expresión cómica, llegaría a ser bella y sublime. Si sólo participamos simpáticamente de la vivencia de Edipo (suponiendo la posibilidad de semejante simpatía pura), si sólo vemos con sus ojos, oímos con sus oídos, en seguida se desintegraría su expresividad externa, su cuerpo y toda aquella serie de valores plástico-pictóricos en los que está revestida para nosotros su vida: estos valores después de servir de conductores de la simpatía no pueden integrarse a la vivencia, porque en el mundo de Edipo, tal como él lo vive, no existe su cuerpo exterior propio, no está presente su faz individualmente pictórica como valor, no existen las posturas plásticamente significativas que adopta su cuerpo durante uno u otro momento de su vida. En su mundo, sólo los otros personajes de su vida están revestidos de una corporeidad externa, y estas caras y objetos no lo rodean, no forman parte de su entorno estéticamente significativo sino que constituyen su horizonte propio. Y es en el mundo de este mismo Edipo donde habría de realizarse un valor estético, según la teoría expresiva, su realización en nosotros es en el propósito final de la actividad estética a la que la forma puramente expresiva le sirve de medio. En otras palabras, la contemplación estética nos habría de llevar a una recreación del mundo de la vida, de una ilusión acerca de nosotros mismos o de un sueño tal como yo los vivo y en los cuales yo, en tanto que su protagonista, no poseo una expresividad externa (cf. supra). Pero este mundo sólo se constituye mediante categorías cognoscitivas y estéticas, y a su estructura le es profundamente ajena la estructura de una tragedia, comedia, etc., (estos momentos pueden ser interesantemente aportados desde una conciencia ajena; ver supra acerca del doble). Al fundirnos con Edipo, al perder nuestra posición fuera de él, lo cual representa aquel límite hacia el cual tiende, según la estética expresiva, la actividad estética, perderíamos en seguida lo “trágico”, y esta actividad dejaría de ser para mí, en tanto que Edipo, una expresión mínimamente adecuada y la forma de la vida vivida por mí; esta actividad se expresaría en las palabras y actos de Edipo. Pero estos se vivirían por mí únicamente desde el interior, desde el punto de vista de aquel sentido real que tienen en los acontecimientos de mi vida, pero no desde el punto de vista de su significado estético, es decir, como momento de la totalidad artística de la tragedia. Al fundirme con Edipo, al perder mi figura fuera de él, dejo de enriquecer el acontecimiento de su vida con un nuevo punto con un nuevo punto de vista creativo inaccesible a él mismo desde su único lugar, o sea, dejo de enriquecer este acontecimiento de su vida en tanto que auto-observador; pero con esto mismo se aniquila la tragedia que venía a ser precisamente el resultado de este enriquecimiento fundamental aportado por el autor-observador al acontecimiento de la vida de Edipo. Porque el acontecimiento de la tragedia en tanto que acción artística (y religiosa) no coincide con el acontecimiento de la vida de Edipo, y sus participantes no son tan sólo Edipo, Yocasta y otros personajes, sino también el autor-observador. En la totalidad de la tragedia como acontecimiento artístico, el autor-observador es un ente activo y los personajes son pasivos, salvado y expiados mediante una redención estética. Si el auto-contemplador pierde su firme y activa posición fuera de cada uno de los personajes, si se funde con ellos, se destruyen el acontecimiento artístico y la totalidad artística como tal, en los cuales él, como persona creativamente independiente, viene a ser un momento necesario; Edipo permanece a solas consigo mismo sin ser salvado ni redimido estéticamente, la vida permanece inconclusa y no justificada en un plano valorativo distinto del que corresponde a la vida real de una persona real.

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