b) (2) He aquí a Edipo. Ni un solo momento de su vida, puesto que es él
mismo quien la vive, carece para él de un significado objetual en el contexto
valorativo y significativo de su vida, y su postura interior emocional y volitiva
encuentra en todo momento su expresión en el acto (acto como acción y acto como
discurso), se refleja en su confesión y arrepentimiento: desde su interior
Edipo no es trágico si entendemos esta última palabra en su significado
estrictamente estético: el sufrimiento vivido objetualmente en el interior
del que sufre para él mismo no es trágico; la vida no puede expresarse y
constituirse as sí misma desde su interior como una tragedia. Al coincidir
internamente con Edipo, perderíamos en seguida la categoría puramente estética
de lo trágico; en un mismo contexto de valores y sentidos en que Edipo vive
objetualmente su vida no existen los momentos que construyan la forma de la
tragedia. Desde la vivencia misma la vida no aparece trágica ni cómica, bella
ni sublime para aquel que la vive objetualmente y para aquel que participa en
su vivencia de la manera más pura. Sólo en la medida en que yo salga de los
dominios de la vida vivenciada, ocupe una posición firme fuera de esta vida, la
revista de un cuerpo exteriormente significativo, la rodee de valores
extrapuestos a su orientación objetual (fondo, entorno y no campo de acción u
horizonte) -sólo así esta vida quedaría alumbrada para mí con una luz trágica,
adquiriría una expresión cómica, llegaría a ser bella y sublime. Si sólo participamos
simpáticamente de la vivencia de Edipo (suponiendo la posibilidad de semejante
simpatía pura), si sólo vemos con sus ojos, oímos con sus oídos, en seguida se
desintegraría su expresividad externa, su cuerpo y toda aquella serie de
valores plástico-pictóricos en los que está revestida para nosotros su vida:
estos valores después de servir de conductores de la simpatía no pueden
integrarse a la vivencia, porque en el mundo de Edipo, tal como él lo vive, no
existe su cuerpo exterior propio, no está presente su faz individualmente
pictórica como valor, no existen las posturas plásticamente significativas que
adopta su cuerpo durante uno u otro momento de su vida. En su mundo, sólo los
otros personajes de su vida están revestidos de una corporeidad externa, y
estas caras y objetos no lo rodean, no forman parte de su entorno estéticamente
significativo sino que constituyen su horizonte propio. Y es en el mundo de
este mismo Edipo donde habría de realizarse un valor estético, según la teoría
expresiva, su realización en nosotros es en el propósito final de la actividad estética
a la que la forma puramente expresiva le sirve de medio. En otras palabras, la
contemplación estética nos habría de llevar a una recreación del mundo de la
vida, de una ilusión acerca de nosotros mismos o de un sueño tal como yo los
vivo y en los cuales yo, en tanto que su protagonista, no poseo una
expresividad externa (cf. supra). Pero este mundo sólo se constituye
mediante categorías cognoscitivas y estéticas, y a su estructura le es
profundamente ajena la estructura de una tragedia, comedia, etc., (estos
momentos pueden ser interesantemente aportados desde una conciencia ajena; ver supra
acerca del doble). Al fundirnos con Edipo, al perder nuestra posición fuera
de él, lo cual representa aquel límite hacia el cual tiende, según la estética
expresiva, la actividad estética, perderíamos en seguida lo “trágico”, y esta
actividad dejaría de ser para mí, en tanto que Edipo, una expresión mínimamente
adecuada y la forma de la vida vivida por mí; esta actividad se expresaría en
las palabras y actos de Edipo. Pero estos se vivirían por mí únicamente desde
el interior, desde el punto de vista de aquel sentido real que tienen en los
acontecimientos de mi vida, pero no desde el punto de vista de su significado
estético, es decir, como momento de la totalidad artística de la tragedia. Al
fundirme con Edipo, al perder mi figura fuera de él, dejo de enriquecer
el acontecimiento de su vida con un nuevo punto con un nuevo punto de vista
creativo inaccesible a él mismo desde su único lugar, o sea, dejo de enriquecer
este acontecimiento de su vida en tanto que auto-observador; pero con esto
mismo se aniquila la tragedia que venía a ser precisamente el resultado de este
enriquecimiento fundamental aportado por el autor-observador al acontecimiento
de la vida de Edipo. Porque el acontecimiento de la tragedia en tanto que
acción artística (y religiosa) no coincide con el acontecimiento de la vida de
Edipo, y sus participantes no son tan sólo Edipo, Yocasta y otros personajes,
sino también el autor-observador. En la totalidad de la tragedia como
acontecimiento artístico, el autor-observador es un ente activo y los personajes
son pasivos, salvado y expiados mediante una redención estética. Si el
auto-contemplador pierde su firme y activa posición fuera de cada uno de los
personajes, si se funde con ellos, se destruyen el acontecimiento artístico y
la totalidad artística como tal, en los cuales él, como persona creativamente
independiente, viene a ser un momento necesario; Edipo permanece a solas consigo
mismo sin ser salvado ni redimido estéticamente, la vida permanece inconclusa y
no justificada en un plano valorativo distinto del que corresponde a la vida real
de una persona real.
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