16 / LA NOCHE
¡Oh el estatuto del Partido Comunista Ruso! Con la levadura de las novelas
de nuestros autores rusos, te has abierto camino. A tres corazones solitarios,
apasionados como un Jesús de Riazan, los has convertidos en redactores de El
jinete rojo. Los has transformado para que pudieran escribir cada día una
hoja temeraria llena de valor y gallarda alegría.
Galin, con su catarata en el ojo, Slinkin y su pecho de tísico, Sichev con
sus tripas enfermas, van y vienen por el estéril polvo de la retaguardia
sembrando la rebeldía y el fuego de sus páginas por las filas de los valientes
cosacos en descanso, la chusma de los pícaros inscritos como traductores de
polaco y muchachos que Moscú envía para restablecerse entre nosotros en el tren
de la Sección Política.
Recién a la noche quedaba listo el periódico que era la mecha de dinamita
colocada bajo el ejército. En el cielo se apagaba la linterna bizca del sol de
la provincia; las luces de la imprenta llameaban indomables con la pasión de
las máquinas transportadas de pasión. Entonces, cerca de la medianoche, salía
Galin del vagón a temblar por los mordiscos del amor no correspondido hacia
Irina, la lavandera del tren.
-La última vez -decía Galin, estrecho de hombros, pálido y cegato- la
última vez, Irina, estudiamos la ejecución de Nicolás II, el Sanguinario,
fusilado por el proletariado en Ekaterinburg. Hoy queremos hablar sobre otros
tiranos, muertos como perros. Pedro III fue estrangulado por Orlov, el amante
de su mujer. A Pablo lo despedazaron los cortesanos y su propio hijo. Nicolás
Palkin se envenenó; se hijo cayó el 1 de marzo y su nieto murió alcoholizado.
Hay que saber esas cosas, Irina…
Y, levantando hacia la lavandera su ojo sano lleno de adoración, Galin
revolvía, incansable, las fosas de los zares caídos. Su figura encorvada,
recibía la luz de la luna que vagaba en el cielo como una hoz inoportuna. Las
máquinas de la imprenta repiqueteaban allí cerca y la estación de radio
resplandecía con pura luz. Recostada en el hombro del cocinero Vasili, Irina
escuchó el murmullo sordo e inepto del amor, mientras las estrellas se
arrastraban sobre ellos por las algas negras del cielo. La lavandera,
soñolienta, se hizo el signo de la cruz sobre sus labios carnosos (12) y miró a
Galin con ojos muy grandes…
Al lado de Irina bostezaba Vasili, el de grandes mofletes, que, como todos
los cocineros, despreciaba a la humanidad. Los cocineros están en íntimo
contacto con animales muertos y con el apetito de los vivos y, por eso, en
política no buscan más que cosas que no les conciernen. Así era también Vasili.
Subiéndose los pantalones hasta el pecho le preguntó a Galin por la lista civil
de diferentes reyes y por la dote de las hijas del zar. Y dijo luego,
bostezando:
-Es hora de dormir, Irina. Mañana será otro día. Vámonos a matar pulgas…
Cerraron la puerta de la cocina y dejaron a Galin solo, con la luna que
vagaba allá arriba como una hoz inoportuna… Bajo la luna, junto al estanque
dormido, estaba yo con mis lentes, mis forúnculos en el cuello y mis pies
vendados. Mi turbio cerebro de poeta se esforzaba por ingerir la lucha de clases
cuando se acercó Galin, con su catarata reluciente.
-Galin -le dije, abatido de lástima y soledad- estoy enfermo. Es probable
que esté llegando mi fin. Estoy cansado de la vida en nuestra Caballería Roja…
-Eres un llorón -me contestó Galin y vi que el reloj de su muñeca flaca
marcaba la una de la madrugada-. Eres un llorón y nosotros estamos condenados a
soportarlos a ustedes, los quejosos… Todo el Partido lleva delantales manchados
de sangre y mierda. Nosotros estamos sacando por ustedes la pulpa de la cáscara
del fruto; falta poco para que vean el fruto limpio. Entonces se sacarán el
dedo de la nariz y cantarán a la vida en una prosa extraordinaria. Pero
mientras tanto, llorones, quédense tranquilos y no vengan a importunarnos con
sus lamentos…
Se me acercó más, arregló las vendas flojas de mis costrosas heridas y dejo
caer la cabeza sobre su pecho de pájaro. La noche nos consolaba de nuestras
tristezas, la brisa nos envolvía como una falda maternal y la hierba relucía
fresca y húmeda.
Las máquinas que retumbaban en la imprenta del tren chirriaron y luego
enmudecieron. El amanecer trazó una línea en el horizonte y la puerta de la
cocina se entreabrió con un crujido. Cuatro pies de talones gruesos asomaron al
fresco, y vimos las amorosas pantorrillas de Irina y los dedos gordos de
Vasili, con sus uñas torcidas y negras.
-Vasilito -musitó la mujer con esa voz apagada de las hijas de Rusia- vete
ya de mi cama, fastidioso…
Pero Vasili se limitó a encoger la planta del pie, y se arrimó más a ella.
-La Caballería Roja -me dijo entonces Galin-, la Caballería Roja es un
truco de magia social llevado adelante por el Comité Central de nuestro
Partido. La Revolución colocó en primer plano la condición indómita del cosaco
empapada de muchos prejuicios, pero el Comité Central, maniobrando, los
extirpará como un cepillo de hierro.
Y se puso a hablar de la educación política de la Caballería Rusa. Habló
mucho tiempo, con una voz sorda, y con gran claridad. Su párpado se movía sobre
la catarata ciega y vi que brotaba sangre de sus palmas desgarradas.
Notas
(12) Gesto popular como conjuro de
las ganas de bostezar.
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