martes

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (31)


EL TEATRO TOSCO (1)

Siempre es el teatro popular el que salva a una época. A través de los siglos ha adoptado muchas formas, con un único factor en común: la tosquedad. Sal, sudor, ruido, olor: el teatro que no está en el teatro, el teatro en carretas, en carromatos, en tablados, con el público que permanece en pie, bebiendo, sentado alrededor de las mesas de la taberna, incorporado a la representación, respondiendo a los actores; el teatro en cuartos traseros, en falsas, en graneros; el teatro de una sola representación, con su rota cortina sujeta con alfileres a través de la sala, y otra, también rasgada, para ocultar los rápidos cambios de traje de los actores. Ese término genérico, teatro, abarca todo lo anterior, así como las resplandecientes arañas. He tenido muchas discusiones fracasadas con arquitectos que estaban trazando nuevos teatros; he intentado en vano encontrar las palabras con las que comunicar mi convicción de que el problema no es de los edificios buenos o malos: no siempre un hermoso local es capaz de originar una explosión de vida, mientras que un local fortuito puede convertirse en una tremenda fuerza capaz de aglutinar a público e intérpretes. Este es el misterio del teatro, y en la comprensión de dicho misterio radica la única posibilidad de ordenarlo como ciencia. En otras formas de arquitectura existe una relación entre el proyecto consciente, articulado, y el buen funcionamiento: un hospital bien diseñado puede ser más eficaz que otro trazado de manera confusa. Sin embargo, en materia de salas teatrales, el problema de su trazado no puede partir de un esquema lógico. No se trata de enunciar analíticamente cuáles son los requisitos necesarios y el mejor modo de combinarlos, puesto que así surgen por lo general salas domesticadas, convencionales, incluso frías. La ciencia de la construcción de locales de teatro ha de partir del estudio de lo que consigue la más vívida relación entre los seres humanos, quizá lograda con la asimetría, incluso con el desorden. Si es así, ¿cuál es la norma de este desorden? Un arquitecto sale mejor librado si trabaja como el escenógrafo, si mueve intuitivamente piezas de cartón en lugar de proyectar su modelo ateniéndose a un plano realizado con regla y compás. Si sabemos que el estiércol es un buen fertilizante, no es cuestión de irse con remilgos; si al parecer el teatro necesita un cierto elemento tosco, ha de aceptarse como parte de su abono natural. Al comienzo de la música electrónica, algunos estudios alemanes de grabación afirmaron que eran capaces de producir cualquier sonido emitido por un instrumento musical, con la diferencia de que lo mejoraban. Descubrieron luego que todos sus sonidos estaban caracterizados por cierta uniforme esterilidad. Analizaron los sonidos emitidos por clarinetes, flautas y violines, y observaron que cada una de las notas dadas por estos instrumentos contenía una alta proporción de simple ruido: el raspar del violín o la forzada respiración del aire al pasar por la madera. Desde el punto de vista de la pureza musical no era más que porquería y, sin embargo, los compositores pronto se vieron obligados a escribir porquería sintética, a “humanizar” sus composiciones. Los arquitectos siguen sin querer aceptar esta exigencia, y de ahí que año tras años las experiencias teatrales más vivas se realizan fuera de las salas construidas para ese propósito. Durante medio siglo Gordon Craig ejerció gran influencia sobre Europa debido a un par de representaciones que dio en una iglesia de Hampstead; la firma del teatro brecthiano, el medio telón blanco, tuvo su origen en una bodega en la cual Brecht tenía que tender un alambre de pared a pared. El teatro tosco está próximo al pueblo; trátese de un teatro de marionetas o se sombras animadas, como se da hoy día en algunos villorrios griegos, su característica es la ausencia de lo que se llama estilo. El estilo necesita ocio, mientras que un espectáculo montado en condiciones toscas es como una revolución, ya que todo lo que se tiene al alcance de la mano puede convertirse en un arma. El teatro tosco no recoge ni selecciona: si el público está inquieto, resulta más importante improvisar un gag que intentar mantener la unidad estilística de la escena. En el lujo del teatro de la clase alta todo puede ser de una pieza; en el teatro tosco el aporreo de un cubo puede servir de llamada para la batalla, la harina en el rostro sirve para mostrar la palidez del miedo. El arsenal es ilimitado: los apartes, los letreros, las referencias tópicas, los chistes locales, la utilización de cualquier imprevisto, las canciones, los bailes, el ruido, el aprovechamiento de los contrastes, la taquigrafía de la exageración, las narices postizas, los tipos genéricos, las barrigas de relleno. El teatro popular, liberado de la unidad de estilo, habla en realidad un lenguaje muy estilístico: por lo general, el público popular no tiene dificultad en aceptar incongruencias de inflexión o de vestimenta, o en precipitarse del mimo al diálogo, del realismo a la sugestión. Sigue el hilo de la historia, si saber que se han infringido una serie de normas. Martín Esslin ha escrito que los presos de la cárcel de San Quintín, que veían por primera vez en su vida una obra de teatro, al asistir a la representación de Esperando a Godot no tuvieron ningún problema en seguir lo que resultaba incomprensible al público que frecuenta las salas de teatro.

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