1ª edición WEB: Axxón / 1992
2ª edición WEB: elMontevideano Laboratorio de
Artes / 2019
DOS
El abominable hecho fue
descubierto durante una turbia mañana de la época en que los polos marcianos
comenzaban a deshelarse. Soplaban vientos saturados de polvo rojo que
enturbiaban la atmósfera del planeta, grandes tormentas magnéticas que inhibían
las trasmisiones de la Tierra y mutaban el carácter de las personas.
El lunes, el lujoso
consultorio hedía terriblemente cuando la limpiadora llegó a primeras horas de
la mañana. La mujer se descompuso, perdió el sentido, y el portero tuvo que
atenderla sobre la gruesa alfombra, cerca de los ascensores, mientras empezaban
a llegar las secretarias de los profesionales que atendían en el piso.
La gendarmería rodeó la
zona. Más tarde apareció la policía militar, y se acotó el límite a los
corresponsales de los noticieros y a los mirones callejeros. Los cuerpos (acaso
fuera para siempre *un solo cuerpo*) fueron retirados con un sigilo excepcional,
por medio de una gran manga de lona que se extendía de la puerta del edificio
hasta una ambulancia especialmente ancha.
Algunos días antes, con
rutinario sigilo, habían llegado a la terminal de la Curva unos altos oficiales
del SIS. Desde Berlín los habían llamado a la estación de Ankara, donde servían
habitualmente. Sin perder el tiempo, habían volado a la Zona Ingrávida, en el
Amazonas, y se habían unificado de inmediato con la primer curva estelar
captable. No mucho después, estaban en Marte.
Tal vez el hallazgo
aplacó la grave originalidad del caso, el urgir del viaje. Una semana después
el hecho se diluyó en un expediente secreto, aunque fomentó temerarios
comentarios en algún rincón de los exclusivos clubes de caballeros de la
metrópoli marciana, o luego en Nueva York, Berlín o Tokio en la Tierra. Además,
sería imprudente afirmar que el cuerpo fue cremado, o que aun se preservara
congelado o en el líquido conservador. Podría estar oculto, como tantas otras
pruebas de la existencia del “hecho” a través de la historia.
Un sabio antiguo
escribió: “En la historia universal las acciones de los hombres dan por
resultado algo distinto de lo proyectado y logrado, de lo que saben y quieren
inmediatamente. Los hombres realizan sus intereses, pero al mismo tiempo se produce
otra cosa que está escondida, de la que no se da cuenta su conciencia y no
entraba en sus previsiones.” Los sucesos que narraré tienen la sal de “esa cosa
escondida, que no entraba en sus previsiones”.
En el momento del
hallazgo del macabro -o memorable- fenómeno, el Sistema padecía unas peculiares
condiciones existenciales.
Superado el siglo XX, la
población de la Tierra se desmoldó de tal manera que fueron indispensables
drásticas e inéditas reformas en el sistema de gobierno. Este hecho apremiante
dio aun más potencialidad a la conquista del Sistema Solar, en búsqueda de
lugares habitables.
Primero fue Venus. Lo
exploraron superficialmente sin tardar en darse cuenta del fracaso. Sin
embargo, encontraron la extraordinaria Máscara Civilizadora, instrumento que
iría a cambiar la faz de la historia. Estaba dentro de una nave desconocida de
descomunales dimensiones a punto de naufragar corroída en el océano sulfúrico.
Luego llegaron a observar
de cerca a Mercurio, pero un campo de fuerza los abrazó y los arrastró hacia el
sol; apenas regresaron algunas naves de la flotilla.
Marte, seguidamente, fue
la victoria. No había tiempo para experimentar con los resultados y efectos de
la vida allí, durante algunas generaciones. El Sistema ideó un método
migratorio original e irreversible. Las condiciones físicas de Marte eran similares
a las de la Tierra, a la primera mirada. Si luego el planeta ejerciera
influencias psicológicas, o de otro tipo, que fueran inhóspitas o nocivas para
los humanos… se superarían.
La Máscara Civilizadora
de Venus no era más que una leve estructura de un metal desconocido, no disímil
a un casco de los que usaban los terráqueos del Medioevo. Los científicos no
pudieron discernir qué finalidad poseía. Hasta que un día, en un laboratorio,
un joven teniente se la colocó (se escindía por la mitad y tenía un par de
fosas para los ojos). Durante unos segundos el teniente trepidó, luego cayó
sentado sobre el piso. Se reía y el sonido de su carcajada vibraba por los ojos
de la Máscara. Después de un par de minutos, no sin desesperados esfuerzos del
teniente y sus colegas, chasqueó el cierre magnético. Los hombres sintieron la
confortación: el teniente sonreía muy feliz. Pero tenía la cabeza y el cuello
teñidos de color rojo. El pelo rojo, los ojos rojos, los dientes renegridos, la
lengua como borra de vino. Lo observaron. Había sido un individuo agresivo e
hiperquinético que había derrotado con denuedo a la Máquina Desaceleradora, y
ahora estaba calmado, demasiado calmado y sonriente.
-Está bien, muchachos.
¿Por qué me miran así? -había exclamado mostrando los dientes.
Este maravilloso ingenio
fue instalado en la Zona Ingrávida, y así fue posible sellar para siempre a
todos los emigrantes que irían a Marte. Tampoco hubo el tiempo necesario para
certificar la bondad ulterior de la aplicación. Siguieron estudiando al
teniente por el resto de su vida, y nunca supo nadie las conclusiones que
extrajeron de su conducta ulterior. Pero, para consuelo, los servicios dejaron
saber que el teniente estaba en mejoría, más retardado en sus acciones y
reacciones, más adaptado al Sistema, más capacitado para aprender y captar
todos los tipos de consejos que emitía la placa. Caminaba más despacio, se
alimentaba con parsimonia, violaba con tardanzas todos sus horarios, ser reía
sin fundamento, siempre lo poseía cierta somnolencia…
Las autoridades no
querían otra cosa para Marte. Tal vez, en algunas décadas calmarían con la Máscara
a toda la incorregible Tierra. (Sabemos que después lo harían, pero es otra
historia.)
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