2 / LA HUÍDA MÁGICA (4)
En
las “Crónicas de asuntos antiguos” de los japoneses aparece otra tremenda
fábula, pero de muy diferente sentido: la des descenso al mundo subterráneo de Izanagi,
el padre original de todas las cosas, para recobrar de la tierra del Arroyo
Amarillo a su difunta hermana y esposa Izanami. Ella fue a recibirlo a la
puerta del mundo inferior y él le dijo: “¡Oh tú, mi augusta y hermosa hermana
menor! ¡Las tierras que tú y yo hemos hecho no están terminadas todavía.
Regresa!” Ella contestó: “Es lamentable que no hubieras venido antes. He comido
el alimento de la tierra del Arroyo Amarillo. Sin embargo, como estoy subyugada
por el honor de la entrada aquí de mi augusto y hermoso hermano mayor, deseo
regresar. Discutiré el asunto privadamente con las deidades del Arroyo Amarillo.
¡Sé cuidadoso. No me mires!”
Se
retiró dentro del palacio, pero como permaneciera allí mucho tiempo, él no pudo
esperar más. Rompió uno de los dientes del peine que estaba metido en el
augusto lado izquierdo de su cabello y después de haberlo encendido como una
pequeña antorcha, entró y miró. Lo que vio fue un enjambre de gusanos y a
Izanami pudriéndose. Aterrorizado por la visión, Izanami huyó: “Me has puesto
en vergüenza.”
Izanami
mandó en su persecución a la Mujer Fea del mundo inferior. Izanagi, en plena
fuga, tomó el negro tocado de su cabeza y lo arrojó al suelo. Instantáneamente
se convirtió en uvas y mientras su persecutora se detenía a comerlas, continuó
su camino. Ella reanudó su persecución y estaba a punto de alcanzarlo. Él tomó
del lado derecho de su cabello un peine con muchos y muy apretados dientes, lo
rompió y lo arrojó al suelo. Instantáneamente se convirtió en retoños de bambú
y ella se detuvo a comerlos, mientras tanto, él huyó.
Entonces
su hermana menor mandó en su persecución las ocho deidades del trueno con mil
quinientos guerreros del Arroyo Amarillo. Él blandió el sable de diez empuñaduras
que augustamente portaba y avanzó haciendo molinetes detrás de él. Pero los guerreros
seguían persiguiéndolo. Al llegar a la frontera entre el mundo de los vivos y
la tierra del Arroyo Amarillo, tomó tres duraznos que allí crecían, esperó y
cuando el ejército se le vino encima, los tiró. Los duraznos del mundo de los
vivos hirieron a los guerreros de la tierra del Arroyo Amarillo, quienes se
volvieron y huyeron.
Finalmente,
se presentó en persona la augusta Izanami. Él tomó una roca que habría
necesitado de mil hombres para levantarla y con ella cerró el camino. Con la
roca entre ellos, de pie uno frente al otro cambiaron impresiones. Izanami
dijo: “Mi augusto y hermoso hermano mayor, si te comportas así, causaré cada día
la muerte de mil personas de tu reino.” Izanagi contestó: “Mi augusta y hermosa
hermana menor, si haces eso, haré que cada día paran mil quinientas mujeres.”
(9)
Habiendo
avanzado un paso más allá de la esfera creadora de Izanagi, el padre de todas
las cosas, para entrar en el campo de la disolución, Izanami había tratado de
proteger su hermano-esposo. Cuando hubo visto más de lo que debía ver, él
perdió la inocencia de la muerte, pero con su augusta voluntad de vivir,
levantó en forma de poderosa roca ese velo protector que todos hemos sostenido,
desde entonces, entre nuestros ojos y la tumba.
El
mito griego de Orfeo y Eurídice, y cientos de fábulas análogas de todo el mundo
sugieren, como esta antigua leyenda del Lejano Oriente, que a pesar del
evidente fracaso existe una posibilidad de retorno del amante con su perdido
amor desde el otro lado del umbral terrible. Es siempre una pequeña falta, un
síntoma ligero pero crítico de la fragilidad humana, lo que hace imposible una
relación abierta entre los dos mundos; de manera que se siente la tentación de
creer que si pudiera evitarse ese pequeño y malogrado incidente, todo marcharía
bien. En las versiones polinesias de la historia en que la pareja usualmente
logra escapar y en la tragedia griega Alcestes, en que también hay un
feliz retorno, el efecto no es reafirmativo sino sólo sobrehumano. Los mitos
del fracaso nos emocionan con la tragedia de vivir, pero los del éxito sólo por
lo increíbles. Sin embargo, si el monomito cumpliera lo que promete, no es el
fracaso humano ni el éxito sobrehumano lo que habría de mostrarnos, sino el éxito
humano. Ese es el problema de la crisis en el umbral del regreso. Primero
habremos de buscar en ella los símbolos sobrehumanos y luego buscaremos la
enseñanza práctica para el hombre histórico.
Notas
(9)
Ko-ji-ki, “Crónicas de asuntos antiguos” (712 d. c.), adaptado de la
traducción por C. H. Chamberlain, Transactions of the Asiatic Society of
Japan, vol. X, suplemento (Yokohama, 1882), pp. 24-28.
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