martes

JOSEPH CAMPBELL EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (87)


2 / LA HUÍDA MÁGICA (4)


En las “Crónicas de asuntos antiguos” de los japoneses aparece otra tremenda fábula, pero de muy diferente sentido: la des descenso al mundo subterráneo de Izanagi, el padre original de todas las cosas, para recobrar de la tierra del Arroyo Amarillo a su difunta hermana y esposa Izanami. Ella fue a recibirlo a la puerta del mundo inferior y él le dijo: “¡Oh tú, mi augusta y hermosa hermana menor! ¡Las tierras que tú y yo hemos hecho no están terminadas todavía. Regresa!” Ella contestó: “Es lamentable que no hubieras venido antes. He comido el alimento de la tierra del Arroyo Amarillo. Sin embargo, como estoy subyugada por el honor de la entrada aquí de mi augusto y hermoso hermano mayor, deseo regresar. Discutiré el asunto privadamente con las deidades del Arroyo Amarillo. ¡Sé cuidadoso. No me mires!”

Se retiró dentro del palacio, pero como permaneciera allí mucho tiempo, él no pudo esperar más. Rompió uno de los dientes del peine que estaba metido en el augusto lado izquierdo de su cabello y después de haberlo encendido como una pequeña antorcha, entró y miró. Lo que vio fue un enjambre de gusanos y a Izanami pudriéndose. Aterrorizado por la visión, Izanami huyó: “Me has puesto en vergüenza.”

Izanami mandó en su persecución a la Mujer Fea del mundo inferior. Izanagi, en plena fuga, tomó el negro tocado de su cabeza y lo arrojó al suelo. Instantáneamente se convirtió en uvas y mientras su persecutora se detenía a comerlas, continuó su camino. Ella reanudó su persecución y estaba a punto de alcanzarlo. Él tomó del lado derecho de su cabello un peine con muchos y muy apretados dientes, lo rompió y lo arrojó al suelo. Instantáneamente se convirtió en retoños de bambú y ella se detuvo a comerlos, mientras tanto, él huyó.

Entonces su hermana menor mandó en su persecución las ocho deidades del trueno con mil quinientos guerreros del Arroyo Amarillo. Él blandió el sable de diez empuñaduras que augustamente portaba y avanzó haciendo molinetes detrás de él. Pero los guerreros seguían persiguiéndolo. Al llegar a la frontera entre el mundo de los vivos y la tierra del Arroyo Amarillo, tomó tres duraznos que allí crecían, esperó y cuando el ejército se le vino encima, los tiró. Los duraznos del mundo de los vivos hirieron a los guerreros de la tierra del Arroyo Amarillo, quienes se volvieron y huyeron.

Finalmente, se presentó en persona la augusta Izanami. Él tomó una roca que habría necesitado de mil hombres para levantarla y con ella cerró el camino. Con la roca entre ellos, de pie uno frente al otro cambiaron impresiones. Izanami dijo: “Mi augusto y hermoso hermano mayor, si te comportas así, causaré cada día la muerte de mil personas de tu reino.” Izanagi contestó: “Mi augusta y hermosa hermana menor, si haces eso, haré que cada día paran mil quinientas mujeres.” (9)

Habiendo avanzado un paso más allá de la esfera creadora de Izanagi, el padre de todas las cosas, para entrar en el campo de la disolución, Izanami había tratado de proteger su hermano-esposo. Cuando hubo visto más de lo que debía ver, él perdió la inocencia de la muerte, pero con su augusta voluntad de vivir, levantó en forma de poderosa roca ese velo protector que todos hemos sostenido, desde entonces, entre nuestros ojos y la tumba.

El mito griego de Orfeo y Eurídice, y cientos de fábulas análogas de todo el mundo sugieren, como esta antigua leyenda del Lejano Oriente, que a pesar del evidente fracaso existe una posibilidad de retorno del amante con su perdido amor desde el otro lado del umbral terrible. Es siempre una pequeña falta, un síntoma ligero pero crítico de la fragilidad humana, lo que hace imposible una relación abierta entre los dos mundos; de manera que se siente la tentación de creer que si pudiera evitarse ese pequeño y malogrado incidente, todo marcharía bien. En las versiones polinesias de la historia en que la pareja usualmente logra escapar y en la tragedia griega Alcestes, en que también hay un feliz retorno, el efecto no es reafirmativo sino sólo sobrehumano. Los mitos del fracaso nos emocionan con la tragedia de vivir, pero los del éxito sólo por lo increíbles. Sin embargo, si el monomito cumpliera lo que promete, no es el fracaso humano ni el éxito sobrehumano lo que habría de mostrarnos, sino el éxito humano. Ese es el problema de la crisis en el umbral del regreso. Primero habremos de buscar en ella los símbolos sobrehumanos y luego buscaremos la enseñanza práctica para el hombre histórico.

Notas

(9) Ko-ji-ki, “Crónicas de asuntos antiguos” (712 d. c.), adaptado de la traducción por C. H. Chamberlain, Transactions of the Asiatic Society of Japan, vol. X, suplemento (Yokohama, 1882), pp. 24-28.

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