2 / LA HUÍDA MÁGICA (3)
Las fuerzas del abismo no
deben ser retadas con ligereza. En el Oriente se da mucha importancia al
peligro de llevar a cabo las psicológicamente perturbadoras prácticas del yoga
sin una supervisión competente. Las meditaciones del neófito deben ajustarse a
sus progresos, de manera que la imaginación sea defendida en cada uno de sus
pasos por devatas (deidades adecuadas, visiones) hasta que llegue el
momento en que el espíritu preparado pueda avanzar solo. Como observa
sabiamente el doctor Jung: “La función incomparablemente útil del símbolo
dogmático es que protege a la persona de la experiencia directa de Dios en
tanto que esa persona no se exponga en forma perjudicial. Pero si… deja su
hogar y familia, vive mucho tiempo solo, mira demasiado profundamente en el
espejo oscuro, entonces el tremendo suceso del encuentro puede caer sobre él.
Aun entonces el símbolo tradicional, llegando a la madurez a través de los
siglos, puede operar como corriente cicatrizante y hacer cambiar de rumbo la
fatal incursión de la divinidad viva hacia los consagrados recintos de la
iglesia.” (7) Los objetos mágicos que deja caer el héroe impulsado por el
pánico -interpretaciones protectoras, principios, símbolos, racionalizaciones,
todo- retrasan y absorben la fuerza del Lebrel del Cielo en movimiento, permitiendo
que el aventurero se ponga a salvo, tal vez con la posesión de un don. Pero los
esfuerzos requeridos no son siempre ligeros.
Una de las más fabulosas
fugas con obstáculos es la del héroe griego Jasón. Había decidido ganar el
Vellocino de Oro. Después de hacerse a la mar en el magnífico Argos con una
gran compañía de guerreros, navegó en dirección al Mar Negro y aunque retrasado
por muchos fabulosos peligros, llegó al fin, muchas millas más allá del
Bósforo, a la ciudad y al palacio del rey Aetes. Detrás del palacio estaban el
bosque y el árbol del premio guardado por un dragón.
La hija del rey, Medea,
concibió una pasión desenfrenada por el ilustre visitante extranjero y cuando
el rey le impuso una tarea imposible como precio por el Vellocino de Oro, ella
compuso hechizos que lo ayudaron a triunfar. La tarea consistió en arar cierto
campo utilizando todos de aliento llameante y pies de bronce; luego, sembrar el
campo con dientes de dragón y matar a los hombres armados que inmediatamente
habrían de brotar de tal semilla. Pero con el cuerpo y la armadura ungidos con
los hechizos de Medea, Jasón dominó a los toros; y cuando el ejército nació de
la simiente del dragón, tiró una piedra en medio de ellos, que los hizo
volverse y enfrentarse, de manera que se mataron los unos a los otros.
La enamorada joven
condujo a Jasón a la encina de la cual colgaba el Vellocino de Oro. El dragón
que la guardaba tenía cresta, una lengua de tres puntas; unas fauces con
terribles colmillos encorvados; pero con el jugo de cierta hierba la pareja
hizo dormir al formidable monstruo. Cuando Jasón se apodero del premio, Medea
huyó con él y Argos se hizo a la mar. Pero en seguida el rey salió en su
persecución. Cuando Medea vio que los veleros de su padre los alcanzaban, persuadió
a Jasón para que matara a Aspirtos, su joven hermano que había huido con ella y
tirara al mar los pedazos del cuerpo desmembrado. Esto forzó al rey Aetes, su
padre, a detenerse para rescatar los restos y regresar a tierra a hacerles un
funeral digno. Mientras tanto, el Argos voló con el viento y se perdió de
vista. (8)
Notas
(7) C. G. Jung, The Integration os Personality,
p. 59.
(8) Ver Apolonio de Rodas,
Argonáutica; la fuga se refiere en el Libro IV.
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