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“¡LEVÁNTENSE!
AUN DESPUÉS DE QUE
SE
DERRAME LA SANGRE”, DICE LA CONQUISTA,
NUESTRA
SEÑORA DE LOS CONQUISTADOS
Masacre de los soñadores:
La Madre Maíz (6)
Ahora, al pasado otra vez, para entender más de la
indestructibilidad de la Madre
La masacre de los soñadores (3)
Santa sangre de los soñadores: la Madre es
nutrida por nosotros, y nos nutre a su vez
Esta leyenda parecería tan sólo funesta si no fuera por el símbolo de esa
sangre de los soñadores que se hunde en la tierra y viaja a lo largo y ancho.
Pues en sucesivas generaciones de mexicanos, de esos mismos campos
sangrientos, el pueblo tribal ahora esclavizado siguió sin embargo
fortaleciéndose año tras año, década tras década, directamente de la sangre en
el suelo que se filtró hacia arriba para nutrir al maíz. La Gran Guerra
del Grano, el grano de la Gran Mujer, volvió a erguirse una y otra vez.
Aunque deshumanizado, el pueblo que cuidó los cultivos hasta su madurez
comió de los mismos, alimentados con la sangre de sus propios soñadores
sagrados.
Moctezuma pensó que podía matar el Futuro asesinando a los soñadores. No
sería el primero ni el último dictador en intentar hacerlo. Los conquistadores
pensaban que podían matar a voluntad a cualquiera que se les opusiera. Los
que vinieron después creyeron que podían matar a la Santa Madre al matar las
almas de la gente.
Poco sabían que podían matar a todos los que estuvieran a la vista, pero no
a la Madre que estaba dentro del alimento básico más común de los indios,
la semilla de la vida, el simple grano de maíz.
Por eso, era “la gente” la que tenía el oro verdadero, la clase de oro que
los conquistadores no podían ver, no podían corromper, no podían robar, que de
hecho no codiciaban, que de hecho pasaron completamente por alto: el grano
dorado, el maíz, la Madre dorada que ahora era nutrida por la lluvia,
mezclada con la sangre derramada y mezclada con las lágrimas de la Madre por
sus hijos. Así, Xilonen no fue olvidada. La tierra y el pueblo fueron
conquistados, pero la Gran Madre no pudo ser conquistada.
No importa lo que todos los demás hicieran para erradicarla, los sueños de
la gente con Ella seguían en las noches, incluso cuando sus imágenes y su idea
mismo a menudo estaban prohibidas durante el día.
Pero la plétora de los sueños sobre la Madre siguió: se guardaron,
compartieron, entendieron, discutieron, se aprendió de ellos. Los sueños de la
Madre vinculaban a la gente con las imágenes que cargaban mucho antes de que
los invasores llegaran cabalgando; es decir, conectaban con el antiguo Corazón
inmaculado del Mundo, con el Sagrado Corazón ancestral, amos apreciados por el
pueblo como los Corazones de Santidad inestimable.
Desde el suelo mismo, Ella y sus soñadores siguieron regresando a la gente.
Ella continuó volviendo y volviendo a la gente una y otra vez, multiplicándose
una y otra vez, temporada tras temporada para mostrar su amor perdurable, y
nutriente, tal como un sueño protector y visionario retorna una y otra vez para
inocularnos con fuerza.
No hay persona vida en la tierra hoy que no haya comido el maíz de
los mártires, el maíz de la Madre de cualquier nación destrozada por la
guerra, pues el maíz desde los tiempos más remotos se ha cultivado en cada
terreno sobre el planeta con excepción de la Antártida, y quizás incluso ahí
antes del advenimiento de alguna Era del Hielo hace mucho.
Así, todos los que hemos comido de un cultivo dorado nutrido por sangre
inocente derramada sobre la tierra podríamos quizás ser llamados a soñar por
otros además de nosotros mismos: para ver lo bueno y lo no tan bueno; para
soñar ideas, ayudas, entradas, salidas, esperanzas que puedan nutrir a la
gente; para prepararla hacia el futuro, pero más que nada, para sustentar sus
almas, pase lo que pase.
Quizás fu esta leyenda, la Masacre de los Soñadores, nacida en el México de
y posterior a Cortés, la que dio paso a uno de esos que comieron el grano
dorado, uno de los primeros miles de nuevos soñadores que surgieron después de
décadas de guerra y destrucción, el pequeño Santo Don Diego, cuyo
verdadero nombre era Cuauhtlatoatzin, también conocido como el Cuauhtémoc, El
Águila que habla.
Él es quien se soñó más allá del cerro de Tepeyac, donde alguna se levantó
el templo de la Santa Madre con la advocación de Tonantzin, que significaba,
entre muchos otros nombres. “Honrada Abuela”, “Raíz vital del Maíz” y “Madre
del Maíz”, “Siete Flores”, “Madre de las Piedras Preciosas”.
Ahí, exactamente en ese mismo cerro, Don Diego Cuauhtémoc entendió una
nueva idea, una nueva aparición de la Gran Mujer, que se presentó ante él con
el nombre de Guadalupe. Dijo que Ella lo atrajo con un dulce aroma, y que
cuando se acercó más vio flores que se abrían y hermosas gemas que brillaban en
la tierra a su alrededor. Y su voz y sus palabras eran hermosas.
Algunos dicen que la Madre se soñó tanto ante su gente que pudo realmente
ser vista por un pequeño y apacible hombre moreno, un sobreviviente que fue
subyugado pero se volvió a levantar, uno que estuvo comiendo del gran dorado
que brotó de la carne misma de los soñadores, los mártires, que fluyó al
interior de la Madre Sagrada y dio brillo a su piel hermosamente colorida.
Esto seríamos nosotros también
Así como nuestra Madre,
la Madre Maíz nos ha mostrado
la manera de regresar:
planta
solo
una
semilla.
Sabemos cómo plantar
cualquier pequeña semilla que quede de nosotros…
pues somos los hijos de los soñadores
somos lo hijos de los mártires,
somos los hijos de nuestra Madre, para siempre.
Somos la última semilla
cubierta de sangre…
siempre volveremos a levantarnos
y a vivir otra vez…
siempre encontraremos maneras
de multiplicarnos,
de prosperar,
de vivir de nuevo en la tierra,
mientras giramos por los cielos…
en los brazos de nuestra Madre.
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