miércoles

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (24) - MIJAIL. BAJTIN


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Tales son los elementos constitutivos del cristianismo. En su desarrollo desde el punto de vista de nuestro problema, notamos dos corrientes. En una, salen al primer plano las tendencias neoplatónicas: el otro es ante todo un yo-para-mí; la carne en sí misma, tanto en mí como en el otro, es mala. En la otra encuentran su expresión ambos principios de la actitud valorativa en su particularidad: la actitud hacia uno mismo y la actitud hacia el otro. Por supuesto, estas dos corrientes no existen en su aspecto puro, sino que representan dos tendencias abstractas, y en todo fenómeno concreto sólo puede predominar una de ellas. Con base en la otra tendencia encontró su desarrollo la idea de la transfiguración de la carne en Dios como en otro para él. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, (20) es la esposa de Cristo. (21) El comentario de Bernardo de Claraval al Cantar los Cantares. (22) Finalmente, la idea de la bienaventuranza como descenso desde afuera de un perdón justificador, y la aceptación de lo dado, que es por principio pecaminoso y que no puede superarse a sí mismo desde adentro. Allí mismo se incorpora la idea de la confesión (arrepentimiento hasta el fin) y de la absolución. Desde el interior de mi arrepentimiento aparece la negación de la totalidad de mí mismo; desde el exterior aparece la reconstitución y el perdón (Dios como el otro). El hombre por sí mismo sólo puede arrepentirse; absolverlo sólo puede el otro. La segunda tendencia del cristianismo encuentra su expresión en la aparición de San Francisco de Asís, de Giotto y de Dante. (23) En la conversación con San Bernardo en el Paraíso (24) Dante expresa la idea de que nuestro cuerpo no resucitaría por sí mismo, sino por los que nos quieren, nos quisieron y conocieron nuestro único rostro.

La rehabilitación de la carne en la época del Renacimiento tiene un carácter mixto y confuso. La pureza y la profundidad de la aceptación de San Francisco, Giotto y Dante fue perdida, y la ingenua aceptación de la antigüedad clásica no pudo ser reconstruida. El cuerpo buscó y jamás encontró un autor con autoridad que en su nombre hubiese creado un artista. De allí que aparezca la soledad del cuerpo renacentista. Pero en los fenómenos más importantes de esta época se manifiesta un influjo de San Francisco, Giotto y Dante, aunque ya no en su pureza interior (Leonardo, Rafael, Miguel Angel). En cambio, la técnica de representación alcanza un desarrollo poderoso, a pesar de que carezca a menudo de un portador puro y con autoridad. La aceptación ingenua del cuerpo de la antigüedad clásica, no separada aun de la unidad corporal del mundo externo de otros, puesto que la autoconciencia de su yo-para-mí aun no se ha aislado y el hombre aun no ha llegado a una actitud pura hacia su persona distinta por principio de su actitud hacia los otros, no pudo ser reconstruida después de la experiencia interior de la Edad Media, y, junto con los clásicos, no podía dejarse de leer y comprender a San Agustín (Petrarca, Bocaccio). (25) También era fuerte el momento sexual como desintegrador, y la muerte epicúrea se reforzó. El ego individualista en la idea del hombre del Renacimiento. Sólo el alma puede ser aislada, pero no el cuerpo. La idea de la gloria representa una asimilación parasitaria de la palabra del otro, carente de autoridad. Durante los dos siglos siguientes, la extraposición autoritaria con respecto al cuerpo se pierde definitivamente, y luego degenera por fin en el organismo como conjunto de necesidades del hombre natural de una época de la Ilustración. La idea del hombre iba creciendo y enriqueciéndose, pero en otro sentido, no como la enfocamos nosotros. La cientificidad positivista definitivamente redujo el yo y el otro a un denominador común. El pensamiento político. La rehabilitación sexual del romanticismo. (26) La idea del derecho del hombre en tanto que otro. Esta es la historia breve, sólo en sus rasgos más generales e inevitablemente incompleta, del cuerpo en la idea del hombre.

Notas

(20) La idea que se desarrolla en las epístolas del apóstol Pablo: “…del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchas partes y todas las partes del cuerpo, aun siendo muchas, forman un solo cuerpo, así también Cristo. Todos nosotros, ya seamos judíos o griegos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar el único cuerpo” (I Corintios XII, 12-13); más adelante se habla de que el cuidado necesario de las partes más bajas del cuerpo aparece como norma de relaciones cálidas en la comunidad de la iglesia, donde debe haber “más cuidado para las partes menos estimadas”). Es por eso que la unión del cristiano con Cristo no es sólo espiritual sino corporal en su aspecto muy importante: “…el cuerpo no es para la inmoralidad sexual, sino para el Señor; y el Señor para el cuerpo…, que sus cuerpos sirvan para dar gloria a Dios” (I Cor, VI, 13, 20). El misterio de tal unión hasta cierto punto es comparable con la apertura de la cerrazón corporal del individuo en la convivencia de esposos y en general de hombre y mujer que se convierten según la Biblia en “una sola carne” (Génesis, II, 24); ver más adelante en Bajtin acerca de la fusión sexual en “un solo cuerpo interior”. Dentro de los límites de la visión cristiana del mundo, esta confrontación no sólo no cancela sino que, al contrario, fundamenta agudamente el principio ascético de la castidad del cuerpo: “¿Acaso no saben que sus cuerpos son parte de Cristo? ¡No pueden arrebatar esa parte del cuerpo para hacerla parte de una prostituta! El que se une con una prostituta, llega a ser un solo cuerpo con ella. Pues la Escritura dice: los dos serán una sola carne. En cambio, el que se une al Señor, se hace con él un mismo espíritu. Deshágase totalmente las relaciones sexuales prohibidas. Todo otro pecado que cometa el hombre es algo exterior a él. Al contrario, el que tiene relaciones sexuales prohibidas peca contra su propio cuerpo” (I Cor., 15-18).

(21) En uno de los textos del Nuevo Testamento (Efesios, v, 22-23) se habla de las relaciones entre Cristo y la Iglesia (esto es, de la comunidad de todos los creyentes) como un paradigma ideal de las relaciones entre marido y mujer en el “gran misterio” del matrimonio. En esta perspectiva, marido y mujer son una especie de “ícono” de Cristo y la Iglesia. Por otra parte, la Jerusalén Celeste, que simboliza a la Iglesia triunfante (eso es, a la comunidad de los creyentes ya en la eternidad, más allá de los conflictos terrenales), el Apocalipsis más de una vez la nombra esposa y novia del Cordero (Cristo) “…han llegado las bodas del Cordero y su esposa ya está lista” (Apocalipsis XIX, 7); “Entonces vi la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, del lado de Dios, embellecida como una novia engalanada en espera del prometido (Apocalipsis XXI, 2).

(22) Los sermones de Bernardo de Claraval con motivo del Cantar de los Cantares, que interpretan las imágenes sensuales como la descripción de un ardiente amor espiritual a Dios, continuaron la tradición fundada ya por los primeros pensadores cristianos (sobre todo por Gregorio Niceno), y a su vez impulsaron los motivos del Gottesminne (amor a Dios) en la mística alemana y neerlandesa de la alta Edad Media (Hildegard de Bingen, Mechthild de Magdeburgo, Meister Eckart, Heinrich Suso, Ruisbrock y otros).

(23) El misticismo de San Francisco de Asís se caracteriza por frescura y entusiasmo popular: la naturaleza es un mundo misterioso y luminoso que clama por el amor del hombre, la astucia del demonio carece de fuerza y es digna de risa, la doctrina acerca de la predeterminación de la perdición del alma es un invento de Satanás. Personificando al sol y a la luna, al fuego y al agua, a las virtudes cristianas y a la muerte, San Francisco se les dirigía como en un cuento popular, llamándolos hermanos; la vivencia de esta hermandad de todas las criaturas de Dios que une el mundo del hombre con el de la naturaleza está expresada en el Canto del Sol, un profundo poema lírico en lengua vernácula. El “hermano asno” forma parte de la misma hermandad como parte de la naturaleza; es el propio cuerpo de San Francisco el que sufre el severo trato ascético, pero no se rechaza ni se maldice: “hermano Asno” es una denominación del cuerpo, llena de un suave humorismo, que aporta ciertas correcciones al entusiasmo ascético. Lo cual efectivamente está muy alejado de la atmósfera del neoplatonismo. Permaneciendo en el cauce de la percepción cristiana del mundo, San Francisco anticipa aquella necesidad de renovación para las formas de la cultura medieval por la cual fue engendrado el renacimiento italiano. De allí la importancia de su imagen para dos precursores del Renacimiento: Giotto di Bondone y Dante Alighieri. Una fidelidad personal al recuerdo de San Francisco de Asís había sido un hecho biográfico de ambos: Giotto por ello puso a uno de sus hijos el nombre de Francisco, y a una de sus hijas, Clara (por el nombre de la partidaria de San Francisco); en cuanto a Dante, este, por lo que parece, se hizo franciscano terciario, miembro de una hermandad laica asociada a la orden de los minoristas. El realismo de Giotto, que hizo tambalear el convencionalismo medieval, se había formado en la elaboración de un ciclo de murales con el tema de la vida de San Francisco, con episodios pintorescos y vigorosos (las pinturas de la iglesia de San Francisco de Asís). Chesterton dice en su ensayo Giotto y San Francisco, acerca de los postulados de la fe cristiana: “Las verdades se convertían en severos dogmas semejantes a los íconos bizantinos simples como dibujo técnico. En los sermones de Francisco y en los frescos de Giotto estas verdades se hicieron populares y vivas cual pantomimas. Los hombres empezaron a representarlas como una obra teatral y no como un esquema únicamente… Lo que estoy diciendo está muy bien expresado en la leyenda sobre el muñeco de madera que hubiese revivido en manos de Francisco, lo cual está representado en uno de los murales de Giotto.” Un profundo elogio a San Francisco atribuye Dante a Santo Tomás de Aquino (Paraíso, XII); muchas menciones de su imagen aparecen en otros pasajes de la Divina comedia.

(24) Paraíso, XXX-XXXII. En el texto del poema no existe un lugar determinado al cual aisladamente y fuera del contexto podrían referirse las palabras de Bajtin; más bien estas resumen el sentido de una serie de enunciados de Dante.

(25) Ver la nota 36.

(26) El autor se refiere antes que nada a la consigna de la llamada rehabilitación de la carne, que caracteriza la ideología de la Joven Alemania durante el período anterior a la revolución de 1848, aunque preparada por el pensamiento del romanticismo; hay que señalar especialmente el misticismo esotérico del sexo y de la vida orgánica en Novalis (Fragmentos), así como la afirmación sumamente decidida, y además absolutamente seria y carente de toda frivolidad, del principio sensual, en la famosa novela de Friedrich Schlegel Lucinda (1799). Antes, a la sensualidad se le daba un lugar que, por muy importante que fuera (cf, las costumbres de la época rococó), siempre estaba marcado por la frivolidad, que el romanticismo destruye.

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