martes

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (22) - MIJAIL. BAJTIN


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En todas las concepciones importantes, desarrolladas y concluidas, éticas, estéticas y religiosas, del cuerpo, este suele generalizarse y no diferenciarse, pero con esto inevitablemente predomina o bien el cuerpo interior o bien el exterior, ora el punto de vista subjetivo, ora el objetivo; bien en la base de una experiencia viva de la que se desarrolla la idea del hombre aparece la vivencia propia, bien se trata de la vivencia del otro hombre; en el primer caso el fundamento sería la categoría valorativa del yo, a la cual se reduce también el otro, en el segundo se trataría de la categoría del otro, que también abarca al yo. En el primer caso, el proceso de la constitución de la idea del hombre (hombre como valor) podría ser expresada de la siguiente manera: el hombre soy yo tal como estoy viviendo a mi persona y los otros son idénticos a mí. En el segundo caso, la cuestión se plantea así: el hombre más bien se identifica con los otros hombres que me rodean, tal como yo los percibo, y yo soy igual a los otros. De esta manera, o bien se reduce el carácter específico de la vivencia propia bajo la influencia de otros hombres, o bien disminuye el carácter propio de la vivencia del otro bajo la influencia de la vivencia propia, y para complacerla. Por supuesto, sólo se trata de la predominancia de uno u otro momento como algo que determina valorativamente; ambos momentos forman parte de la totalidad del hombre.

Está claro que en la importancia determinante de la categoría del otro para la conformación de la idea del hombre va a predominar la apreciación estética y positiva del cuerpo: el hombre está plasmado y es importante desde el punto de vista pictórico y plástico; mientras tanto, el cuerpo interior tan sólo se adjunta al exterior reflejándolo, siendo consagrado por el último. Todo lo corporal fue consagrado por la categoría del otro, se vivió como algo directamente valioso y significativo, la autodefinición valorativa interna estuvo sometida a una definición exterior a través del otro y para el otro, el yo-para-mí se disolvió en el yo-para-otro. (11) El cuerpo interior se vivía como un valor biológico (el valor biológico de un cuerpo sano es vacío y dependiente, y no puede originar nada creativamente productivo y culturalmente significativo, sólo puede reflejar un valor de otro tipo, principalmente el estético, pero de por sí este valor es “precultural”). La ausencia del reflejo gnoseológico y del idealismo puro. (Husserl.) Zelinski. El momento sexual estaba lejos de ocupar un lugar predominante porque es hostil a la plasticidad. Sólo con la aparición de las bacantes (12) empieza a incorporarse una corriente distinta, en realidad oriental. Dentro de lo dionisíaco predomina una vivencia interna pero no solitaria del cuerpo. Las facetas plásticas empiezan a decaer. Un hombre plásticamente concluido -el otro- se ahoga en una vivencia sin cara, pero unitaria e intracorporal. Pero el yo-para-mí aun no se aísla y no se contrapone a los otros como una categoría esencialmente diferente de vivencia de hombre. Para esto apenas se va preparando el terreno. Pero las fronteras ya no son sagradas y empiezan a agobiar (añoranza de individuación); lo interior perdió su autoritaria forma exterior, pero todavía no ha encontrado una “forma” espiritual (no la forma en sentido exacto, porque esta ya no tiene carácter estético, el espíritu se plantea a sí mismo). El epicureísmo ocupa una posición mediadora particular: aquí el cuerpo vuelve a ser organismo, se trata del cuerpo interior (13) en tanto que conjunto de necesidades y satisfacciones, pero es un cuerpo que aun no se aísla y que aun lleva un matiz, aunque débil, del valor positivo del otro; pero todos los momentos plásticos y pictóricos ya están apagados. Una leve ascesis señala la anticipación de la consistencia del cuerpo interno y solitario en la idea del hombre concebida en la categoría del yo-para-mí, como espíritu. Esta idea empieza germinar en el estoicismo: muere el cuerpo exterior y se inicia la lucha con el cuerpo interior (dentro de sí mismo y para sí) como algo irracional. Un estoico se abraza a una estatua para enfriarse. (14) En la base de la concepción del hombre se coloca la vivencia propia (el otro soy yo), de allí que aparezca la dureza (el rigorismo) y la fría falta de amor en el estoicismo. (15). Finalmente, la negación del cuerpo alcanza su punto superior (la negación de mi cuerpo) en el neoplatonismo. (16) El valor estético casi muere. La idea del nacimiento vivo (del otro) se substituye por el autorreflejo yo-para-mí en la cosmogonía donde yo engendro al otro dentro de mí sin abandonar mis límites y permaneciendo solo. El carácter peculiar de la categoría del otro no se afirma. La teoría de la emanación: yo me pienso a mí mismo, yo en tanto que alguien pensado (producto del autorreflejo) me separo del yo pensante; tiene lugar un desdoblamiento, se crea una nueva persona y esta a su vez se desdobla en el reflejo propio, etc.: todos los acontecimientos se concentran en el único yo-para-mí sin la aportación del nuevo valor del otro. En la diada yo-para-mí y yo, así como yo aparezco frente al otro, el segundo miembro se piensa como una mala limitación y como tentación, en tanto que algo carente de realidad esencial. Una actitud pura hacia uno mismo -y esta carece de todo momento estético y sólo puede tener carácter ético y religioso- llega ser el único principio creativo de la vivencia valorativa y de la justificación del hombre y del mundo. Pero dentro de la actitud hacia uno mismo no se vuelven imperativas reacciones tales como ternura, condescendencia, favor, admiración, o se las reacciones que pueden ser abarcadas por la única palabra que es la “bondad”: no se puede entender y justificar la bondad respecto a sí mismo como principio de la actitud hacia la dación, aquí tenemos que ver con la región del planteamiento puro que rebasa todo lo dado, lo existente como algo malo, así como todas las reacciones que constituyen y consagran lo dado. (El eterno rebasarse a sí mismo con base en el autorreflejo.) El ser se consagra a sí mismo en el inevitable arrepentimiento del cuerpo. El neoplatonismo representa una comprensión más pura y más consecuentemente llevada a cabo del hombre y del mundo con base en la vivencia propia pura: todo -el universo, Dios, los hombres- son sólo un yo-para-mí; su juicio acerca de ellos mismos es el más competente y último, el otro no tiene voz; el hecho de que todos ellos también sean un yo-para-otro es casual e inconsistente y no origina una apreciación nueva. De allí que aparezca la negación más consecuente del cuerpo: mi cuerpo no puede ser valor para mí mismo. Una autoconservación totalmente espontánea no es capaz de originar un valor a partir de misma. Al conservar a mi persona, yo no me estoy apreciando: esto sucede fuera de toda apreciación y justificación. El organismo vive simplemente, pero no se justifica desde el interior de sí mismo. La bienaventuranza de la justificación sólo puede descender hacia él desde el exterior. Yo mismo no puedo ser autor de mi propia valoración, así como yo no puedo elevarme agarrándome de la cabellera. La vida biológica del organismo sólo llega a ser valor mediante la compasión y la piedad de parte del otro (la maternidad), con lo cual se introduce en un nuevo contexto valorativo. Valorativamente, son profundamente diferentes mi hambre y el hambre que experimenta otro ser: en mí, el deseo de comer es un simple “tener ganas”, “tener hambre”, en el otro este deseo llega a ser sagrado para mí, etc… Allí donde no se permite la posibilidad y la justificación de una valoración con respecto al otro, imposible e injustificada con respecto a uno mismo, donde el otro como tal no tiene privilegios -en tal situación el cuerpo como portador de vida corporal para el sujeto mismo debe negarse categóricamente (donde el otro no crea un nuevo punto de vista).

Notas

(11) Cf. la característica de la actitud hacia lo corporal surgida independientemente en el libro de S.S.Avérintsev, Poetika rannevizantiyskoi literatury, Moscú, p. 62

(12) En el momento de la elaboración del presente trabajo, la tardía aparición del culto orgiástico de Dionisos, proveniente de Tracia, a principios del siglo VI a.c., no despertaba la menor duda. Sin embargo, actualmente se han descubierto los orígenes creto-micénicos de este culto.

(13) La máxima de Epicuro: “Vive inadvertido”, en la época antigua se vivía como desafío a la publicidad con la que se vincula indisolublemente la concepción de la dignidad humana surgida en la polis griega. Plutarco es autor de una pequeña obra polémica con características de libero intitulada ¿Estará bien dicho: “vive inadvertido”?, en la cual se dirigía a Epicuro de la siguiente manera: “Pero si tú quieres expulsar de la vida la publicidad, como en un banquete apagan la luz para poder entregarse a todo tipo de placeres en la oscuridad, entonces puedes decir: ‘vive inadvertido’. Desde luego si yo tengo la intención de convivir con la hetaira Hedia o con Leoncio, si quiero ‘escupir en lo bello’ y ver el bien en ‘las sensaciones carnales’, estas cosas sí requieren el olvido y el anonimato y la oscuridad de la noche… Pero a mí me parece que la misma vida, el hecho de aparecer en el mundo y participar en el alumbramiento, se nos dan por la divinidad para que de ello se sepa… Aquel que permanece en el anonimato, se viste de tinieblas y se entierra en vida, parece que está descontento de haber nacido y rechaza la existencia” (De latent, vivendo, 4, 6).

(14) Este ejercicio ascético se relaciona con el nombre de Diógenes de Sinope que no fue estoico sino cínico: “Deseando templar su cuerpo, en verano se acostaba en la arena caliente y en invierno se abrazaba a las estatuas cubiertas de nieve” (Diógenes Laercio, VI, 2,23).

(15) Cf. la mención de la compasión como estado de ánimo indeseable, junto con la envidia, la maldad, los celos, etc., en el sistema ético-psicológico del estoico Zenón de Citio (Dióg. Laercio, VII, 1. 3).

(16) La biografía de Plotino, fundador de la escuela neoplatónica, escrita por su discípulo Porfirio, se inicia con las siguientes palabras: “Plotino, el filósofo de quien hemos sido contemporáneos, parecía tener vergüenza por estar dentro de su cuerpo” (Vita Plot., 1) El análisis de las implicaciones éticas de la concentración del pensamiento en la idea de unicidad, característica de Plotino (de tal modo que lo otro cuanta vez se plantea resulta único pero no como esencialmente otro, sino como otro ser, como aspecto de sentido y emancipación de lo único), esta llevado a cabo por el autor con gran precisión.

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