miércoles

EL AMOR ES UN VIAJE (7) - Hugo Giovanetti Viola


1º edición: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019

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Ya habíamos hecho reservaciones para alojarnos en el hotel Vitoria, que estaba instalado en un antiguo pero prolijo edificio de tres pisos de la zona portuaria. A mí me tocó compartir un cuarto con el Gato y el flaco Silvera, y la primera noche Lenin Josef Roux organizó una especie de bombardeo terrorista tirando por uno de los pozos de aire los cuatro gigantescos pedazos de torta pascualina casera que me había contrabandeado mi madre en la valija.

Los proyectiles de espinaca y huevo duro cayeron en el comedor del primer piso, aunque al otro día desayunamos sin haber sido descubiertos y ahora casi todos hacíamos idioteces como untar las bananas con una pasta de atún que venía entubada igual que un dentífrico o ponerle mermelada a las paltas y dejar enchastrados los manteles y el piso sin terminar de comer nada, además de babearnos pedorreando para aguantar la risa.

Las madres acompañantes fingían ignorarnos desde otra mesa donde le metían cuchillo y tenedor al fiambre y a los ananás junto con Werther Halewicz, un alcahuete educado y mitómano que inventaba historias de su infancia en el ex-Imperio Austro-Húngaro y era aplaudido por el insaciable arribismo social de Mimosa.

Mambita, Muriel y Rosana hacían rancho aparte disfrutando de nuestra barbarie sin el menor disimulo. Y ya en los primeros paseos que hicimos por la ciudad mi Dama volvió a aceptar que en cada cruce de calle o en la mitad de los gentíos mi adoración se le enroscara en la cintura con suavísima ciencia.

-Te la estás apretando, hijo de puta -le resplandecieron las paletas al Gato cuando nos escapamos después de cenar a tomar cerveza en un carrito callejero. -¿Y no se te para?

-Horrible. Vivo en palo. Aunque jamás me pajeo pensando en ella.

-¿No querés que te preste el suspensor que uso para jugar en el Unión? Yo a veces me lo pongo en los bailes, y eso te disimula mucho el bulto.

-¿Y para qué lo trajiste?

-Por si hay baile, boludo. Pero igual te lo presto.

A esa altura ya estábamos bastante borrachos, y de golpe mi amigo suspiró contemplando un gajo de luna que parecía hamacarse sobre los ultramodernos edificios gaúchos:

-Qué divina que es la vida, tovarich. Che, tené cuidado con el brasilero rubio que nos registró en el mostrador del hotel. Creo que es hijo del dueño. Y mirá que las pendejas quedaron bizcas con él y el loco no parece ningún manco.

-¿El que se llama Pablo? -sentí una puntada en la tetilla izquierda. -Pero ese tipo debe tener cerca de treinta años

-Y eso es lo que las enloquece más a ellas, boludo. Mirá: aquella barra de porteños que va cruzando la plaza se vino a Porto Alegre nada más que para ver jugar a Pelé contra el Gremio, el jueves. Hoy de tarde me crucé con ellos en la peatonal y ya estaban en pedo gritando A cojer que se acaba el mundo.

A mí eso me causó gracia y asco al mismo tiempo, y nos tomamos dos cervezas más y volvimos al hotel berreando Uruguayos campeones.

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Al otro día Loreley amaneció engripada y de tarde tenía mucha fiebre, aunque Mimosa y la otra señora acompañante igual salieron de compras y nos quedamos a cuidarla con Muriel y Rosana.


Yo me senté en la cama y puse el brazo derecho del otro lado del colchón, como si le estuviera fabricando un puente protector al cuerpito que transpiraba bronquíticamente bajo la sábana floreada.

-Mirá -me reí de golpe. -Te apareció la dueña.

Y mi brazo avanzó casi hasta su cintura sin necesitar que el suspensor recién estrenado me disimulara la menor excitación sexual.

-¿Lo qué? -se emocionó Rosana, poniendo cara de estar viendo una de las telenovelas argentinas de Nené Cascallar.

-Es que desde que cruzamos el puente en la frontera empecé a verle aparecer una dueña a Mambita -expliqué, sudando mucho. -Eso le pasa al personaje de Nuestro hombre en La Habana, una película que dieron el año pasado en Atlántida.

-Che, capaz que esta vez el contagiado por mi fiebre sos vos -largó una carcajada cavernosa mi Dama. -¿Y cómo es la película?

-Es una policial bastante buena. Pero lo que me encantó es que el espía siente que su hija está habitada de a ratos por una especie de dueña que representa a la Virgen.

En ese momento llegó Mimosa y le aguanté la fosforecencia alfilerada sin sacarle el brazo de encima a su nena, hasta que tuve que levantarme para que le tomaran la fiebre.

-Ojo que esa bruja te odia, Cleanto -murmuró Muriel mientras bajábamos a cenar junto con Rosana.

-¿Querés que te regale Pernigotti por la noticia? -me hice el guapo, aunque tuve necesidad de frotarme el pecho al bajar cada tramo de la escalera.

-¿Por casualidad el año pasado no viste Un overol blanco en Canal 4? -se le satinó un sentimentalismo muy dulce a Rosana. -Trabajaban Beatriz Taibo y Atilio Marinelli.

-Yo no miro esas novelas.

-Esta empezó divina, porque él era un mecánico que se vestía de blanco y ella lo amaba. Pero el final fue horrible. ¿Vos podés creeer que Beatriz Taibo siente que el pobre obrero es inferior a ella y se va con un millonario de mierda?

-Ta -la frenó Muriel. -No te sigas masoqueando con eso.

-Es que Cleanto me hizo acordar a la última escena. Porque ella se quedaba mirando una foto enmarcada de Atilio Marinelli vestido con el overol blanco y parecía como si tuviera una dueña en los ojos. Pero ya era muy tarde. Y a mí me hizo sufrir más que La princesa que quería vivir, te juro.

-Bueno -suspiró Muriel. -Por lo menos encontró a alguien que la quiso de veras. ¿Qué te pasa, Jerónimo?

-Nada -me senté aplastándome una especie de garbanzo-tercer ojo. -Es que a veces siento que casi nadie entiende que Dulcinea era tan verdadera como cualquier mujer carnal y que Don Quijote no hubiese podido existir sin ella. Y eso me parte el alma.

23

El segundo escándalo se desencadenó en la pieza de dos muchachos que también jugaban en los menores de Unión Atlética y habían armado una partida de póker con Halewicz.

-Pero qué divino que estás, gordito -melodizó un chiflido el Gato cuando descubrimos el insólito pijama amarillo con pintas azules que usaba Werther. -Vos más que un descendiente del Imperio Austro-Húngaro parece que tuvieras sangre extraterrestre. Les trajimos cerveza fría, imberbes.

Y como todos se asustaron por el contrabando alcohólico destapó tres botellas y las puso arriba de las barajas imitando la euforia de Fidel Castro:

-Hoy 4º H va a asaltar este Palacio de Invierno que es el hotel Vitoria, camaradas. Y meta quilombo que se acaba el mundo.

-Yo no tomo -frunció el perfil gringo de labios muy carnosos Werther. -Porque le tengo miedo al perro-chancho interior.

-¿Lo qué? -se agarró la barriga para carcajear Lenin Josef Roux.

-El Innere Schweinnehund. Son dos palabras que usan en Viena para nombrar al diablo que se te aparece después del primer trago -se irguió el gordo empiyamado como una odalisca.

-Pero andá a cantarle a Gardel y a Magaldi y al Führer, fachito. ¿Vamos a dedicarle la copla que le compusimos a la hinchada de Malvín, Bachicha?

Y berrearon desaforadadamente:

-La vaca / parió al ternero / por el aujero de más abajo. / Carajo / pobre ternero / si no se agacha / lo caga entero.

Entonces se abrió la puerta con prepotencia de allanamiento y mientras el dueño del hotel entraba a las zancadas seguido por su hijo Pablo tuvimos tiempo de escondernos en un ropero con el Gato y escuchar la amenaza de expulsión inmediata.

-Pa, ni Chaplin inventa eso -aplaudió el flaco Silvera cuando volvimos al cuarto a escenificar el desastre. -Quiere decir que nos salvamos en el anca de medio piojo de que nos echaran a todos.

-Sí. Y lo peor es que adentro del ropero yo no podía parar de reírme y Cleanto se tiraba brutos pedos agarrándose las manos igual que si rezara y eso me hacía más gracia. Parecía una de esas viejas que usan trapos negros en la catedral.

-Es que estaba rezando -murmuré.

-Andá a cagar -se tiró un pedo el flaco.

No quise contestarle. Y cuando ya amanecía y empezaron a sonar las campanas de la iglesia que había atrás del hotel me desperté a garabatear un esperpento totalmente sonámbulo:

Por un momento, / se me ven atadas las dos manos / como con una cinta de platino simpático. // Por un momento, creo que tengo las manos algo así / como sonajeadas, temblantes, milagrosas / vueltas del todo su perfil hacia como se reclinan / todos. / Por un momento, se me hace vacío en el vaso, / en la tinta, en el cortador de las inoperancias, / en el futuro, / frente a mí, por un momento / y sonrío.

24

Ese mediodía las señoras acompañantes les pidieron disculpas al dueño del hotel y el grupo se comprometió a no armar más relajo y después salimos a recorrer el Parque Farroupilha, que es el pulmón céntrico de Porto Alegre.

Todavía guardo una foto en blanco y negro donde aparecemos juntos con Mambita en una de las chalanas que se alquilaban en un lago artificial mucho más cristalino que la ciénaga del Parque Rodó, y lo primero que me viene a la cabeza es la reverberación insoportablemente hermosa de los jacarandás rebrillando como una zarza bíblica entre la media tarde.

-En este momento parecés el ángel que descubrió Moisés escondido en el fuego que nunca se apaga -no me dio vergüenza mostrarle mi sonrisa latosa a Loreley.

-Pa. ¿No seré un demonio disfrazado de ángel como el de la canción de Johnny Tedesco?

-Todo ángel es terrible.

-¿Y mi dueña es terrible?

-No. Tu dueña es como una ventana por donde yo veo a Dios -solté uno de los remos para frotarme el pecho.

-¿Es verdad que estás enfermo del corazón?

-Un poco. Sufro de taquicardias paroxísticas supraventriculares. La primera me vino cuando tenía cinco años en Atlántida. Y capaz que algún día van a tener que operarme. Todavía no están seguros.

-Pobrecito. Y yo que te hago sufrir.

-A ver. Pongan caras de Romeo y Julieta para la foto -nos gritó el Gato enfocándonos desde otra chalana donde venían desafinando canciones del Club del Clan con el flaco Silvera.

-A mí lo único que me hace sufrir es que te arregles con cualquier tarado -seguí remando a través del gran reflejo lila.

En aquel tiempo se usaba el verbo arreglarse en lugar de ennoviarse. O en todo caso, arreglarse significaba algo mucho menos importante que ennoviarse.

-Y sin embargo yo no quisiera que te sigas confundiendo conmigo -se le apagó de golpe el encanto a mi Dama. -Nosotros no somos ni vamos a ser nada más que amigos, Cleanto.

-Ya te dije que amigo tuyo no voy a ser nunca, Mambi.

Entonces ella me taladró con una gelidez idéntica a la de la madre y enseguida se puso unos lentes negros carísimos que le había regalado Mimosa y ya no hablamos más.

-Mañana vamos a Caxías -me comentó el Gato aquella noche, cuando empezábamos a emborracharnos en el carrito. -Pa, loco. Estás medio muerto.

-Es que acaban de pegarme un balazo de amor -me sentí un pobre perro embobado con la luna.

-¿No querés ir a hacértela chupar? Ayer los porteños me pasaron la dirección de un queco donde dicen que se coje un kilo.

Entonces sentí que se me clavaba un arponazo en la cueva del mariposerío y terminé largando un chivo espumoso en la vereda.

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