miércoles

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 23


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Al final se olvidaron del asunto. Durante un tiempo no pasó mucha cosa. Y algunos días no pasaba nada. Entonces el padre de Franck se suicidó. Nadie supo por qué. Frank me dijo que ahora iban a tener que mudarse con la madre a una casa más barata de otro barrio. Dijo que iba a escribirme y me escribió, aunque lo que hacíamos era mandarnos comics sobre los problemas que teníamos con los caníbales. Él me mandaba una historia y yo le agregaba una continuación donde teníamos más líos con los caníbales. Hasta que un día mi madre encontró una de las historietas de Franck y ahí se acabó la correspondencia.

Cuando pasé a 6º grado empecé a pensar en irme de casa, aunque calculé que si la mayoría de nuestros padres estaban desocupados, a alguien que medía menos de uno cincuenta le iba a ser muy difícil conseguir un trabajo. En aquel tiempo el héroe de todo el mundo, los chicos y los grandes, era John Dillinger. Robaba plata de los bancos. Lo mismo que Pretty Boy Floyd, Ma Barker y Ametralladora Kelly.

La gente empezó a recorrer los baldíos buscando plantas que se pudieran cocinar. Los hombres se agarraban a piñazos en los terrenos y en la calle. Todo el mundo estaba rabioso. Los hombres fumaban Bull Durham y no se bancaban a nadie. El atado de Bull Durham les sobresalía del bolsillo de las camisas y todos habían aprendido a armar un cigarrillo con una sola mano. Cuando veías a un tipo que llevaba un atado colgando sabías que no te le podías acercar. La gente hablaba de segundas y terceras hipotecas. Una noche mi padre llegó a casa con un brazo roto y los ojos en compota. Mi madre hacía changas y ganaba un poco de plata. Y los chiquilines teníamos nada más que un par de pantalones para usar los domingos y otro durante la semana. Cuando se te rompían los zapatos ya no te podías comprar otros. Entonces hacíamos cola para comprar suelas y tacos que valían 15 o 20 centésimos y los pegábamos con cola en los zapatos rotos. Los padres de Gene tenían un gallinero en el fondo, y si alguna gallina no ponía muchos huevos se la comían.

Mi vida seguía igual, tanto en el colegio como con Chuck, Gene y Edie. Los chiquilines nos habíamos puesto asquerosos y violentos, y parecía que hasta los animales también estuviesen imitando a la gente.

Un día yo andaba solo como siempre, separado de la barra y tratando de no juntarme con ellos, y de repente apareció Gene corriendo.

-¡Vení, Henry!

-¿Qué pasa?

-¡VENÍ!

Entonces salí corriendo atrás de él y bajamos hasta el fondo de los Gibson, que estaba rodeado por un enorme muro de ladrillos.

-¡MIRÁ! ¡TIENEN ARRINCONADO AL GATO! ¡LO VAN A MATAR!

Había un gatito blanco arrinconado contra el muro. No podía escaparse por ningún lado. Se había arqueado y chillaba mostrando las uñas pero era muy chiquito y Barney, el bulldog de Chuck, gruñía y se le seguía acercando. Tuve la impresión de que los chiquilines habían llevado el gato hasta el rincón para después traer al bulldog. Me pareció evidente por las miradas culpables que tenían Chuck, Eddie y Gene.

-Lo acorralaron ustedes -dije.

-No -dijo Chuck-, la culpa es del gato. Se le ocurrió meterse allí. Ahora va a tener que pelear para escaparse.

-Asquerosos de mierda.

-Barney va a matar al gato -dijo Gene.

-Lo va deshacer -dijo Eddie-. Le dan miedo las uñas, pero cuando ataque lo deshace.

Barney era un gran bulldog marrón con unas fauces flácidas y babosas. Era gordo, estúpido y tenía una mirada inexpresiva. Cada vez gruñía más y se seguía acercando con el pescuezo y el lomo erizados. Me dieron ganas de encajarle una patada en el culo, pero pensé que me iba arrancar la pierna con un solo mordisco. Estaba totalmente decidido a asesinar al hermoso y limpio gato blanco que todavía no había crecido del todo y lo esperaba apretado contra la pared.

El perro se le seguía acercando. ¿Por qué carajo precisaron hacer eso los chiquilines? Aquel juego sucio no tenía nada que ver con la valentía. ¿Dónde estaban los padres? ¿Dónde estaban las autoridades? ¿Dónde estaban los que se pasaban acusándome en todos lados? ¿Dónde estaban ahora?

Pensé en acercarme corriendo, agarrar al gato y escaparnos corriendo pero no me animé. Le tenía demasiado miedo al bulldog. Y eso me hizo sentir horriblemente mal. Me sentía enfermo y débil, mientras trataba de pensar en algo para solucionar aquello.

-Chuck -dije-, llamá a tu perro. Dejá que el gato se escape, por favor.

Chuck seguía mirando aquello y ni me contestó.

Entonces dijo:

-¡Dale, Barney! ¡Agarrá a ese gato!

Barney se le abalanzó y de repente el gato pegó un salto. Era una furiosa mancha blanca que bufaba mostrando las uñas y los dientes. Barney retrocedió y el gato volvió a apretarse contra la pared.

-Dale, Barney -dijo de nuevo Chuck.

-¡Callate, carajo! -le dije yo.

-¡A mí no me hables así! -dijo Chuck.

Barney volvió a atacar.

-¡Paren, carajo! -dije.

Y de golpe escuché unos ruidos y cuando me di vuelta vi al señor Gibson mirándonos desde atrás de las cortinas de su dormitorio. Él también quería que mataran al gato. ¿Por qué?

El señor Gibson era nuestro cartero. Usaba dientes postizos. Tenía una mujer que se pasaba todo el día encerrada en la casa. Se ponía una red en el pelo y siempre estaba vestida con un camisón, una bata y zapatillas.

Ahora estaba al lado del marido, esperando a que se cometiese el crimen. El viejo Gibson era uno de los pocos hombres del vecindario que tenía trabajo, pero igual necesitaba ver cómo mataban al gato. Era igual que Chuck, Edie y gene. Así de simple.

Eran demasiados.

El bulldog se acercó más. A mí me daba una vergüenza horrible abandonar al gato. Siempre había una posibilidad de que se escapara, pero sabía que no iban permitírselo. El gato no se estaba enfrentando solamente al bulldog, sino a la humanidad entera.

Entonces me di vuelta y me fui a la vereda. Cuando llegué a mi casa encontré a mi padre esperándome.

-¿Adónde te habías metido? -me preguntó.

Yo no le contesté.

-¡Entrá -dijo-, y dejá de poner esa cara de desgraciado o te voy a hacer sentir desgraciado de verdad!

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