EL TEATRO SAGRADO (10)
Un director que trate con
elementos que existen fuera de él puede engañarse al considerar su trabajo más
objetivo de lo que es en realidad. Por la elección de ejercicios, incluso por
la forma de alentar al actor a que encuentre su propia libertad, un director no
puede evitar que su estado de ánimo se proyecte sobre el escenario. El supremo
jiu-jitsu para el director sería estimular tal efusión de la riqueza interior
del actor, que transformase por completo la naturaleza subjetiva de su impulso
original. Por lo general, el esquema del director o del coreógrafo se
transparenta, y aquí es donde la deseada experiencia objetiva puede convertirse
en la expresión de la fantasía personal del director. Podemos intentar captar
lo invisible pero no debemos perder el contacto con el sentido común: si nuestro
lenguaje es demasiado especial perderemos parte de la fe del espectador. Como
siempre, el modelo es Shakespeare. Su objetivo es siempre sagrado, metafísico,
pero nunca comete el error de permanecer demasiado tiempo en el nivel más alto.
Sabía lo difícil que nos resulta mantenernos en compañía con lo absoluto, y por
eso nos envía continuamente a tierra; Grotowski reconoce esto al hablar de la
necesidad tanto del “apoteosis” como de lo “irrisorio”. Hemos de aceptar que
nunca podemos ver todo lo invisible. Así, tras hacer un esfuerzo en esta
dirección, tenemos que afrontar la derrota, caer e iniciar de nuevo la marcha.
Hasta ahora he evitado
hablar del Living Theatre ya que este grupo, dirigido por Julian Beck y Judith
Malina, es especial en su más amplio sentido. Es una comunidad nómada. Viaja
por el mundo de acuerdo con sus propias leyes que, a menudo, entran en
contradicción con las del país donde se encuentra. Dicho grupo proporciona un
completo modo de vida a cada uno de sus miembros, unos treinta hombres y mujeres
que viven y trabajan juntos, hacen el amor, engendran hijos, interpretan,
inventan obras, realizan ejercicios físicos y espirituales, comparten y
discuten todo lo que se pone en su camino. Por encima de todo, son una comunidad,
y lo son porque tienen una función específica que da significado a su
existencia comunal. Esta función es interpretar; si dejase de interpretar, el
grupo se agostaría: interpretan porque el acto y el hecho de interpretar
corresponde a una necesidad ampliamente compartida. Buscan dar un significado a
su vida y, en cierto sentido, aunque no tuvieran público, seguirían
interpretando, ya que el acontecimiento teatral es la culminación y el núcleo
de su búsqueda. Sin embargo, sin público la interpretación perdería su
sustancia: el público es siempre un desafío sin el que la representación sería
impostura. También es una comunidad práctica que monta espectáculos para ganarse
la vida, ofreciéndolos en venta. En el Living Theatre se unen en una, tres
necesidades: existe para interpretar, se gana el sustento y sus
interpretaciones contienen los momentos más intensos de su vida colectiva.
Un día esta caravana
puede pararse. Pudiera ocurrir en un ambiente hostil -como lo fue Nueva York
cuando empezó el grupo-, en cuyo caso su función será la de provocar y dividir
a los públicos haciéndoles ver con mayor claridad la incómoda contradicción
entre una forma de vida en el escenario y otra fuera de él. Su propia identidad
será trazada y retrazada constantemente por la natural tensión y hostilidad
entre ellos y el ambiente. Cabe también que lleguen a asentarse en alguna
comunidad más amplia que comparta algunos de sus valores, donde exista una
diferente unidad y una tensión distinta; esta, común al escenario y al público,
sería la expresión de la irresoluta búsqueda de una santidad eternamente
indefinida.
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