EL TEATRO SAGRADO (8)
El happening es un
invento formidable que destruye de un golpe muchas formas muertas, por ejemplo
lo que de lóbrego tienen las salas teatrales, los adornos sin encanto del telón,
las acomodadoras, el guardarropa, el programa, el bar. El happening puede
darse en cualquier sitio, sin importar la duración que tenga: nada se requiere,
nada es tabú. El happening puede ser espontáneo, ceremonioso, anárquico,
puede generar intoxicadora energía. El happening lleva consigo el grito
de “¡Despierta!”. Van Gogh ha hecho ver la Provenza con nuevos ojos a
generaciones de viajeros, y la teoría de los happenings es que se puede
llegar a sacudir al espectador de tal manera que vea con nuevos ojos, que
despierte a la vida que le rodea. Esto parece sensato, y en los happenings la
influencia del zen y del pop art se unen para crear una combinación norteamericana
del siglo XX perfectamente lógica. Pero hay que ver la tristeza que produce un
mal happening para creerlo. Dad a un niño una caja de pinturas; si
mezcla todos los colores el resultado será siempre el mismo gris-parduzco
barroso. El happening es siempre el producto infantil de alguien e
inevitablemente refleja el nivel de su inventor: si es el trabajo de un grupo,
refleja los recursos internos de dicho grupo. Con frecuencia esta forma libre
queda por completo encerrada en los mismos símbolos obsesivos: harina, pasteles
de nata, rollos de papel, la acción de vestirse, desnudarse, endomingarse,
volverse a desnudar, cambiarse de ropa, hacer aguas, tirar agua, soplar agua,
abrazarse, rodar, retorcerse. Se tiene la impresión de que si el happening pasara
a ser una forma de vida, por contraste la más monótona existencia parecería un
fantástico happening. Resulta muy fácil que un heppening no sea
más que una serie de suaves conmociones seguidas de relajaciones que se
combinan progresivamente para neutralizar las posteriores conmociones antes de
que lleguen. O también que el frenesí de quien provoca la conmoción intimide al
conmocionado hasta convertirlo en otra forma de público mortal: el paciente
comienza con buen ánimo y cae en la apatía tras el asalto.
La verdad es
sencillamente que los happenings han dado cuerpo no a las formas más
fáciles, sino a las más exigentes. Al igual que las conmociones y sorpresas
hacen mella en los reflejos del espectador, de modo que repentinamente queda
más abierto, más alerta, más despierto, la posibilidad y la responsabilidad
aumentan tanto en el espectador como en el intérprete. El instante ha de
aprovecharse, pero cabe preguntarse cómo y para qué. Aquí volvemos a la
cuestión primordial, es decir, qué es lo que estamos buscando. El happening es
una nueva escoba de gran eficacia: indudablemente arrastra la basura, pero al
tiempo que despeja el camino vuelve a oírse el viejo diálogo, el debate entre
la forma y la carencia de la forma, entre libertas y disciplina; dialéctica que
se remonta a Pitágoras, que fue el primero en oponer los términos de Límite e
ilimitado. Es muy útil usar migajas de zen para afirmar para afirmar el
principio de que la existencia es la existencia, que cada manifestación
contiene en sí todo, y que una bofetada, un pellizco, en la nariz o un pastel
de crema representan por igual a Buda. Todas las religiones afirman que lo
invisible es siempre visible. Aquí radica la dificultad. La enseñanza
religiosa, incluido el zen, afirma que este visible-invisible no puede
observarse automáticamente, sino que sólo se puede ver dadas ciertas
condiciones, que cabe relacionar con ciertos estados de ánimo o cierta
comprensión. En cualquier caso, comprender la visibilidad de lo invisible es
tarea de una vida. El arte sagrado es una ayuda a esto, y así llegamos a una definición
del teatro sagrado. Un teatro sagrado no sólo muestra lo invisible, sino que
también ofrece las condiciones que hacen posible su percepción. El happening
pudiera relacionarse con todo esto, pero la actual falta de adecuación del happening
reside en que se niega a examinar en profundidad el problema de la
percepción. Cree ingenuamente que el grito “¡Despierta!” es suficiente, que el
simple “¡Vive!” trae la vida. Está claro
que se necesita algo más. Pero ¿qué más?
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