por Manuel Mateo Pérez
El centro que custodia su legado en Granada inaugura "Jardín
deshecho", la primera gran muestra de la institución
Semanas antes del estallido de la guerra civil, en
tren regresando los dos de Córdoba, Federico García Lorca improvisa
en un papel unos versos para Juan Ramírez de Lucas, su último amor, que dicen:
"Aquel lindo de cintura, / rubio galán sin sombrero, / sembró por mi noche
obscura / su amarillo jazminero. / Tanto me quiero y le quiero, / que mis ojos
se llevó". Federico tenía entonces 38 años y apenas unos meses después, la
mañana del 18 de agosto de 1936, fue asesinado en el barranco de Víznar
por secuaces fascistas. Las cartas que Federico escribió a su joven novio y
que él guardó con celo y secreto hasta el último día de su vida son una de las
piezas más valiosas de la exposición Jardín deshecho: Lorca y el amor,
la primera gran muestra que organiza el Centro Federico García Lorca de
Granada, que custodia su obra, abierta hasta el día de Reyes del año próximo.
Que un poeta hable y escriba de amor se antoja una
redundancia. Pero que sea Lorca quien lo haga constituye un pleonasmo aún
mayor. Y es que no hubo en el pasado siglo un autor más atado a esa
irracionalidad, a esa "norma que agita igual carne y lucero",
nadie cuya obra anduviera tan mojada de deseo, voz, hambre, carnalidad,
presagios y dolor. La muestra, inaugurada ayer por el ministro de Cultura en
funciones, José Girao, y por la consejera de Cultura de la Junta de Andalucía,
Patricia del Pozo, hurga en tres palabras sobre las que Federico pensó y
escribió sin descanso hasta su temprana muerte unas semanas después de dar
comienzo la guerra del 36. Amor, deseo y sexualidad son tres conceptos
próximos, pero de significado diferente que él gozó y padeció en porcentajes
similares.
La exposición está comisariada por el hispanista
estadounidense Christopher Maurer que en declaraciones a este periódico ha
recordado cómo Federico no estuvo jamás interesado en añadir teorías al amor.
"Él solía repetir de modo insistente: 'Solo quiero amar y ser
amado' y su obra, vista y analizada con perspectiva, es un reflejo de
ese sencillo empeño", dice Maurer.
Luego está el título de la exposición que es un
brillante hallazgo: "Federico vislumbra el encuentro amoroso en los
jardines románticos -sostiene el comisario de la muestra-, una suerte
de espacio de creación literaria donde halla descanso su deseo homoerótico y
los hombres a los que amó". El jardín es una elegía de Lope y recuerda
aquella frase deliciosa de Pedro Soto de Rojas que rememoraba "los
jardines abiertos para pocos". Que sea un jardín deshecho tiene que ver
con el rumbo que cobró su vida, su trágico final, aquel "yo le metí dos
tiros en el culo por maricón" que vomitó esos días terribles un conocido
personaje granadino.
Lorca y el amor ocupa todas
las salas expositivas del centro ubicado en la plaza de la Romanilla, a la
sombra de la Catedral de Granada. En 1937, Vicente Aleixandre dijo de él:
"Amó mucho, cualidad que algunos superficiales le negaron. Y sufrió por
amor, lo que probablemente nadie supo". Las cinco salas en las que se
divide la muestra son otros cinco grandes momentos de su vida. La primera
rememora sus inicios como poeta entre 1916 y 1918, los amores imposibles o no
correspondidos y el nacimiento a una conciencia social que lo acompañará
durante las dos siguientes décadas. La segunda sala detalla su relación
con Salvador Dalí qué el pintor calificó como "un amor erótico y
trágico por el hecho de no poderlo compartir" y que el poeta tuvo siempre
como uno de los más apasionados y sinceros de su vida. En la tercera sala,
Federico marcha a Nueva York, compone su Poeta, la célebre Oda
a Walt Whitman y su valiente drama homoerótico titulado El
público. Las dos últimas salas están dedicadas a sus años en Madrid, su
madurez como dramaturgo y a la relación que mantuvo con Rafael Rodríguez Rapún,
quizá el amor de su vida, que lo acompañó los primeros años treinta con el grupo
teatral de La Barraca.
Federico decía de sí mismo: "Soy un hombre
hecho para desear y no para conseguir". Y antes de que lo mataran sostuvo:
"Que no se acabe nunca la madeja / del te quiero me quieres". Lorca
desdeñó siempre la homofobia que sentía tan cerca y las murmuraciones
a propósito de su deseo hacia los hombres. Tan solo se cuidó para que su
familia no sufriera a causa suya. El autor de La Casa de Bernarda Alba no
pensó jamás que moriría de un tiro, una mañana muy temprano en un paraje a las
afueras de su Granada. Antes de recluirse en la casa de los Rosales en aquellos
días negros del comienzo de la guerra, Federico habría de recordar sus
"Sonetos del amor oscuro" donde transparenta la literatura del
renacimiento, de Petrarca a San Juan de la Cruz, la poesía árabe que tan cerca
tuvo, la alargada sombra de Santa Teresa, la visión permanente del amado y ese
irrenunciable anhelo por convertir cada verso suyo en un acto legítimo y
sincero de amor. A modo de testamento, Federico dejó escrito: "Quiero
dormir el sueño de las manzanas, / alejarme del tumulto de los cementerios. /
Quiero dormir el sueño de aquel niño / que quería cortarse el corazón en alta
mar".
(EL MUNDO / 20-9-2019)
(EL MUNDO / 20-9-2019)
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