martes

EL AMOR ES UN VIAJE - Hugo Giovanetti Viola


PRIMERA ENTREGA


1º edición: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019

In memoriam Laura Etorena

Pero para las lágrimas de amor, / los luceros son lindos pañuelitos / lilas, / naranjos, 
verdes, / que empapa el corazón. / Y si hay ya mucha hiel en esas sedas, / hay un cariño que no nace nunca, / que nunca muere, / vuela otro gran pañuelo apocalíptico, / la mano azul, inédita de Dios!
CÉSAR VALLEJO

De una sola manera se puede probar que se cree: sufriendo por la propia fe. Y la intensidad de la fe solamente se manifiesta por la intensidad de sufrir por ella.
KIERKEGAARD

El escarabajo hacer rodar su bola, y en la bola nace la vida como efecto del trabajo indiviso de su concentración espiritual. Ahora bien, si aun en el estiércol puede nacer un embrión que muda sus cáscaras, ¿cómo no podría, si concentramos en ello el espíritu, engendrar también un cuerpo la morada de nuestro Corazón Celestial?
C. G. JUNG

Yo tengo guardado mi dolor en un lugar seguro. No dejes que se te apague el corazón.
JUAN RULFO



1

Después que acompañé a Loreley hasta la casa me escapé para Atlántida y al llegar me metí en el boliche donde atracan los ómnibus de COPSA y pedí una grapa con limón. Mientras estaba terminando la sexta o la séptima apareció Pochocho y puso cara de padre:

-Me parece que vas a precisar a alguien que te remolque, poeta.

Y le hizo una guiñada al cantinero:

-Mirá que este botija escribe como los ángeles pero tiene quince años, Yuanín. Y un corazón muy frágil. No le vendas veneno.

Al gordo le importaba un carajo todo y no me acuerdo si discutieron o se putearon ni quién pagó las grapas. Pochocho tuvo que arrastrarme como a un soldado agonizante y sé que por el camino le expliqué que al salir de Porto Alegre Loreley me había agarrado la mano en la oscuridad del ómnibus y estuve en el paraíso durante diez minutos.

-Bueno, me alegro mucho. Pero largá el chivo de una vez -se le dulcificaron los bigotazos a mi primer profesor de literatura mientras me sostenía la frente en el baldío estrelladísimo donde me quedó colgando nada más que el hilo indestructible y fosforecente del alma.

Entonces Pochocho me acompañó hasta casa y encontré a mis padres y a mi hermano tomando el fresco en la hamaca del porche pero seguí de largo sin hablarles y me encerré en mi cuarto a releer los poemas que había escrito en Porto Alegre.

El más herido se llamaba I’m sorry por la canción de Brenda Lee, y fue garabateado tres días antes de que me viniera el cólico y se me desbocara la taquicardia paroxística: De pronto y agua, mar grande, mar / sin agua, que había sido mar, para pensarlo. // Un librito en el agua, un / pobre libro que había sido de uno, de / sí mismo, bueno, el / libro en un mar grande. // Cayó y no más alturas, no / más Dios compañero, cuadrilátero, en / su tapa redonda. Había sido / bueno. / No más cruces a las calles cuidando su mentira, / no más preocupaciones para ella, ni / dolores. / Mar grande, el sereno congratulario de papel / perdió mucho, que / había sido mucho. // En las noches nocturnas en el fondo / allá de su mar grande, / juegan y se ríen, y / su mentira usa ventilación y compermiso. // Su suerte juega a los dados, media muerta / mientras no más lentes con cruces prestados, / ni más miradas francas, ni / celos financieros con el pecho desnudo. // Si queda algo, estará / escondido en su pobre fondo de mar grande. / Lo que va a ser de él, / yo, / lo lamento. / I’m sorry.

Entonces apagué la luz y me tiré a llorar frenéticamente en la cama hasta que aparecieron ellos y no tuve necesidad de explicarles que Loreley acababa de dejarme después de tres días de noviazgo.

-¿Y ahora qué hacemos? -dijo mi madre en el pasillo.

-Lo dejamos llorar.

-¿Y si llamamos por teléfono a la muchacha?

-¿Pero vos estás loca?

Y la verdad es que ella estaba volviéndose loca desde que mi padre se descuidó y la dejó embarazada por segunda vez, pero en aquel momento fue la única capaz de comprender que Dios acababa de soltarme la mano.


2

A Loreley Rial la conocí en un cumpleaños de quince que se festejó exactamente un año atrás en el club bancario que queda en la rambla y Larrañaga. Bailamos nada más que una pieza y yo había tomado demasiada sidra para darme cuenta de que conquistar a aquella morochita era tan imposible como robarle el resplandor a Venus.

-Pero si me tomás ese alfil perdés la dama -me avisó mi padre al otro día en el porche del chalé de Atlántida, justo cuando pude ver un relámpago entreabriendo el horizonte marino y supe de repente que la muchacha con la que había bailado I’m sorry estaba condenada a transformarse en la mujer de mi vida.

-Siempre pierdo la dama -murmuré.

-Es que vos atacás sin pensar demasiado.

Y esa noche volví a escribir un poema después de cuatro años y cuando le mostré el mamarracho becqueriano a mi padre él disimuló la alarma levantándose para rastrear Veinte poemas de amor y una canción desesperada y me lo alcanzó sonriendo:

-¿Por qué no te aggiornás con esto, Cleanto?

Pochocho vivía todo el año en Atlántida y de vez en cuando caía a jugar al ajedrez tomando grapa con pasas en el porche, además de acompañarnos a los campamentos artiguistas que hacíamos casi todos los fines de semana en las Ánimas o el Arequita o el Penitente.

-Pa. Así que te zampaste un libro en dos meses -comentó otro domingo tormentoso, mientras vichaba la edición artesanal de un desahogo nerudiano muy chirle que titulé con un verso de Rilke. -Che, Salomón: ¿vos leíste a un peruano que se llama César Vallejo?

-No -dejó de arrimarle brasas a los chorizos y al pulpón mi padre. -No me suena ni el nombre.

-Para mí ese es el genio sudamericano de este siglo. Murió en el 38 y nunca le batieron el parche como a Neruda, aunque también era bolche. Pero un bolche cristiano. Yo tengo la primera edición de la poesía completa que publicó Losada y al final hay una especie de epitafio que le dictó a la esposa cuando estaba muriéndose: Cualquier causa que tenga que defender ante Dios más allá de la muerte, tengo un defensor: Dios.

Y entonces a mi padre se le hincharon los ojazos color uva chinche y me sentí horriblemente interpelado cuando murmuró:

-A mí me gustaría que me pusieran eso en el epitafio.

Pochocho hizo como que no lo había escuchado y me devolvió la edición engrampada de Todo ángel es terrible sin hacer ningún comentario, pero se peinó los mostachos con un entusiasmo contagioso:

-¿No querés que te preste a Vallejo, Cleanto?

Yo me parecía bastante al Flaco Cleanto de la revista Lunes aunque me salían granos hasta en la nariz discepoliana, aparte de que las ortodoncias de aquella época eran una especie de cobertura medieval muy ridícula. Pero cuando en el próximo asado mi guía literario me puso las poesías completas del Cholo en la mano sentí como si alguien me estuviera armando Poeta Andante desde el más allá y le di un beso a la tapa.


3

Nosotros vivíamos en Punta Gorda y pasábamos el verano en Atlántida porque mi padre era carpintero y agarraba trabajos a domicilio, lo que le permitía vivir con una libertad que terminó por enloquecer completamente a mi madre. Yo le llevaba cinco años a mi hermano José y fui al anexo del Liceo 10, que funcionaba en la rambla de Malvín. El liceo 15 de Carrasco recién fue habilitado en el sesenta y pico, y a mí tampoco me hubiese gustado mezclarme con la pitucada.

-Bueno. Arriba todo el mundo -levantó la persiana mi madre un lunes de marzo de 1963: -Hay una sorpresa para cada uno.

Y nos mostró dos carísimos busitos de ban-lon que nos había comprado para estrenar el primer día de clase, aunque mi hermano todavía iba a la escuela y usaba túnica. Pero ella era así: te imponía los rituales de lucimiento para comerte mejor.

-Qué te parió. Qué lindo que estás -me despidió en la puerta, frente a las dos hileras de agapantos lilas y blancos que llegaban hasta la calle: -Quisiera ser ella.

A mí se me llenó ipsofactamente de mariposas el chakra ventral donde toda la vida se me apelotonaron los gases, aunque recién pude entender del todo quién era ella cuando llegué a la esquina de Michigan y la rambla y vi a Loreley charlando con el Gato Roux en la puerta del liceo. La despampanante y diminuta morocha aindiada de catorce años había hecho los tres primeros años en el turno de la mañana antes de pasarse al Intermedio, y como nos listaban por orden alfabético nos tocó compartir un pupitre en el fondo del salón: Rabí y Rial juntos, por lo menos pasándose ferrocarriles en los escritos.

-Qué lindo buso que tenés -me contempló de golpe cuando salimos al primer recreo.

Y a mí me fue imposible explicarle el mecanismo del ritual de estrenos importantes inventado por mi madre, pero sentí que ya tenía que agradecer para siempre aquel frescor que amieló su voz ronca.

-Vive cerca de casa -me contó el Gato mientras me acompañaba hasta Punta Gorda para armar un picado en la cantera del Parque Baroffio. -El domingo la vi salir del cine con unos pantalones de pana ajustadísimos y una blusita rosada que te volvía loco, porque se le transparentaba el sutien. En el barrio le dicen Mambita. Iba abrazada con un rebotero de Unión Atlética que tiene como veinte años.

Yo ya hacía un mes y medio que me pasaba leyendo a Vallejo y aquella noche se me alborotó volcánicamente el mariposerío y vomité de un tirón una especie de réquiem anticipado en el cuaderno:

Lo que crispa y ausenta, lo que hace llorar / a la chacra involucrable de la deserción. / Lo que yo. // Hoy estoy mucho más claro de mí mismo. / Me entiendo autómata, portón, / y me hablo. Quiero, quiero mucho. / Parece como si me hubieran escrito, / desde la incomprensión, para matarme. / Parece una ciudad, / un dolor de cifras campesinas, / mi ancestralidad de cifras de cuchillo, / mis cifras propias de ratón. / Hoy quiero muchísimo, y aún creo / que mi amor bajando de Dios / no alcanzaría a llenar el pocillo / de estos amigos tan violentos y humanos. // Lo que crispa y ausenta, lo que hace llorar / a la chacra involucrable de la deserción. / Lo que yo.


4

Aquel fin de semana acampamos en el Penitente y mientras fogonéabamos les leí el poema a mi padre y a Pochocho, que se quedaron fumando callados durante tanto rato que casi arranco la hoja para escracharla entre las brasas.

-Ta lindo -se le satinaron los ojos a mi hermano, que tenía diez años y obviamente no pudo haber entendido más que las frases Hoy estoy mucho más claro de mí mismo, Quiero muchísimo, Mi amor bajando de Dios y Lo que hace llorar.

-¿Podés leerlo de nuevo? -sacó una botellita de grapa con pasas Pochocho.

Y ahora mi padre me ofrecía una piedad muy húmeda y sentí que la ortodoncia me agarrotaba la humillación como una especie de cota de espinas.

-Mirá vos. Por fin volviste a hacer poesía potable -sonrió después que releí el réquiem. -¿Te acordás cuando me mostraste los primeros versos que le escribiste a esa gurisa que te tiene tan loco? Pensé que te habías tarado.

Entonces hubo una carcajada general y Pochocho sondeó la imponente noche sin luna y murmuró:

-Estoy seguro de que al Cholo le debe haber gustado mucho esto que le plagiaste.

Y mientras sacaba de un bolso el tablero portátil y las piezas de ajedrez recitó caricaturizando el tremendismo de María Casares:

-Desmayarse, atreverse, estar furioso, / áspero, tierno, liberal, esquivo, / alentado, mortal, difunto, vivo, / leal, traidor, cobarde y animoso; / no hallar fuera del bien centro y reposo, / mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, / enojado, valiente, fugitivo, / satisfecho, ofendido, receloso; / huir el rostro al claro desengaño, / beber veneno por licor süave, / olvidar el provecho, amar el daño, / creer que un cielo en un infierno cabe, / dar la vida y el alma a un desengaño; / esto es amor, quien lo probó lo sabe.

-¿Góngora? -apostó deslumbradamente mi padre.

-No, botija. Lope. Conseguile a Jerónimo Amor divino amor humano, un disco que grabó una fabulosa actriz gallega que fue la amante oficial de Camus.

-Y qué diferencia hay entre el amor divino y el humano -le preguntó José, que estaba haciendo la catequesis y tenía novias en la escuela desde Jardinera.

-Ninguna -alzó su dama blanca mi padre para sostenerla un momento recortada sobre el resplandor del fogón.

-No entiendo.

-No hay que entenderlo -terminó de acomodar sus piezas Pochocho. -Eso se sabe y punto. Tu hermano ya lo sabe.

Y yo no dije nada, pero me acordé del trasluz que le veía en la mirada y el pelo a Loreley y sentí que era cierto.

-Dicen que el hombre no es hombre / mientras que no oye su nombre / de labios de una mujer. / Puede ser -volvió a imitar a María Casares mi profesor de literatura. -Eso es Machado, botija.

-Ya sé. Ya sé, campeón -se hizo el ofendido mi padre.

Y clavó los ojos húmedos en el estrellerío.

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