1ª edición / Caracol al Galope 1999
1ª edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes 2018
Edición y prólogo: Hugo
Giovanetti Viola
PARTE 3
28
Diogo llegó cuando las
llamas ya habían perdido altura y los hombres continuaban observando las
chispas que sobrevolaban los restos del cobertizo. No dijo nada. Caminó
lentamente y en silencio hasta detenerse al lado de un montón de repuestos
retorcidos y negros: de pronto, aquellos hombres ya no eran los mismos que
habían abandonado los camiones y trepado hasta allí con la excitación de una
jauría. Ellos, los que jamás debieron haber renunciado al calor de sus camas y
a los cuerpos de sus mujeres, eran apenas un bando de figuras mojadas y preguntas
sin respuestas, obtusos y asustados. Entonces Diogo divisó los cuerpos de los
siete gatos que habían sido baleados por error, duros bajo la lluvia, y se
acercó a Paulo Enrique.
-Cómo supieron que venía
para aquí -preguntó.
-¿Ye te olvidaste de que
nosotros también lo conocíamos? ¿No te das cuenta de que hizo todo lo posible
para que lo encontrásemos? -demoró en jadear el otro, bizqueando entre una
máscara de tierra y hollín. -Quería que lo encontrásemos.
Y después Diogo lo
escuchó contar, sin lástima y odiándolo y hasta disfrutando un poco con su
sufrimiento, cómo Ángel pareció haber estado esperándolos y les facilitó lo que
ahora podría llamarse legítimamente defensa propia cuando les saltó arriba arañándolos
y mordiéndolos hasta que alguien le pegó el primer tiro y él atinó a esconderse
de nuevo y ya no tuvieron más remedio que disparar todos y de repente vieron
balancearse la estructura de chapas ferrugientas mientras el fuego que había
dentro culebreaba formando enormes llamaradas y el cobertizo se derrumbó.
-Y cómo hacemos ahora
-preguntó alguien detrás de ellos.
-Vamos a tener que bajar
a pie -dijo la voz. -Los camiones no podían esperarnos mucho tiempo.
-Pero no podemos irnos y
dejarlo ahí -dijo Claudio, que estaba agachado al lado de Paulo Enrique.
-Y don Agustín -dijo Diogo.
-Debe estar ahí adentro, también.
-Sí. Qué hacemos -le
tembló la voz a Joaquín.
-Eso tendrían que haberlo
pensado antes -dijo Diogo, -Ahora ya es tarde. Lo único que va a quedar es
ceniza.
Y se ladeó para observar
al hombre con el que se había enfrentado en la carretera: tenía un ojo
semicerrado y una línea de sangre brillante cruzándole la cara. Padilla, un
poco más lejos, se levantó con dificultad y no era difícil imaginar las marcas
de una mordedura en su pierna derecha.
-Ángel tenía una
enfermedad contagiosa en la sangre -les dijo entre dientes pero mirándolos con
firmeza, como para asegurarse de que lo entendieran bien.
La lluvia volvió a arreciar
y de golpe Paulo Enrique se puso a aullar golpeando el barro con los puños
cerrados:
-QUERÍA QUE LO ECONTRÁSEMOS.
QUERÍA QUE LO ENCONTRÁSEMOS.
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