martes

J. D. SALINGER - LEVANTAD, CARPINTEROS, LA VIGA DEL TEJADO (17)


(Diario de Seymour / 2)


Esta tarde no conseguimos el permiso inmediatamente después de la retreta, porque alguien dejó caer el rifle mientras el general británico de visita pasaba revista. Perdí el de la 5.52 y llegué una hora tarde a la cita con Muriel. Comida en el Lun Far, en la Cincuenta y ocho. M. irritable y llorosa durante la comida, auténticamente perturbada y dolida. Su madre cree que tengo una personalidad esquizoide. Parece que le habló de mí a su psicoanalista y él está de acuerdo con ella. La señora Fedder le pidió a Muriel que averiguara discretamente si en la familia no ha habido locos. Sospecho que Muriel tuvo el candor suficiente para contarle de dónde salen las cicatrices que tengo en las muñecas, pobre tesoro. Pero por lo que dice M., a su madre esto no le molesta tanto como otro par de cosas. Otras tres cosas. Una, me distancio y no consigo establecer contacto con la gente. Dos, parece que algo no anda bien en mí porque no he seducido a Muriel. Tres, evidentemente la señora Fedder se ha pasado días enteros obsesionada por la observación que hice una noche de que me gustaría ser un gato muerto. La semana me preguntó en la cena qué pensaba hacer cuando saliera del ejército. ¿Pensaba volver a la enseñanza en la misma facultad? ¿Volvería simplemente a enseñar? ¿Estudiaría la posibilidad de volver a la radio, posiblemente como “comentarista” de algún tipo? Le contesté que tenía la impresión de que la guerra podía seguir siempre, y que sólo estaba seguro que si alguna vez volvía la paz me gustaría ser un gato muerto. La señora Fedder pensó que estaba haciendo alguna broma disparatada. Una broma sofisticada. Según Muriel, cree que soy muy sofisticado. Pensó que mi comentario, totalmente serio, era el tipo de broma que hay que acoger con una carcajada ligera, musical. Supongo que al reírse ella yo me distraje un poco y me olvidé de explicárselo. Anoche le conté a Muriel que en el budismo zen le preguntaron una vez a un maestro cuál era la cosa más valiosa del mundo, y el maestro contestó que un gato muerto, porque nadie podía ponerle precio. M. quedó aliviada, pero vi que apenas podía esperar a llegar a su casa para garantizar a su madre la inocuidad de mi observación. Vino conmigo a la estación en el taxi. Qué dulce estaba, y de mucho mejo humor. Trataba de enseñarme a sonreír, estirándome los músculos de alrededor de la boca con los dedos. Qué hermoso es verla reír. Ah, Dios, soy tan feliz con ella. Si por lo menos ella pudiera ser más feliz conmigo. A veces la divierto, y me parece que le gustan mi cara y mis manos y mi nuca, y le da una gran satisfacción decir a sus amigos que está comprometida con el Billy Black que estuvo años en Los niños sabios. Y creo que en general siente una inclinación ambigua, maternal y sexual, hacía mí. Pero en conjunto no la hago feliz. Oh, Dios, ayúdame. Mi único consuelo terrible es que mi querida siente un amor inquebrantable, sin fisuras, por la institución del matrimonio en sí mismo. Tiene un verdadero apremio en jugar a la mamá permanentemente. Sus objetivos matrimoniales son tan absurdos y conmovedores… Quiere ponerse bien morena y acercarse al mostrador de la recepción de un hotel muy elegante y preguntar si su marido no ha recogido aun la correspondencia. Quiere salir a comprar cortinas. Quiere salir a comprar vestidos premamá. Quiere irse de la casa de su madre, lo sepa o no, y a pesar de su afecto por ella. Quiere tener hijos, hijos guapos, con sus rasgos, no los míos. Tengo también la impresión de que quiere tener sus propios adornos del árbol de Navidad, no los de su madre, para sacarlos todos los años de sus cajas.

Hoy ha llegado una carta muy divertida Buddy, escrita justo después de salir de las cocinas del ejército. Pienso en él mientras escribo sobre Muriel. La despreciaría por los motivos por los que quiere casarse que he explicado. Pero ¿son desdeñables? En cierto modo deben de serlo, pero a mí me parecen tan humanos y hermosos que no puedo pensar en ellos aun ahora en que escribo esto, sin sentirme profunda, hondamente conmovido. Buddy desaprobaría también a la madre de Muriel. Es una mujer irritante, empecinada en sus opiniones, un tipo que Buddy no soporta. No creo que la viera como es. Una persona desprovista, de por vida, de toda comprensión o gusto por la principal corriente de poesía que fluye en las cosas, en todas las cosas. Podría estar muerta, y sin embargo sigue viviendo, deteniéndose en los almacenes finos, viendo a su psicoanalista, consumiendo una novela por noche, poniéndose la faja, conspirando contra la salud y la prosperida de Muriel. La quiero. La encuentro increíblemente valerosa.

Toda la compañía está acuartelada esta noche. Hice cola una hora entera para poder usar el teléfono de la Sala de Recreo. Muriel parecía más bien aliviada de que yo no pudiera ir esta noche, lo cual me divierte y me encanta. Otra chisa, si quisiera de veras estar una noche libre de la presencia de su novio, daría por teléfono todas las muestras de pesar. M. exclamó sólo “Ah”, cuando se lo dije. Cómo adoro su simplicidad, su terrible honestidad. Cómo confío en ella.

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