martes

EL AMOR ES UN VIAJE (3) - Hugo Giovanetti Viola


1º edición: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019

9

El electrocardiograma me lo hicieron esa misma semana y me diagnosticaron una patología congénita llamada Sindrome de Wolf-Parkinson-White, que bien pudo haber sido el tipo de malformación que mató a Julio Herrera y Reissig. Pero eso nunca lo sabremos. Yo por lo menos estoy escribiendo esta historia después de haber cruzado los cincuenta años y según dice José hoy en día tengo serias posibilidades de acceder a curarme con un cateterismo electro fisiológico.

Y el último domingo de esas vacaciones de julio fuimos a la matiné del cine de Atlántida con mi hermano y al volver conmovidísimos por La princesa que quería vivir nos quedamos estaqueados en el porche mientras mi madre rugía:

-Está engualichado por una chinonga que a los quince años anda loqueando en Chez Carlos, Salomón. Él mismo me lo contó. La guacha se cree que es Audrey Hepburn y es más parda que la Virgen de Guadalupe.

-Entonces debe ser una belleza de altar -escuchamos el chasquido del encendedor Zippo cerrado con violencia por mi padre. -¿Y yo acaso no soy aindiado?

-¿Vas a seguir fumando hasta que te venga un cáncer, dueño del mundo?

-Basta, mi amor. Ya deben estar por llegar los chiquilines.

-Mirá, te prohíbo terminantemente que me sigas diciendo mi amor. Porque si me quisieras de verdad te habrías puesto un condón en vez de embarazarme como un violador y hoy yo no sería una vaca. Y vos meta campamento artiguista de convivencia purificadora y además engualichando a cada clienta mal cojida que termina por mandarte cartitas románticas.

-Hace mucho tiempo que tendrías que haber ido a un psiquiatra, Odette. Esto va a terminar muy mal.

Y en ese momento mi hermano se secó la cara y le agarré la mano gelatinosa para llevármelo de allí pero no hubo manera.

-Soy como el agua que se derrama -se puso a teatralizar mi madre el único salmo que había memorizado en los tiempos cuando nos acompañaba a los campamentos: -Mis huesos están dislocados. / Mi corazón es como cera / que se derrite dentro de mí. / Tengo la boca seca como una teja; / tengo la lengua pegada al paladar. / ¡Me has hundido hasta el polvo de la muerte!

Ahora José se había tapado la cara con las dos manos y después que hubo un rato de silencio me decidí a entrar.

-¿Y? -prendió otro Sinniko mi padre mientras ella cocinaba picando algo con golpes histéricos. -Dicen que Audrey Hepburn actúa como una diosa. ¿Qué le pasa a tu hermano?

José había entrado a encerrarse en nuestro cuarto dando un portazo y entonces mi padre se dio cuenta de que acabábamos de escucharlos y yo tuve ganas de arrancarme de cuajo el corazón y ponerlo debajo de un zapato.

Esa noche nosotros comimos refuerzos en el cuarto y enseguida que apagué la portátil mi hermano murmuró:

-Te prometo que voy a estudiar medicina para poder curarte.


10

En agosto compramos un tocadiscos portátil para ponerlo como premio de una rifa que vendíamos ofreciendo bonos cuádruples, además de organizar una función a beneficio de 4º H en el cine Maracaná con dos películas muy taquilleras: Millonario de ilusiones y La princesa que quería vivir.

Yo traté de sentarme lo más cerca que pude de Loreley y al final de la película de Frank Sinatra nos cruzamos en un pasillo y ella empinó la boca para elogiarme el pullover blanco que me tejió mi madre, así estrenaba algo en el beneficio. Entonces nos pusimos a conversar sobre las rifas que se estaban vendiendo bárbaro en el hall del cine y de la cantidad de gente que había venido.

-Ojalá que la segunda película me guste tanto como a vos -me toreó cuando se apagaron las luces y yo aproveché para sentármele al lado. -Dicen que la actriz ganó el Globo de Oro y el Oscar.

-Es que se los merece -me sentí mucho menos feo en la oscuridad donde los ojazos de Mambita parecían haberse llenado de noctilucas.

-Para mí que lo que te gustó más que la película fue la actriz.

-Puede ser.

-¿Y por qué no le dedicás una poesía? El Gato me contó que empezaste a escribir cuando tenías cinco años.

Yo no le contesté, pero ver a Audrey Hepburn y a Loreley Rial al mismo tiempo durante una hora y media me desencadenó un bombardeo de extrasístoles peor que una taquicardias.

-Dios mío -murmuró ella, cuando Gregory Peck se aleja para siempre de la mujer de su vida balanceándose con las manos en los bolsillos, mientras parece sentir que lo único que importa en este mundo es haber visto el reino.

-¿Te gustó?

-Es media triste.

-Pero es divina.

-Sí. ¿Y ella te gusta más que yo, poeta?

Esta vez no le contesté, porque en ese momento nos llamaron Rosana y Muriel desde el pasillo para que fuéramos a hacer las cuentas.

-Nos estamos llenando de guita, camaradas de 4º H -se acercó el Gato haciéndome una guiñada y sonriéndome aparte. -Qué mal acompañado que estuviste, Cleanto. Pero me parece que hoy no vas a poder escoltarla hasta la casa porque en la puerta la está esperando el rebotero de Unión Atlética. Pa, Te pusiste más blanco que el pullover.

-¿Vamos a tomarnos unas grapas, loco? -atiné a triturarme dos granos igual que si fueran chinches.

-¿Te gustan con limón? Ojo que te pusiste medio bizco y ahora te están sangrando los garbanzos, tovarich. Mirá: ya te manchaste el pullover y todo.

-Me alegro -vi a mi Dama abrazándose en la vereda con un galán jopeado a lo Presley y esa noche volví a casa borracho y mi madre me juró que nunca más iba a tejerme nada.


11

Al otro día del beneficio en el Maracaná Muriel y Rosana me pidieron que las ayudara a preparar un escrito donde teníamos que resumir la más grandiosa aventura de Don Quijote, y cuando entraron a mi cuarto un domingo muy gris me encontraron escuchando la canción del disco simple que complementaba al tema principal de Millonario de ilusiones.

-Ah. Esa también me encanta -suspiró la vecina del Gato que se había enterado recién a los quince años de que los judíos creían en Dios. -¿Y de qué habla la letra? Yo en inglés soy muy burra.

-Lo principal que dice es Todas mis mañanas te pertenecen -se acercó al escritorio señalando el cuaderno azul titulado Poesías Muriel. -¿No me lo prestás por unos días, Jerónimo? Yo te prometo no mostrárselo a nadie.

Y como el peor defecto de mi infantilismo es el sí fácil, se lo dejé guardar enseguida en el bolso.

Después les leí el capítulo XVII de la Segunda Parte de Don Quijote donde se cuenta la felizmente acabada aventura de los leones y al final Rosana se levantó para señalar un papelito que yo tenía escrito a mano y tachuelado en la cabecera de la cama desde que Pochocho y mi padre fogonearon en el Arequita analizando una frase que siempre me da ganas de llorar:

-Tú a pie, tú solo, tú intrépido, tu magnánimo.

-Lo que a mí me cuesta entender es eso de que Don Quijote era un cuerdo loco y un loco que tiraba a cuerdo -clavó una uña bordó Rosana en los apuntes que había estado tomando mientras yo les intercalaba comentarios explicativos a la lectura.

-Es que eso es lo que le pasa a cualquier ser humano que acomete a cada paso lo imposible -levanté un brazo a lo predicador. -A mí los que me importan más son Jesús, Artigas, Vallejo y Obdulio Varela.

-¿Vos sabías que a Mambita le hizo mucho bien lo que le recitaste en la casa? -se desvió del tema Muriel y yo me acordé del rebotero de Unión Atlética y los gases apelotonados me desencadenaron unos bombazos que casi me hacen entrar en pánico.

-¿Te sentís bien, Cleanto? -se alarmó tragicómicamente Rosana. -Estás más pálido que chorizo de puchero.

Entonces les recité el soneto de Lope de Vega con el apasionamiento de María Casares y Muriel murmuró:

-Por qué habrá que sufrir tanto.

-Mi padre dice que eso es lo único que le da sentido a la vida: transformar el dolor en oro.

-¿Y después que lo transformás te sentís bien de bien?

-Preguntale a Don Quijote lo que sintió cuando el león se fue al mazo.

-¿No querés venir a casa el domingo que viene a jugar al rummy y nos seguís recitando esas cosas divinas? -se entusiasmó Rosana.

-Bueno, en el rummy soy un crack. Porque cuando era muy chico y mi viejo se iba a acampar yo tenía que jugar todo el fin de semana con mi madre para que no llorara.


12

Al otro domingo fui a jugar al rummy con las muchachas y llevé el disco Amor divino amor humano que me regaló mi padre cuando volvimos del Penitente. Yo ya me había aprendido de memoria el long-play entero, y todavía sigo imitando la entonación de María Casares al salmodiar de golpe algún poema genial en mi casa o en la calle. No se te borra nunca.

La otra invitada especial era una preciosa prima de mi Dama que se llamaba Jazmín, y les ganamos dos canastas seguidas a Susana y a Muriel.

-Pa. Vos para el rummy sos tan bueno como Mambita -aplaudió la chiquilina que también hubiera sido xenobofizada por mi madre como una chinonga. -Porque este juego no es nada más que una cuestión de suerte.

-Yo pienso que la suerte no existe -rechacé un pedazo de torta marmolada para que no se me quedaran migas metidas en la ortodoncia. -¿O te creés que Gregory Peck encuentra a Audrey Hepburn dormida en un banco de la calle por casualidad?

-Bueno, pero al final tiene muy poca suerte con ella -se le mojó la bobera a Rosana. -A mí me hizo sufrir esa película

-Mi padre piensa que todo está escrito -me acerqué al tocadiscos sacando el long-play del sobre ilustrado por una gran mano en alto. -Y que el periodista y la princesa se salvaron la vida mutuamente.

-¿Que se salvaron la vida? -se frunció Jazmín.

-Sí. Porque atreverse a adorar es algo más terrible que decidirse a abrir una jaula con leones. Y a veces Dios te ayuda y podés ver lo eterno. No hay otra salvación.

-¿Pero entonces cuál sería la diferencia que existe entre el amor divino y el amor humano? -señaló la tapa del disco Muriel.

-Eso mismo se lo escuché preguntar mi hermano hace poco, en el Penitente. Y tanto mi viejo como un profesor de literatura que acampa con nosotros le contestaron que son la misma cosa.

Y mientras ellas intercambiaban un desconcierto mudo puse la púa en el surco donde la actriz gallega recita un párrafo del Cantar de los cantares y expliqué:

-¿Ves? Esto es una parte de un libro de la Biblia pero está intercalado en la segunda cara del disco, la del amor humano. Porque te hace sentir que el Amado y la Amada son humanos y divinos al mismo tiempo.

Esa noche Muriel me acompañó hasta la parada del ómnibus para devolverme el cuaderno azul a solas y de repente dijo:

-¿Sabés que tus poesías me encantaron pero no cumplí con la promesa de no dárselas a leer a nadie?

-No importa. Es un honor, igual.

-Lo que pasa es que Loreley me pidió para leerlas juntas y al llegar al poema donde pusiste Cuando salimos con tu dolor a cuestas las calles nos llevaban hacia ninguna parte dijo que no debía ser nada difícil enamorarse de tu enloquecimiento.

Y esa noche también volví borracho a casa pero fue por salir a festejar la noticia del reino.

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