1º edición: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019
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El electrocardiograma me lo hicieron esa misma semana y
me diagnosticaron una patología congénita llamada Sindrome de
Wolf-Parkinson-White, que bien pudo haber sido el tipo de malformación que
mató a Julio Herrera y Reissig. Pero eso nunca lo sabremos. Yo por lo menos
estoy escribiendo esta historia después de haber cruzado los cincuenta años y
según dice José hoy en día tengo serias posibilidades de acceder a curarme con
un cateterismo electro fisiológico.
Y el último domingo de esas vacaciones de julio fuimos a
la matiné del cine de Atlántida con mi hermano y al volver conmovidísimos por La
princesa que quería vivir nos quedamos estaqueados en el porche mientras mi
madre rugía:
-Está engualichado por una chinonga que a los quince años
anda loqueando en Chez Carlos, Salomón. Él mismo me lo contó. La guacha
se cree que es Audrey Hepburn y es más parda que la Virgen de Guadalupe.
-Entonces debe ser una belleza de altar -escuchamos el
chasquido del encendedor Zippo cerrado con violencia por mi padre. -¿Y yo acaso
no soy aindiado?
-¿Vas a seguir fumando hasta que te venga un cáncer,
dueño del mundo?
-Basta, mi amor. Ya deben estar por llegar los
chiquilines.
-Mirá, te prohíbo terminantemente que me sigas diciendo mi
amor. Porque si me quisieras de verdad te habrías puesto un condón en vez
de embarazarme como un violador y hoy yo no sería una vaca. Y vos meta campamento
artiguista de convivencia purificadora y además engualichando a cada
clienta mal cojida que termina por mandarte cartitas románticas.
-Hace mucho tiempo que tendrías que haber ido a un
psiquiatra, Odette. Esto va a terminar muy mal.
Y en ese momento mi hermano se secó la cara y le agarré
la mano gelatinosa para llevármelo de allí pero no hubo manera.
-Soy como el agua que se derrama -se puso a
teatralizar mi madre el único salmo que había memorizado en los tiempos cuando
nos acompañaba a los campamentos: -Mis huesos están dislocados. / Mi corazón
es como cera / que se derrite dentro de mí. / Tengo la boca seca como una teja;
/ tengo la lengua pegada al paladar. / ¡Me has hundido hasta el polvo de la
muerte!
Ahora José se había tapado la cara con las dos manos y
después que hubo un rato de silencio me decidí a entrar.
-¿Y? -prendió otro Sinniko mi padre mientras ella
cocinaba picando algo con golpes histéricos. -Dicen que Audrey Hepburn actúa
como una diosa. ¿Qué le pasa a tu hermano?
José había entrado a encerrarse en nuestro cuarto dando
un portazo y entonces mi padre se dio cuenta de que acabábamos de escucharlos y
yo tuve ganas de arrancarme de cuajo el corazón y ponerlo debajo de un
zapato.
Esa noche nosotros comimos refuerzos en el cuarto y
enseguida que apagué la portátil mi hermano murmuró:
-Te prometo que voy a estudiar medicina para poder
curarte.
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En agosto compramos un tocadiscos portátil para ponerlo
como premio de una rifa que vendíamos ofreciendo bonos cuádruples, además de
organizar una función a beneficio de 4º H en el cine Maracaná con dos películas
muy taquilleras: Millonario de ilusiones y La princesa que quería
vivir.
Yo traté de sentarme lo más cerca que pude de Loreley y
al final de la película de Frank Sinatra nos cruzamos en un pasillo y ella
empinó la boca para elogiarme el pullover blanco que me tejió mi madre, así estrenaba
algo en el beneficio. Entonces nos pusimos a conversar sobre las rifas que
se estaban vendiendo bárbaro en el hall del cine y de la cantidad de gente que
había venido.
-Ojalá que la segunda película me guste tanto como a vos
-me toreó cuando se apagaron las luces y yo aproveché para sentármele al lado.
-Dicen que la actriz ganó el Globo de Oro y el Oscar.
-Es que se los merece -me sentí mucho menos feo en la
oscuridad donde los ojazos de Mambita parecían haberse llenado de noctilucas.
-Para mí que lo que te gustó más que la película fue la
actriz.
-Puede ser.
-¿Y por qué no le dedicás una poesía? El Gato me contó
que empezaste a escribir cuando tenías cinco años.
Yo no le contesté, pero ver a Audrey Hepburn y a Loreley
Rial al mismo tiempo durante una hora y media me desencadenó un bombardeo de
extrasístoles peor que una taquicardias.
-Dios mío -murmuró ella, cuando Gregory Peck se
aleja para siempre de la mujer de su vida balanceándose con las manos en los
bolsillos, mientras parece sentir que lo único que importa en este mundo es
haber visto el reino.
-¿Te gustó?
-Es media triste.
-Pero es divina.
-Sí. ¿Y ella te gusta más que yo, poeta?
Esta vez no le contesté, porque en ese momento nos
llamaron Rosana y Muriel desde el pasillo para que fuéramos a hacer las
cuentas.
-Nos estamos llenando de guita, camaradas de 4º H -se acercó
el Gato haciéndome una guiñada y sonriéndome aparte. -Qué mal acompañado que
estuviste, Cleanto. Pero me parece que hoy no vas a poder escoltarla hasta la
casa porque en la puerta la está esperando el rebotero de Unión Atlética. Pa,
Te pusiste más blanco que el pullover.
-¿Vamos a tomarnos unas grapas, loco? -atiné a triturarme
dos granos igual que si fueran chinches.
-¿Te gustan con limón? Ojo que te pusiste medio bizco y
ahora te están sangrando los garbanzos, tovarich. Mirá: ya te manchaste el pullover
y todo.
-Me alegro -vi a mi Dama abrazándose en la vereda con un
galán jopeado a lo Presley y esa noche volví a casa borracho y mi madre me juró
que nunca más iba a tejerme nada.
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Al otro día del beneficio en el Maracaná Muriel y Rosana
me pidieron que las ayudara a preparar un escrito donde teníamos que resumir la
más grandiosa aventura de Don Quijote, y cuando entraron a mi cuarto un domingo
muy gris me encontraron escuchando la canción del disco simple que
complementaba al tema principal de Millonario de ilusiones.
-Ah. Esa también me encanta -suspiró la vecina del Gato
que se había enterado recién a los quince años de que los judíos creían en
Dios. -¿Y de qué habla la letra? Yo en inglés soy muy burra.
-Lo principal que dice es Todas mis mañanas te
pertenecen -se acercó al escritorio señalando el cuaderno azul titulado Poesías
Muriel. -¿No me lo prestás por unos días, Jerónimo? Yo te prometo no
mostrárselo a nadie.
Y como el peor defecto de mi infantilismo es el sí
fácil, se lo dejé guardar enseguida en el bolso.
Después les leí el capítulo XVII de la Segunda Parte de
Don Quijote donde se cuenta la felizmente acabada aventura de los leones y
al final Rosana se levantó para señalar un papelito que yo tenía escrito a mano
y tachuelado en la cabecera de la cama desde que Pochocho y mi padre fogonearon
en el Arequita analizando una frase que siempre me da ganas de llorar:
-Tú a pie, tú solo, tú intrépido, tu magnánimo.
-Lo que a mí me cuesta entender es eso de que Don Quijote
era un cuerdo loco y un loco que tiraba a cuerdo -clavó una uña bordó
Rosana en los apuntes que había estado tomando mientras yo les intercalaba
comentarios explicativos a la lectura.
-Es que eso es lo que le pasa a cualquier ser humano que acomete
a cada paso lo imposible -levanté un brazo a lo predicador. -A mí los que
me importan más son Jesús, Artigas, Vallejo y Obdulio Varela.
-¿Vos sabías que a Mambita le hizo mucho bien lo que le
recitaste en la casa? -se desvió del tema Muriel y yo me acordé del rebotero de
Unión Atlética y los gases apelotonados me desencadenaron unos bombazos que
casi me hacen entrar en pánico.
-¿Te sentís bien, Cleanto? -se alarmó tragicómicamente
Rosana. -Estás más pálido que chorizo de puchero.
Entonces les recité el soneto de Lope de Vega con el
apasionamiento de María Casares y Muriel murmuró:
-Por qué habrá que sufrir tanto.
-Mi padre dice que eso es lo único que le da sentido a la
vida: transformar el dolor en oro.
-¿Y después que lo transformás te sentís bien de bien?
-Preguntale a Don Quijote lo que sintió cuando el león se
fue al mazo.
-¿No querés venir a casa el domingo que viene a jugar al
rummy y nos seguís recitando esas cosas divinas? -se entusiasmó Rosana.
-Bueno, en el rummy soy un crack. Porque cuando era muy
chico y mi viejo se iba a acampar yo tenía que jugar todo el fin de semana con
mi madre para que no llorara.
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Al otro domingo fui a jugar al rummy con las muchachas y
llevé el disco Amor divino amor humano que me regaló mi padre cuando
volvimos del Penitente. Yo ya me había aprendido de memoria el long-play
entero, y todavía sigo imitando la entonación de María Casares al salmodiar de
golpe algún poema genial en mi casa o en la calle. No se te borra nunca.
La otra invitada especial era una preciosa prima de mi
Dama que se llamaba Jazmín, y les ganamos dos canastas seguidas a Susana y a
Muriel.
-Pa. Vos para el rummy sos tan bueno como Mambita
-aplaudió la chiquilina que también hubiera sido xenobofizada por mi madre como
una chinonga. -Porque este juego no es nada más que una cuestión de
suerte.
-Yo pienso que la suerte no existe -rechacé un pedazo de
torta marmolada para que no se me quedaran migas metidas en la ortodoncia. -¿O
te creés que Gregory Peck encuentra a Audrey Hepburn dormida en un banco de la
calle por casualidad?
-Bueno, pero al final tiene muy poca suerte con ella -se
le mojó la bobera a Rosana. -A mí me hizo sufrir esa película
-Mi padre piensa que todo está escrito -me acerqué al
tocadiscos sacando el long-play del sobre ilustrado por una gran mano en alto.
-Y que el periodista y la princesa se salvaron la vida mutuamente.
-¿Que se salvaron la vida? -se frunció Jazmín.
-Sí. Porque atreverse a adorar es algo más
terrible que decidirse a abrir una jaula con leones. Y a veces Dios te ayuda y
podés ver lo eterno. No hay otra salvación.
-¿Pero entonces cuál sería la diferencia que existe entre
el amor divino y el amor humano? -señaló la tapa del disco Muriel.
-Eso mismo se lo escuché preguntar mi hermano hace poco,
en el Penitente. Y tanto mi viejo como un profesor de literatura que acampa con
nosotros le contestaron que son la misma cosa.
Y mientras ellas intercambiaban un desconcierto mudo puse
la púa en el surco donde la actriz gallega recita un párrafo del Cantar de
los cantares y expliqué:
-¿Ves? Esto es una parte de un libro de la Biblia pero
está intercalado en la segunda cara del disco, la del amor humano. Porque te
hace sentir que el Amado y la Amada son humanos y divinos al mismo tiempo.
Esa noche Muriel me acompañó hasta la parada del ómnibus
para devolverme el cuaderno azul a solas y de repente dijo:
-¿Sabés que tus poesías me encantaron pero no cumplí con
la promesa de no dárselas a leer a nadie?
-No importa. Es un honor, igual.
-Lo que pasa es que Loreley me pidió para leerlas juntas
y al llegar al poema donde pusiste Cuando salimos con tu dolor a cuestas las
calles nos llevaban hacia ninguna parte dijo que no debía ser nada difícil
enamorarse de tu enloquecimiento.
Y esa noche también volví borracho a casa pero fue por
salir a festejar la noticia del reino.
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