1º edición: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019
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A Mambita le festejaron los quince años el 1º de junio en
el hotel Oceanía y yo no fui al liceo porque estuve todo el día con treinta y
ocho y medio de fiebre, aunque no acepté acostarme ni siquiera para dormir la
siesta.
-Sí. Yo sé que por ella es capaz de agarrarse una
pulmonía -puso voz de mártir mi madre cuando empezó a llover y terminaron
discutiendo a los gritos en la cocina. -Y al final la que lo tiene que cuidar
soy yo, si es que no hay que internarlo. Acordate que todavía no sabemos por
qué le vienen las taquicardias.
-Dale, vestite rápido que yo te llevo en taxi -apareció
mi padre en el living después de clausurar la pelea con un portazo. -Ah. ya
estás vestido.
-Y tiene una pinta bárbara -me señaló la corbata a rayas
mi hermano, aunque yo me sentía un payaso estrábico con dos granos en la nariz
y cuando cruzamos General Paz me puse a recitar Decoración heráldica igual
que si rezara.
-Mirá que el divino Julio era capaz de meter tanto güevo
como el Negro Jefe -se bajó primero mi padre para abrir el paraguas. -¿Te vengo
a buscar a la una o a las dos?
Pero yo salí corriendo hacia el edificio con forma de
barco que se recortaba sobre las acollaradas luciérnagas de la rambla y ni
siquiera le hice adiós con la mano.
-Estás muy elegante -sonrió Loreley, que usaba un
escotadísimo traje blanco de entulamiento nupcial y se había parado a saludar a
cada uno de los invitados que entraba hecho una sopa.
-Gracias -fingí toser para taparme los granos mientras
pensaba que jamás iba a volver a ver una belleza tan impresionante en toda mi
vida.
Aquella noche tomé mucha sidra, y es posible que ya
tuviera cuarenta de fiebre cuando pasaron I’m sorry y saqué bailar a la
Dama del Cosmos recordando el acápite de Góngora que utilizó Herrera y Reissig
en Decoración heráldica:
-Señora de mis pobres homenajes, / débote amar aunque
me ultrajes.
Ella usaba unos tacos muy altos pero yo igual le llevaba
una cabeza y de golpe empecé a rezar casi en secreto:
-Soñé que te encontrabas junto al muro / glacial donde
termina la existencia, / paseando tu magnífica opulencia / de doloroso
terciopelo oscuro. // Tu pie, decoro del marfil más puro, / hería, con satánica
inclemencia, / las pobres almas, llenas de paciencia, / que aún se brindaban a
tu amor perjuro. // Mi dulce amor, que sigue sin sosiego, / igual que un triste
corderito ciego, / la huella perfumada de tu sombra // buscó el suplicio de tu
regio yugo, / y bajo el raso de tu pie verdugo / puse mi esclavo corazón de
alfombra.
Y cuando terminamos de bailar la canción de Brenda Lee
donde una muchacha le pide perdón a un ex-novio hecho pedazos a Loreley se le
rizó la sonrisa bermellón para murmurar:
-Gracias.
Al final me agarré una gripe de pecho que me duró dos
semanas y después supe que contagié a media clase, aunque a mi Dama la dejé
tatuada con una adoración delirante que nadie más podría volver a ofrecerle en
la vida y eso ni lo discuto.
6
La religiosidad de mi padre era paradojalmente judía,
porque sus oraciones preferidas siempre fueron los salmos pero admiraba a Jesús
con la devoción revolucionaria de San Esteban. Y cuando Pochocho leyó la
primera insufrible traducción de The catcher in the rye retitulada El
cazador oculto y Jerome David Salinger se hizo famoso en todo el mundo, no
podía creer que mi padre también se llamara Salomón.
-Vas a tener que tomar mucha sopa para arrimarle la bocha
a tu tocayo personal y de genealogía -me provocaba, y no se equivocó.
Una tarde mi madre me fue a buscar al liceo para
acompañarme a una consulta que tenía con el cardiológo y como Loreley vivía en
Nuevo Malvín tomamos el mismo ómnibus y después que ella se bajó en
Hipólito Yrigoyen y Rivera comentó:
-Es linda, la chinonguita. Bueno, a los quince años
cualquiera es linda. Aunque a mí no me los festejaron con tanto aspaviento.
-Entonces el día que estrené el buso de ban-lon y dijiste
que querías ser ella estabas adivinando, nomás -empecé a destrozarme una
especie de grano-garbanzo hasta hacerlo sangrar. -Yo pensé que ya la habías
visto cuando hicimos la cola para anotarnos en el Intermedio.
-Yo lo único que le escuché decir a tu padre es que le
escribiste una poesía después de sacarla a bailar en un cumpleaños de quince. Y
enseguida me di cuenta que estabas engualichado, aunque no me imaginaba que la
afortunada fuera tan oscurita. No se te ocurra decirle que sos medio judío, por
Dios. Y dejate quieto ese grano que se te va a infectar.
Entonces me secó la nariz con un pañuelo murmurando:
-La Virgen cura a los niños / con salivilla de estrella.
Un hombre que iba en el pasillo del ómnibus quedó
encandilado con el terciopelo celestial que pareció reflotarle intacto a mi
madre desde los tiempos en los que todavía acampaba con nosotros y leíamos a
Lorca en la sierra de las Ánimas.
-Anoche releí las dos cartas que me escribiste para mi
cumpleaños en quinto y en sexto -se arregló el moño ella, suspirando. -El liceo
te cambió mucho. Me acuerdo que cuando tomaste la comunión y bajaste del altar
caminando con los ojos cerrados yo le dije a tu padre que parecías un ángel y
el guarango hizo uno de esos comentarios de sabelotodo que usa para enamorar a
las clientas.
-Qué dijo.
-Todo ángel es terrible, me dijo.
-Pero eso es un verso precioso de Rilke, mamá.
-¿Y qué le ven de precioso?
No supe contestarle. Y esa tarde el médico me mandó hacer
un electrocardiograma para poder diagnosticar si las taquicardias paroxísticas
supraventriculares que se me desbocaban de vez en cuando eran psicosomáticas o
patológicas, y mientras esperábamos el ómnibus mi madre suspiró con una terribilità
oracular:
-Ahora lo único que falta es que la chinonga te parta el
corazón, mijito.
7
Al otro día encontré en la puerta del liceo a las dos
mejores amigas de Loreley con cara de velorio y supe que a ella se le
había muerto la abuela del alma.
-Fue un infarto fulminante. Y te aseguro que la quería
más que a la madre -me contó Rosana Toledo, que era vecina del Gato Roux en la
Plaza de los Olímpicos. -Mambita está deshecha. Hoy le vamos a llevar unas
flores a la casa. ¿Querés venir?
La familia Rial acababa de llegar del entierro, y cuando
nos sentamos en el living tuve la sensación de que Loreley había llorado tanto
que ya no le quedaba una sola gota de niñez en la mirada mora.
-Y pensar que en el Oceanía tu abuela estuvo bailando
toda la noche -se le sentó al lado Susana para frotarle la espalda. -¿Qué edad
tenía la Chimba?
-Sesenta. Y dice mamá que nunca la vio enferma.
Yo no pude dejar de relojearle el escote a Loreley y
ahora sentí que aquellos pechos de perfección brigittebardotesca por los que
jamás me masturbé se le habían transformado en corazones tristes.
-Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! -murmuré
como si se me escapara un efluvio de aflixión del Cholo. -Golpes como
del odio de Dios, como si ante ellos / la resaca de todo lo sufrido / se
empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Entonces mi Dama pareció besar el aire con los indefensos
labios despintados:
-Mi abuela creía en Dios. Y en la Virgen.
-Qué bien que recitás, Jerónimo -se limpió los mocos
llorosos Muriel Fernández. -Mambita me contó que mientras bailaban en el
cumpleaños vos le fuiste secreteando una poesía divina.
-Lo que pasa es que Cleanto tenía cuarenta de fiebre y se
había tomado cuarenta copas de sidra -trató de distender la conversación el
Gato, aunque nadie se rio. -A mí lo que me encantó fue ese verso que habla del
odio de Dios. Bueno, por algo soy asquerosamente ateo y me acabo de afiliar a
la Juventud Comunista.
-César Vallejo era católico y comunista -ladró la voz que
hablaba desde mis tripas.
-¿Y vos cómo podés hablar de Dios si sos judío? -me acusó
con una uña muy pinchuda Rosana Toledo.
-¿Pero a vos no te da la cabeza ni para entender que los
judíos también creen en Dios, enferma? -le mostró dos paletas más soberbias que
burlonas el Gato a su vecina. -Al que no se bancan ni en pedo es a Jesús.
-Mi padre es judío y cree en Jesús -se me deben haber
puesto colorados hasta los granos por traicionar las instrucciones racistas de
mi madre.
En aquellos tiempos los muchachos saludábamos a las
amigas nada más que oralmente, pero esa tarde Loreley nos despidió besándonos
la cara a todos y al llegar a casa le escribí un poema con un final digno del
salmo 21:
-Cuando salimos con tu dolor a cuestas las calles nos
llevaban hacia ninguna parte.
Y al otro día mi
padre me felicitó diciéndome que acababa de arrimarle la bocha al mismísimo
Cholo.
8
En la década del sesenta existían nada más que cuatro
años de secundaria complementados por dos de Preparatorios, y se nos ocurrió
armar un grupo de viaje como despedida liceal y para empezar a recaudar fondos
organizamos un baile en el hotel Oceanía. En la parte del edificio art-decó
bifrontal que daba hacia la rambla funcionaba la boîte Chez Carlos, a la
que la propaganda televisiva le llamaba la curva del ensueño. Y lo
terrible fue escuchar a Muriel y a Rosana comentando que el padre de Loreley
era amigo del dueño de aquel tugurio chic donde a veces contrataban
hasta a Pedrito Rico y que a ella la habían llevado y bailó toda la
noche con el hijo del magnate, que tenía un Impala mariposa y casa en Punta del
Este. Aquello me mató.
El baile a beneficio de 4º H se hizo durante las
vacaciones de julio y con lo recaudado pudimos diseñar lo que ya se había
decidido que iba a ser un viaje de una semana a Porto Alegre en enero del 64. Y
al otro día los responsables de la organización tuvimos que volver al Oceanía porque
sobraron varios cajones de cerveza y en esos casos la Norteña te mandaba
un camión para recogerlos.
-No estaría mal brindar -sacó una navaja-destapador el
flaco Silvera mientras esperábamos en el salón invadido por la luz blanca de
una tarde todavía otoñal, y empezamos a abrir chopitos con el Gato hasta que
las muchachas nos pidieron que paráramos porque se iba a armar lío.
A mí nunca me gustó la cerveza y mucho menos tibia, pero
vacié no sé cuántas botellas y nunca pude saber cómo hice para que termináramos
bajando solos con Loreley por la escalinata llena de álamos que une la calle
Mar Ártico con la curva del ensueño y después recorriéramos la rambla
durante quince cuadras hasta subir por Hipólito Yrigoyen y llegar a su casa
cuando ya estaba oscuro.
Una cosa de la que me acuerdo con total claridad fue
haberle recitado las primeras estrofas de Bordas de hielo a la altura de
la Playa de los Ingleses:
-Vengo a verte pasar todos los días, / vaporcito
encantado siempre lejos… / ¡Tus ojos son dos rubios capitanes; / tu labio es un
brevísimo pañuelo / rojo que ondea en un adiós de sangre! // Vengo a verte
pasar; / hasta que un día, / embriagada de tiempo y de crueldad, / vaporcito
encantado siempre lejos, / ¡la estrella de la tarde partirá!
Y el borracho era yo aunque la que se reía era ella, y
mientras íbamos llegando a la esquina de Michigan creo que le dije algo así
como que era capaz de besar toda la vereda de enfrente para que en un solo
viaje al liceo se le pasara el dolor que sentía por la muerte de la abuela y
los ojazos se le llenaron de un resplandor de altar.
Me acuerdo que al volver cruzando la plaza Fabini de
Nuevo Malvín me tuve que esconder a desagotar la vejiga entre los árboles, y
después tomé un ómnibus en la esquina del cine Maracaná y cuando llegué a casa
ya estaba sobrio y la llamé enseguida por teléfono para disculparme.
-Fue un honor -se le aterciopeló la ronquera a mi Dama,
antes de premiarme con la profecía más equivocada que coseché en mi vida:
-Estoy segura de que vas a encontrar muchas mujeres que te quieran de veras.
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