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“¡LEVÁNTENSE! AUN DESPUÉS DE QUE
SE DERRAME LA SANGRE”, DICE LA CONQUISTA,
NUESTRA SEÑORA DE LOS CONQUISTADOS
Masacre de los soñadores:
La Madre Maíz (3)
La anciana madre se sueña siempre nueva
Quizás soñamos nuevos sueños solo para nosotros mismos.
Pero es un hecho que también soñamos sueños viejos, sueños reciclados que
soñaron otros que vivieron mucho antes de que naciéramos. Nos asemejamos hasta
el mínimo detalle a algunos de nuestros ancestros de esta manera: sus dones y
sueños no murieron cuando sus vidas fueron horriblemente truncadas o demasiado
pronto o incluso al final de una larga vida.
Entre nuestro pueblo, sin importar de qué grupos tribales procedamos (y
algunos venimos de varios a la vez), entre toda la gente ancestral que tenemos,
hubo soñadores que soñaron el presente, el pasado y el futuro.
Las lluvias de destellos que sus mejores sueños y entendimientos liberaron,
están en nosotros de alguna manera también: en impulsos, inspiraciones
repentinas, en todo lo que a veces parece estallar en nosotros con fuego
adicional para hacer y ser.,.. y para traer de vuelta al alma de su único
caminar en la tierra de los muertos.
Aunque una generación desaparezca de esta Tierra, de alguna manera muchas
de las esperanzas, ideas y sueños de cada una parecen buscar terreno en las
siguientes. Incluso si los destruyen o entierran, sus mejores ideales
ancestrales nos llaman a través del tiempo, filtrándose por el suelo moderno de
nuestro ser como un pozo artesiano inagotable que da sustento a nuestra
existencia.
Así también sucede con el recuerdo de la Santa Madre. Los antiguos usos y
bondades tocan a la puerta para dejarlos entrar, pasan así por medio de
nosotros, y entonces podemos buscar ponerlos a trabajar de formas nuevas en
nuestro propio tiempo.
Todo bien que estemos buscando también nos busca. Todo bien que alguna vez
conocimos en nuestra gran familia nos volverá a encontrar. La psique es un
universo propio en el que nada bueno se pierde jamás del todo. Cualquier parte
perdida o faltante de lo Sagrado, la volveremos a soñar de nuevo. Siempre
soñaremos lo Sagrado otra vez.
Casi por todas partes donde caminé en Cholula y los diminutos barrios de sus
alrededores, me invitaron a entrar en casas de una sola habitación: tres
paredes con un limpio piso de tierra. Como ocurre entre la gente humilde de
muchos lugares de América, la cuarta pared podría ser una floreciente
jacaranda, violentamente morada, o una ondulante montaña azul en la distancia.
En pequeños patios, durante el calor del mediodía y entre comidas bañadas
de limón, supe lo devotos que muchos eran de la Santa Madre. Aquí
también la conocen por las narrativas apócrifas y anecdóticas que han pasado
por la tradición durante siglos.
Algunos todavía recuerdan a la Madre Santísima como Xilonen, a veces
llamándola Santa Xilonen, La Madre del Maíz, Madre Maizales, Madre de
los Campos de Maíz; algunos decían que ella es la imagen de Nuestra Señora
de Guadalupe.
Asunción, mi dulce pequeña guía en los campos y flores de esa tierra, me
dijo que La Morenita es La Mujer Grande, que sobrevivió a la
Conquista a pesar de que tantos seres humanos y cosas no lo consiguieron.
Acostada en la habitación bajo el árbol donde dormía, podía escuchar a
Asunción y a otras ancianas y ancianos que “soñaban en voz alta”, como decían; en
otras palabras, recordando cómo “fue alguna vez”.
Una de las historias que más amé fue sobre la esencia de Nuestra Señora de
Guadalupe caminando entre nuestra gente en los diversos barrios, poniéndose
diferentes trajes típicos, “disfraces”, porque cada barrio reconocía su
imagen de distinta manera.
Así, en el borde de este camino usaba ytatis, motas escarlatas de
estambre de cada lado de la cabeza. En otro pueblo al sur de Cholula, estaba cubierta
con un velo para protegerse contra las tormentas de polvo que se elevaban en
los campos recién arados donde con frecuencia se le podía ver girando justo
arriba de la tierra. En otro estaba rapada, para mostrar que se encontraba de
duelo. En otro aparecía completamente depilada, para expresar que nada corrupto
se podía aferrar a Ella.
En varias partes la entendían como una niña que miraba hacia su propia
madre, otro ser santo. En aquel pueblo, usaba ruidosos cinturones de caparazón
de tortuga. En uno más, se vestía de climátides, enredaderas de botón de oro,
cempasúchil del naranja más anaranjado. En otro, estaba perpetuamente
embarazada del Pequeño, a veces llamado El Mañuelito, a veces llamado el
Niño Jesús.
Esto, pensaba yo, tenía todo el sentido para el alma: Gran Mujer, Santa
María, Madre Mer, Nuestra Señora, La Mera Mera. En su misericordia,
aparecería decorada, vestida, se mostraría como cada alma en la tierra pudiera,
lograra mejor entenderla, como la entendían y entienden en sus múltiples
representaciones.
Distintas imágenes, distinto arte. Distintas personas. De complexión
oscura, ojos claros, ojos oscuros, piel de bronce, ojos azules, pelirroja, de
piel blanca, nariz grande, nariz pequeña, pero siempre con una constante: sus
manos, siempre sus manos generosas.
La misma alma. La misma hermosa alma, Nuestra Madre. La misma Santa Madre.
La misma.
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