martes

CLARISSA PINKOLA ESTÉS - DESATANDO A LA MUJER FUERTE (15)


5 (1)

“¡LEVÁNTENSE! AUN DESPUÉS DE QUE
SE DERRAME LA SANGRE”, DICE LA CONQUISTA,
NUESTRA SEÑORA DE LOS CONQUISTADOS

Masacre de los soñadores:
La Madre Maíz (3)

La anciana madre se sueña siempre nueva

Quizás soñamos nuevos sueños solo para nosotros mismos. Pero es un hecho que también soñamos sueños viejos, sueños reciclados que soñaron otros que vivieron mucho antes de que naciéramos. Nos asemejamos hasta el mínimo detalle a algunos de nuestros ancestros de esta manera: sus dones y sueños no murieron cuando sus vidas fueron horriblemente truncadas o demasiado pronto o incluso al final de una larga vida.

Entre nuestro pueblo, sin importar de qué grupos tribales procedamos (y algunos venimos de varios a la vez), entre toda la gente ancestral que tenemos, hubo soñadores que soñaron el presente, el pasado y el futuro.

Las lluvias de destellos que sus mejores sueños y entendimientos liberaron, están en nosotros de alguna manera también: en impulsos, inspiraciones repentinas, en todo lo que a veces parece estallar en nosotros con fuego adicional para hacer y ser.,.. y para traer de vuelta al alma de su único caminar en la tierra de los muertos.

Aunque una generación desaparezca de esta Tierra, de alguna manera muchas de las esperanzas, ideas y sueños de cada una parecen buscar terreno en las siguientes. Incluso si los destruyen o entierran, sus mejores ideales ancestrales nos llaman a través del tiempo, filtrándose por el suelo moderno de nuestro ser como un pozo artesiano inagotable que da sustento a nuestra existencia.

Así también sucede con el recuerdo de la Santa Madre. Los antiguos usos y bondades tocan a la puerta para dejarlos entrar, pasan así por medio de nosotros, y entonces podemos buscar ponerlos a trabajar de formas nuevas en nuestro propio tiempo.

Todo bien que estemos buscando también nos busca. Todo bien que alguna vez conocimos en nuestra gran familia nos volverá a encontrar. La psique es un universo propio en el que nada bueno se pierde jamás del todo. Cualquier parte perdida o faltante de lo Sagrado, la volveremos a soñar de nuevo. Siempre soñaremos lo Sagrado otra vez.

Casi por todas partes donde caminé en Cholula y los diminutos barrios de sus alrededores, me invitaron a entrar en casas de una sola habitación: tres paredes con un limpio piso de tierra. Como ocurre entre la gente humilde de muchos lugares de América, la cuarta pared podría ser una floreciente jacaranda, violentamente morada, o una ondulante montaña azul en la distancia.

En pequeños patios, durante el calor del mediodía y entre comidas bañadas de limón, supe lo devotos que muchos eran de la Santa Madre. Aquí también la conocen por las narrativas apócrifas y anecdóticas que han pasado por la tradición durante siglos.

Algunos todavía recuerdan a la Madre Santísima como Xilonen, a veces llamándola Santa Xilonen, La Madre del Maíz, Madre Maizales, Madre de los Campos de Maíz; algunos decían que ella es la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.

Asunción, mi dulce pequeña guía en los campos y flores de esa tierra, me dijo que La Morenita es La Mujer Grande, que sobrevivió a la Conquista a pesar de que tantos seres humanos y cosas no lo consiguieron.

Acostada en la habitación bajo el árbol donde dormía, podía escuchar a Asunción y a otras ancianas y ancianos que “soñaban en voz alta”, como decían; en otras palabras, recordando cómo “fue alguna vez”.

Una de las historias que más amé fue sobre la esencia de Nuestra Señora de Guadalupe caminando entre nuestra gente en los diversos barrios, poniéndose diferentes trajes típicos, “disfraces”, porque cada barrio reconocía su imagen de distinta manera.

Así, en el borde de este camino usaba ytatis, motas escarlatas de estambre de cada lado de la cabeza. En otro pueblo al sur de Cholula, estaba cubierta con un velo para protegerse contra las tormentas de polvo que se elevaban en los campos recién arados donde con frecuencia se le podía ver girando justo arriba de la tierra. En otro estaba rapada, para mostrar que se encontraba de duelo. En otro aparecía completamente depilada, para expresar que nada corrupto se podía aferrar a Ella.

En varias partes la entendían como una niña que miraba hacia su propia madre, otro ser santo. En aquel pueblo, usaba ruidosos cinturones de caparazón de tortuga. En uno más, se vestía de climátides, enredaderas de botón de oro, cempasúchil del naranja más anaranjado. En otro, estaba perpetuamente embarazada del Pequeño, a veces llamado El Mañuelito, a veces llamado el Niño Jesús.

Esto, pensaba yo, tenía todo el sentido para el alma: Gran Mujer, Santa María, Madre Mer, Nuestra Señora, La Mera Mera. En su misericordia, aparecería decorada, vestida, se mostraría como cada alma en la tierra pudiera, lograra mejor entenderla, como la entendían y entienden en sus múltiples representaciones.

Distintas imágenes, distinto arte. Distintas personas. De complexión oscura, ojos claros, ojos oscuros, piel de bronce, ojos azules, pelirroja, de piel blanca, nariz grande, nariz pequeña, pero siempre con una constante: sus manos, siempre sus manos generosas.

La misma alma. La misma hermosa alma, Nuestra Madre. La misma Santa Madre. La misma.

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