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“¡LEVÁNTENSE! AUN DESPUÉS DE QUE
SE DERRAME LA SANGRE”, DICE LA CONQUISTA,
NUESTRA SEÑORA DE LOS CONQUISTADOS
Masacre de los soñadores:
La Madre Maíz (5)
Ahora, al pasado otra vez, para entender más de la
indestructibilidad de la Madre
La masacre de los soñadores (2)
Aunque Moctezuma ya había oído rumores de cambios inmensos cerniéndose
sobre el imperio nahua, se dice que en realidad deseaba que le dijeran lo
contrario.
Como parte de la élite gobernante, anhelaba que el mundo que había
construido por medio de fiestas, amenazas, matrimonios y guerras nunca
terminara.
Pero los soñadores tribales eran almas honestas. No podían apoyar falsamente
la fantasía de Moctezuma.
Al contrario, permanecieron fieles a los sueños que una fuerza mayor les
otorgara. Se cuenta que le dijeron a Moctezuma que soñaron que él -y todo
Aztlán- caerían, estallarían grandes incendios, enormes piedras caerían a tierra,
la sangre correría y el alma misma de México sufriría enormemente.
Al escuchar esto, Moctezuma ordenó que se llevara a cabo lo que quizás
podría entenderse como una horrenda decisión tomada por un hombre con un miedo
abyecto, pena, orgullo excesivo. No deseaba ser depuesto, y quizás intentó
hacer algo que ningún hombre puede: aparentar ser el Creador… pues trató de
detener el tiempo, volverlo atrás.
Se dice que planeó cómo impedir que los soñadores soñaran lo que él no
quería. Que si tan solo evitara que los soñadores dieran a conocer a los grupos
tribales que había que comenzar a prepararse para este enorme cambio, podría
detener el fin de su mundo como alguna vez lo conoció.
En las múltiples historias que he escuchado sobre este suceso, para su propia
ruina, Moctezuma hizo lo impensable con plena conciencia.
Ordenó la matanza de todos los soñadores.
Se dice que Moctezuma caminó en un lago de sangre entre los cuerpos de los
soñadores asesinados, llorando por la pérdida de “mis hermosos soñadores”.
Pero muertos estaban, yaciendo en su propia sangre como suaves piedras
pardas decoradas en un río rojo brillante. Muertos quedaron. Asesinó hasta al
último soñador que hablara en voz alta de su sueño… y el final del imperio era
inminente, un mundo mucho más despiadado se abría, el mundo que hasta entonces
todos conocían sería destruido.
Moctezuma, el último líder de muchos pueblos de México, provocó que la
sangre roja de hasta el último gentil e inocente soñador se hundiera en las
arenas de la ciudad isla. Esta sangre de los soñadores se fue bajo tierra largo
y tendido; se dice que corrió y fluyó, arrastrada por las lluvias y los ríos
por cientos y miles de kilómetros.
Y no muy lejos en el tiempo -ni muy lejos en hectáreas- avanzaban a caballo
hombres ceñidos con armaduras hechas de guata de algodón gruesa sobrepuesta con
escamas de cuero, que usaban vainas para sostener sus espadas hechas de acero
toledano, con sillas de cuero que rechinaban y hebillas en los estribos que
tintineaban. “Los extraños”, aquellos a quienes más tenía Moctezuma. De
cualquier manera avanzaban desde el este.
Implacablemente.
La masacre de los soñadores hizo que cada pueblo en todo el imperio
perdiera a su soñador, quien soñaba no solo por la salud de ellos, sino por
todos.
Al matar a la gente sagrada, Moctezuma contribuyó a silenciar las
bibliotecas espirituales vivientes, caminantes y parlantes del imperio.
Grupos tribales enteros perdieron a sus mensajeros, cuyas vidas estaban
dedicadas a permanecer sacerdotalmente entre lo mundano y el cielo, para poder proporcionar
imágenes, arte, música, canciones, ideas, poesía, bendiciones, cuidado, respeto
por las conductas correctas, medicinas, miel dulce sobre obleas de maíz,
para las plegarias.
Como en otros lugares y tiempos de nuestro mundo, incluso ahora, el líder
no se dio cuenta siquiera de que, al asesinar a los soñadores, había de hecho
apurado su propia muerte y la de su imperio, pues ya no quedaba nadie que
soñara nueva vida. Y nadie más se atrevería a decir que ellos eran los soñadores
de la Madre, almas en crecimiento con raíces resplandecientes salidas directo
de la tierra de los sueños al mundo real.
Sucedió: los conquistadores llegaron completamente ataviados para la
batalla. Aunque Moctezuma les ofreció oro, ágapes, tesoros de objetos y mujeres
más allá de cualquier cosa que pudieran haber imaginado, los
marineros-soldados-matones festejaron, aceptaron todo el botín, y después
dieron muerte a Moctezuma ahí mismo, dejando que su cabeza rodara por la calle.
El fin del mundo para muchos de los pueblos tribales de México había
comenzado en todo su flagelo.
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