jueves

CLARISSA PINKOLA ESTÉS - DESATANDO A LA MUJER FUERTE (18)


5 (4)

“¡LEVÁNTENSE! AUN DESPUÉS DE QUE
SE DERRAME LA SANGRE”, DICE LA CONQUISTA,
NUESTRA SEÑORA DE LOS CONQUISTADOS

Masacre de los soñadores:
La Madre Maíz (5)

Ahora, al pasado otra vez, para entender más de la indestructibilidad de la Madre

La masacre de los soñadores (2)

Aunque Moctezuma ya había oído rumores de cambios inmensos cerniéndose sobre el imperio nahua, se dice que en realidad deseaba que le dijeran lo contrario.

Como parte de la élite gobernante, anhelaba que el mundo que había construido por medio de fiestas, amenazas, matrimonios y guerras nunca terminara.

Pero los soñadores tribales eran almas honestas. No podían apoyar falsamente la fantasía de Moctezuma.

Al contrario, permanecieron fieles a los sueños que una fuerza mayor les otorgara. Se cuenta que le dijeron a Moctezuma que soñaron que él -y todo Aztlán- caerían, estallarían grandes incendios, enormes piedras caerían a tierra, la sangre correría y el alma misma de México sufriría enormemente.

Al escuchar esto, Moctezuma ordenó que se llevara a cabo lo que quizás podría entenderse como una horrenda decisión tomada por un hombre con un miedo abyecto, pena, orgullo excesivo. No deseaba ser depuesto, y quizás intentó hacer algo que ningún hombre puede: aparentar ser el Creador… pues trató de detener el tiempo, volverlo atrás.

Se dice que planeó cómo impedir que los soñadores soñaran lo que él no quería. Que si tan solo evitara que los soñadores dieran a conocer a los grupos tribales que había que comenzar a prepararse para este enorme cambio, podría detener el fin de su mundo como alguna vez lo conoció.

En las múltiples historias que he escuchado sobre este suceso, para su propia ruina, Moctezuma hizo lo impensable con plena conciencia.

Ordenó la matanza de todos los soñadores.

Se dice que Moctezuma caminó en un lago de sangre entre los cuerpos de los soñadores asesinados, llorando por la pérdida de “mis hermosos soñadores”.

Pero muertos estaban, yaciendo en su propia sangre como suaves piedras pardas decoradas en un río rojo brillante. Muertos quedaron. Asesinó hasta al último soñador que hablara en voz alta de su sueño… y el final del imperio era inminente, un mundo mucho más despiadado se abría, el mundo que hasta entonces todos conocían sería destruido.

Moctezuma, el último líder de muchos pueblos de México, provocó que la sangre roja de hasta el último gentil e inocente soñador se hundiera en las arenas de la ciudad isla. Esta sangre de los soñadores se fue bajo tierra largo y tendido; se dice que corrió y fluyó, arrastrada por las lluvias y los ríos por cientos y miles de kilómetros.

Y no muy lejos en el tiempo -ni muy lejos en hectáreas- avanzaban a caballo hombres ceñidos con armaduras hechas de guata de algodón gruesa sobrepuesta con escamas de cuero, que usaban vainas para sostener sus espadas hechas de acero toledano, con sillas de cuero que rechinaban y hebillas en los estribos que tintineaban. “Los extraños”, aquellos a quienes más tenía Moctezuma. De cualquier manera avanzaban desde el este.

Implacablemente.

La masacre de los soñadores hizo que cada pueblo en todo el imperio perdiera a su soñador, quien soñaba no solo por la salud de ellos, sino por todos.

Al matar a la gente sagrada, Moctezuma contribuyó a silenciar las bibliotecas espirituales vivientes, caminantes y parlantes del imperio.

Grupos tribales enteros perdieron a sus mensajeros, cuyas vidas estaban dedicadas a permanecer sacerdotalmente entre lo mundano y el cielo, para poder proporcionar imágenes, arte, música, canciones, ideas, poesía, bendiciones, cuidado, respeto por las conductas correctas, medicinas, miel dulce sobre obleas de maíz, para las plegarias.

Como en otros lugares y tiempos de nuestro mundo, incluso ahora, el líder no se dio cuenta siquiera de que, al asesinar a los soñadores, había de hecho apurado su propia muerte y la de su imperio, pues ya no quedaba nadie que soñara nueva vida. Y nadie más se atrevería a decir que ellos eran los soñadores de la Madre, almas en crecimiento con raíces resplandecientes salidas directo de la tierra de los sueños al mundo real.

Sucedió: los conquistadores llegaron completamente ataviados para la batalla. Aunque Moctezuma les ofreció oro, ágapes, tesoros de objetos y mujeres más allá de cualquier cosa que pudieran haber imaginado, los marineros-soldados-matones festejaron, aceptaron todo el botín, y después dieron muerte a Moctezuma ahí mismo, dejando que su cabeza rodara por la calle.

El fin del mundo para muchos de los pueblos tribales de México había comenzado en todo su flagelo.

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