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A Frank le gustaban los
aviones. Me prestaba todas sus novelitas sobre la primera guerra mundial. Las mejores
eran las de Ases del aire. Las batallas eran fantásticas, con los Spads
y los Fokkers mezclándose en el cielo. Me las leí todas. Lo que no me gustaban
era que siempre perdieran los alemanes, pero igual me parecían fabulosas.
Me gustaba ir a la casa
de Frank a devolverle las novelas que me había prestado para llevarme otras. Su
madre usaba zapatos con tacos y tenía unas piernas preciosas. Se sentada en un
sillón con las piernas cruzadas y la pollera muy levantada. El padre de Frank
se sentaba en el otro sillón. Siempre estaban bebiendo. Su padre había sido
aviador en la guerra y se había estrellado. En uno de los brazos tenía un
alambre en lugar de un hueso. Le pagaban una pensión. Pero en un gran tipo.
Siempre charlaba con nosotros.
-¿Cómo les va, muchachos?
¿Cómo andan?
Entonces nos enteramos
que iba a haber un espectáculo aéreo. Uno de los grandes. Frank consiguió un
mapa y decidimos ir haciendo auto-stop. Yo pensaba que iba a ser imposible
llegar, pero Frank decía que sí. Su padre nos prestó la plata.
Bajamos al bulevar con
nuestro mapa y al final alguien nos levantó. Era un viejo que se pasaba
constantemente la lengua por los labios y usaba una vieja camisa a cuadros
cerrada hasta el cuello. No usaba corbata. Tenía unas extrañas cejas que se le
enrulaban sobre los ojos.
-Me llamo Daniel -dijo.
Frank dijo:
-Él es Henry y yo soy
Frank.
Daniel siguió manejando.
Entonces sacó un Lucky Strike y lo prendió.
-¿Ustedes viven con sus
padres, chiquilines?
-Sí -dijo Frank.
-Sí -dije yo.
A Daniel ya se le había
humedecido el cigarrillo. Paró en un semáforo.
-Ayer agarraron en la
playa a dos tipos que estaban abajo del muelle. La policía se los llevó presos.
Uno de los tipos se la estaba chupando al otro. ¿Qué carajo le importa eso a la
policía? Da bronca.
El semáforo cambió y
Daniel volvió a arrancar.
-¿No les parece que fue
una estupidez que la policía no les haya dejado que se le chuparan, muchachos?
No contestamos.
-¿No les parece que dos
tipos tienen derecho a una buena mamada? -dijo Daniel.
-Yo pienso que sí -dijo
Frank.
-Sí -dije yo.
-¿Adónde van? -preguntó
Daniel.
-Al espectáculo aéreo
-dijo Frank
-¡Ah, un espectáculo
aéreo! ¡Cómo me gustan! Si les parece vamos juntos a verlo.
No contestamos.
-¿Bueno, qué les parece?
-Okey -dijo Frank.
El padre de Frank nos
había dado suficiente para la locomoción y la entrada, pero nosotros decidimos
ahorrar las plata del transporte haciendo auto-stop.
-A lo mejor les gusta más
ir a nadar, muchachos -dijo Daniel.
-No -dijo Frank-,
queremos ir a ver el espectáculo.
-Nadar es más divertido.
Podemos jugar carreras. Conozco un sitio donde podemos estar solos. Yo nunca me
metería abajo del muelle.
-Queremos ir al
espectáculo -insistió Frank.
-Bueno -dijo Daniel-,
vamos al espectáculo.
Cuando llegamos nos bajamos
del coche y mientras Daniel lo trancaba Frank dijo:
-¡CORRÉ!
Empezamos a correr hacia
la entrada del espectáculo y Daniel nos gritó:
-¡EH, DEGENERADITOS! ¡NO
SE ESCAPEN! ¡VUELVAN!
Nosotros seguimos
corriendo.
-Cristo -dijo Frank.
-¡Ese hijo de puta está loco!
Ya casi habíamos llegado
a la verja de la entrada.
-¡LOS VOY A AGARRAR,
PENDEJOS!
Nosotros pagamos y
entramos corriendo. El espectáculo todavía no había empezado pero ya había muchísima
gente.
-Vamos a escondernos abajo
de la tribuna -dijo Frank.
Las gradas habían sido
armadas con tablones especialmente para el espectáculo. Nos metimos abajo. De
golpe encontramos a dos chiquilines mirando para arriba a través de las gradas.
Eran un poco mayores que nosotros. Tendrían 13 o 14 años.
-¿Qué estarán mirando?
-dije yo.
-Vamos a ver -dijo Frank.
Nos acercamos y uno de ellos
nos gritó:
-¡Vayánse a la mierda,
soretes!
-¡Carajo, Marty, dejalos
mirar un poco!
Nos seguimos acercando y
al llegar miramos para arriba junto con ellos.
-¿Qué pasa? -pregunté yo.
-¿No la ves,
carajo? -dijo uno de los chiquilines.
-¿Si veo qué?
-Es una concha.
-¿Una concha? ¿Dónde?
-¡Allí, justo allí
arriba? ¿No la ves?
Y la señaló.
Había una mujer sentada.
No llevaba bombacha, y mirando entre las tablas se le podía ver la concha.
-¿La ves?
-Sí, la veo. Es una concha
-dijo Frank.
-Bueno, ahora rajen de
aquí y no le cuenten nada a nadie.
-Pero queremos verla un
poco más -dijo Frank. -Otro poco.
-Bueno, pero no mucho,
Y nos quedamos allí
mirándola.
-La veo -dije yo.
-Es una concha -dijo
Frank.
-Es una concha de verdad
-dije yo.
-Si -nos dijo uno de ellos.
-Eso es lo que es.
-Siempre voy a acordarme
de esto -dije yo.
-Bueno, guachos, ahora váyanse.
-¿Por qué? -preguntó
Frank. ¿Por qué no podemos mirar un poco más?
-Porque ahora tengo que
hacer una cosa -dijo uno de ellos. ¡Así que váyanse!
Nos fuimos.
-No entiendo qué va a
hacer -dije yo.
-Yo tampoco -dijo Frank.
-Capaz que le va a tirar una pedrada.
Salimos de abajo de la
tribuna fijándonos si Daniel seguía allí. No los vimos por ningún lado.
-A lo mejor se fue -dije yo.
-A esa clase de tipos no
le gustan los aviones -dijo Frank.
Subimos a las gradas a
esperar que empezase el espectáculo. Me fijé en todas las mujeres que estaban
sentadas.
-Cuál será -dije.
-Desde arriba no te podés
dar cuenta -dijo Frank.
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