7 / GUEDALI
Las vísperas del sabbat siempre cae sobre mí la densa tristeza de
los recuerdos. En otro tiempo mi abuelo acariciaba con su barba amarillenta los
tomos de Ibn-Ezra (5) y mi abuela, con su cofia puntiaguda, interrogaba el
futuro moviendo los dedos nudosos sobre los candelabros, y lloraba bajito. Mi
corazón de niño, en esas noches se movía como un esquife sobre las olas
encantadas. ¡Oh, aquellos Talmudes cenicientos de mi infancia! ¡Ay, la tristeza
de los recuerdos!
Deambulo por Zhitomir buscando el tímido lucero. Cerca de la antigua
sinagoga, junto a sus indiferentes muros amarillentos, unos judíos viejos
venden tiza, azul de lavandería y mechas para lámparas. Son judíos de barbas,
como los profetas, con harapos sobre el pecho hundido…
Delante de mí está el mercado. El alma grasa de la abundancia está muerta;
de las puertas de los comercios penden mudos cerrojos y el pavimento está liso
como la calvicie de una calavera. El tímido lucero brilla y se apaga…
La suerte me llega más tarde, justo antes de la caída del sol. La tienda de
Guedali está escondida entre hileras de puestos cerrados a cal y canto. ¡Ay,
Dickens!, ¿dónde estaría tu sombra ese atardecer? Habrías visto en esa tienda
de antigüedades escarpines dorados junto a cables marinos, una vieja brújula y
un águila disecada, un winchester de caza con la fecha grabada en 1810 y una
olla rota.
El viejo Guedali deambula entre sus tesoros en el vacío rosa de la tarde: un
tendero de lentes ahumados, con una levita verde que le llega a los talones. Se
frota sus pequeñas manos blancas, se acaricia la espesa barba grisácea y con la
cabeza baja escucha voces invisibles que le llegan volando de todas partes.
La tienda es como una caja de colecciones de un niño serio y curioso, que
será más tarde profesor de botánica. Allí también hay botones y una mariposa
seca. El pequeño tendero se llama Guedali. Todos se han ido ya del mercado,
pero Guedali está allí todavía. Se mueve en un laberinto de globos terrestres,
de cráneos y de flores muertas, y agita un plumero de plumas de gallo para
quitar el polvo de las flores secas.
Estamos sentados sobre unos toneles de cerveza. Guedali tuerce y retuerce
su barba en punta. Su sombrero de copa oscila sobre los dos como una pequeña
torre negra. Un aire tibio pasa entre nosotros. El cielo cambia sus colores.
Una sangre deleitable gotea de una botella volcada en un estante alto y siento
un leve olor a descomposición.
-Le decimos “sí” a la Revolución, ¿pero habrá que decirle “no” al Sabbat?
-Así empezó Guedali, envolviéndome con la mirada de seda de sus ojos color
de humo-. “Sí”, le grito a la Revolución, le grito “Sí”, pero ella se esconde de
Guedali y no me envía otra cosa que disparos de fusil.
-El sol no penetra en ojos cerrados -le dijo al viejo -pero nosotros
abriremos los ojos cerrados.
-El polaco me ha cerrado los ojos -murmura el viejo con una voz casi
imperceptible-. El polaco es un perro infame. Agarra al judío y le arranca la
barba. ¡Ah, el maldito perro! Y resulta que ahora le pegamos al perro infame.
¡Es fantástico, es la Revolución! Y luego el que le pegaba al polaco me viene a
decir: “Requisa: entrega tu gramófono, Guedali…”. “Yo amo la música”, le
respondo a la Revolución. “Tú no sabes lo que amas, Guedali, y yo tengo que dispararte,
entonces sabrás lo que amas, no puedo dejar de hacerlo, porque yo soy la
Revolución”.
-No puede dejar de disparar, Guedali -le dije al viejo- porque es la Revolución.
-Pero, mi querido señor, el polaco disparaba porque era la
Contrarrevolución. Ustedes disparan porque son la Revolución. Pero la
Revolución es la alegría. Y la alegría no quiere que haya huérfanos en casa. El
hombre bueno hace cosas buenas. La Revolución es la buena obra de los hombres
buenos. Pero los hombres buenos no matan. Por lo tanto son hombres malos los
que están haciendo la Revolución. Y los polacos también son gente mala. ¿Quién
le dirá entonces a Guedali dónde está la Revolución y dónde está la
Contrarrevolución? En otro tiempo estudié el Talmud y me gustan los comentarios
de Rash y los libros de Maimónides. Y en Zhitomir hay también personas capaces
de comprender. Y hete aquí que nosotros, las personas instruidas, nos arrojamos
al suelo y gritamos en voz alta: ¡Desdichados de nosotros! ¿dónde está entonces
la dulce Revolución?
El viejo guardó silencio. Vimos la primera estrella que se abría camino a
lo largo de la Vía Láctea.
-Empieza el sábado -dijo Guedali con tono solemne -los judíos debemos ir a
la sinagoga. Oye, camarada -prosiguió, mientras se ponía de pie, y su sombrero
de copa, como una negra torre, oscilaba sobre su cabeza-. Traigan a Zhitomir un
puñado de buenas personas. ¡Ah, qué falta hacen en nuestra ciudad! Traigan
buenas personas y les entregaremos todos nuestros gramófonos. No somos
ignorantes. La Internacional… sabemos lo que es la Internacional. Y yo quiero
una Internacional de buenas personas y que tomen a todas las almas y les den, a
cada una, la ración de primera categoría que les corresponde. Toma, buena alma,
come, te lo ruego, vive el placer de la vida. La Internacional, mi señor
camarada, es algo que ustedes no saben con qué se come…
-Se come con pólvora -le contesté al viejo- y se aliña con la mejor sangre…
Y he aquí que, de entre las tinieblas azules, se subía a su trono la joven
vigilia del Sabbat.
-Guedali -le dije- es viernes y ha empezado a atardecer. ¿Dónde puedo
encontrar unas galletitas judías, un vaso de té judío y también un poco de ese
Dios retirado en el fondo del vaso de té?
-En ningún sitio -me respondió Guedali, cerrando el candado de la tienda-,
no hay en ningún sitio. Aquí al lado hay una taberna de buenas personas que
solían tener, pero ahora ya no se come, ahora se llora…
Se abrochó los tres botones de hueso de su levita verde, sacudió el polvo
con el plumero de plumas de gallo, roció con agua sus manos blandas, y se
alejó, minúsculo, solitario, soñador, con su sombrero de copa, y con un enorme
libro de oraciones bajo el brazo.
Llegaba el sabbat y Guedali, fundador de una Internacional
quimérica, se marchó a rezar a la sinagoga.
Notas
(5) Ibn-Ezra Abraham (Toledo, 1102 – Roma, 1167) fue un célebre poeta,
matemático y astrónomo judío.
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