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“¡LEVÁNTENSE!
AUN DESPUÉS DE QUE
SE
DERAME LA SANGRE”, DICE LA CONQUISTA,
NUESTRA
SEÑORA DE LOS CONQUISTADOS
Masacre
de los soñadores:
La
Madre Maíz (1)
Sueños:
nos seguiremos levantando
Si
uno dejase de soñar sueños audaces,
cesarían
también las acciones sobre
la
Tierra.
Los
sueños salvajes son el combustible primario
para
la maquinaria del Hacer.
Los
sueños salvajes son el fusible dorado
para
la fuerza vital del Ser.
Si
no se puede soñar,
no se
puede hacer.
¡Levántense!
No
se adelanten,
sino
siembren por doquier
los
más hermosos,
los
más salvajes sueños
que
haya rugido el Alma.
Antecedentes:
la misteriosa
vida eterna de la Madre
Esto sabemos: todos nuestros ancestros, y a veces también nosotros, en
los tiempos modernos, hemos vivido algo impronunciable, casi insoportable; un
evento tan repentino, tan destructivo que pareciera que aniquilaría la fuerza
que da vida.
Y aun así, en el centro del corazón desconsolado, hay un
campo dorado, floreciente con suficiente alma para alimentar a todos los que
llegan ahí. Este corazón inextinguible de Amor protege la esencia de la fuerza
vital ahí, incluso cuando todo lo demás está en ruinas.
Somos plantas verdes en este campo dorado. A pesar de la muerte de los
sueños o los soñadores, a pesar del derramamiento de sangre, la esencia en
nosotros está protegida de alguna manera, nutrida de nuevo por alguien que no
puede ser destruido. La Madre, dadora de nueva vida, será llamada una y otra
vez para darnos vida por el amor y el anhelo que tiene la gente de Ella, y por
el amor y anhelo de Ella hacia la gente.
Las naciones más añejas, las tribus más antiguas, siempre conocieron a
Nuestra Señora. La conocieron por uno o más de sus miles de nombres.
Así, en Cholula, en Tlaxcala, y en otros lados de México, aun hoy viven
campesinos pobres que siguen desgranando el maíz a mano, justo como lo hacían
sus ancestros para la Madre en siglos anteriores. Recuerdan a la Madre
Santísima desde antes de la Conquista, antes de la subyugación salvaje perpetrada
sobre los pueblos tribales desde 1519.
Los campesinos veían entonces, como ahora, la Fuerza Vital en todo tipo de
semillas como bendición de la Madre que cuida a todos, que alimenta a todos.
La gente se aferró a sus interpretaciones y recuerdos de la Gran Mujer,
aunque los que querían el poder intentaran subvertirla poderosamente.
Sucedió así: hacia 1519, en España, la realeza había expulsado a los
judíos, obligando a muchos a convertirse, contra su voluntad, en cristianos.
España ya había dado paso a una Inquisición sangrienta. Ahora financiaban
tripulaciones y navíos de madera para navegar desde Europa hasta Aztlán,
uno de los antiguos nombres de México. Los conquistadores avanzaron
entonces lentamente con sus caballos por las aguas revueltas y hasta la costa
de un hermoso puerto virgen en lo que hoy es Yucatán, México.
Después, matando a indígenas desarmados, poniendo en contra a las tribus
por medio del engaño, amenazándolas con privarlas de la comida o matar a las
familias asustadas si rehusaban permitir que sus hijas fueran raptadas (y si
sus hijos se negaban a ser reclutados), los conquistadores desarrollaron el
clientelismo para comprar lealtad. Los “soldados” armados de la Europa del “Viejo
Mundo” dijeron que tenían el derecho de reclamar a todos los seres humanos de las
Américas. En historias posteriores se harían llamar “exploradores”, pero
definitivamente no eran solo eso.
Vinieron con la misión implícita de apropiarse de tierras, riqueza mineral,
oro, piedras preciosas, niños, mujeres jóvenes, indígenas sanos y fuertes. Llevaron
sumariamente a cabo los terrorismos que juzgaban efectivos para llevárselo todo
y descorazonar el alma de la gente. Así fue mucho más fácil esclavizar a tantos
favoreciendo a pocos, pero en general capturando a cada alma sin rescate.
Los invasores se autodenominaron conquistadores, pero en realidad
representaban solo un minúsculo grupo mercenario del pueblo enormemente cálido
y compasivo de España; algunos decían ser “de noble cuna”, pero la mayoría eran
campesinos, casi siervos que, muchas veces, también vivían bajo el yugo de
gobiernos locales opresores.
Sin embargo, los conquistadores no podrían haber derribado por sí
solos las culturas altamente desarrolladas de las Américas. A los mercenarios
pronto se les unieron oleadas de clérigos y otros que afirmaban tener un alto
status social en España, Grecia, Italia y varios lugares de Europa; todos
decían que, por tanto, tenían “derechos” sobre los nacidos en las Américas.
En los siglos XVI, XVII y XVIII, hordas de “colonos” corrieron a reclamar
tierras y esclavos en las Américas, afirmando ser religiosos, pero al parecer
sin darse cuenta de que incluso el crucifijo de oro más grande y aparatoso no
puede esconder la degeneración ni la avaricia insaciable de un corazón
codicioso.
Así, fingiendo que sus vanidades eran de hecho virtudes, muchos
oportunistas oprimieron a los indígenas, ahora bajo ocupación militar. En
México, a esta devastación a veces todavía se le llama Inquisición mexicana.
Forzando su religión sobre los indígenas, tal como hicieran con los judíos
en la Europa del Viejo Mundo, los hombres y las mujeres invasores se extendieron
por el Centro, Sudamérica y el Caribe, instalándose a vivir con majestuosa
pereza, mientras repartían golpizas, mutilaciones y castigos criminales,
reclamando a las mujeres, niños y hombres nativos como sus bienes.
Por medio del fuego, la espada, el mazo y la deformación (destruyendo así
la historia, el arte y las culturas de la gente), en México, como en otros
lugares, las enormes bibliotecas ancestrales, depositarias de la poesía, la
ciencia, la biología, la zoología, los cantos de fertilidad, danzas, historias
familiares, historias de guerra, mitologías, inventarios de almacén, ciclos del
clima, astronomía, todas las provincias pertenecientes por tradición a la Santa
Madre, fueron destruidas a propósito. (Solo cinco códices de literalmente
millones de pergaminos lograron sobrevivir a la Conquista: dos son facsímiles y
ninguno detalla una sola palabra sobre la Madre ni el Padre de la Vida, ni del
Santo Niño llevado en el corazón por los indios, el pueblo indígena, durante
siglos.)
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