La introducción del ser en el psicoanálisis (*)
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Para ilustrar estas ideas me voy a referir a la observación de un bebé de
dos meses y medio realizada por una colega, que muestra cómo el cuerpo abierto
del bebé se extiende en continuidad con el Universo. Durante sus primeras
semanas pasaba largas horas extasiado contemplando una pared blanca que tenía
frente a sí, como en este momento no existe todavía la tercera dimensión,
podemos pensar que el bebé está incluido en lo que percibe, como dice Piaget, de
tal modo que él se extiende en el blanco de la pared en una extensión sin
límites. Cuando tenía algún malestar y sollozaba, se calmaba, más que con la
voz o la cara de su madre, mirando una lámpara que colgaba del techo y en la cual
se veían claramente tres círculos concéntricos, entonces sonreía y realizaba
algunas vocalizaciones. ¿No es esto comunicación con lo inanimado, o mejor aun,
con los símbolos cósmicos, donde el malestar del bebé se diluye en esa “totalidad
indivisa” que presentan los círculos o el blanco de la pared?
Metapsicológicamente, diremos que son las presentaciones del narcisismo del
Ser, filogenéticamente heredadas, captadas por el yo-Ser incipiente del bebé.
Hemos denominado yo-Ser a la configuración resultante del yo inicial del
bebé con el narcisismo del Ser, configuración que posee un régimen
bidimensional, no habiendo todavía un espacio psíquico propio capaz de contener
representaciones. En estos primeros meses de la vida el yo está al servicio del
Ser, en cambio, con el desarrollo del narcisismo yoico la situación se invierte
y la instancia del Ser queda finalmente sometida por el yo permaneciendo en
estado potencial, una vez estructurado el aparato psíquico. Pero siempre habrá
situaciones donde, diversas complacencias del yo, permitirán el resurgimiento
del Ser, como observamos particularmente en la adolescencia, en el proceso
creativo, o en la mística.
Los niños artistas constituyen una situación privilegiada para observar el
despliegue de la instancia del Ser, dada la detención de su desarrollo yoico
por insuficiencia de las identificaciones primarias humanas.
Estos niños pertenecen más al orden cósmico que al orden humano, siendo
función de la terapeuta humanizarlos y de este modo sustraerlos del orden
cósmico. Así un niño de siete u ocho años (4) daba vueltas en círculos
alrededor de una mesa en forma indefinida y totalmente indiferente a la
presencia de la terapeuta, como si esta no estuviese presente. La terapeuta
resolvió tomarlo de la mano y juntos comenzaron a girar en círculo. Introdujo
entonces una nueva variante, se detenía por momentos diciéndole “ahora nos
paramos, ahora seguimos” hasta que finalmente el niño terminó por sonreírse
gozoso y mirando a los ojos de la terapeuta por primera vez.
¿No vemos aquí el pasaje del cuerpo cósmico, movido por ritmos astrales,
envuelto en el “holo-movimiento” como diría el físico David Bohm, al cuerpo
humano, cuerpo de placer, cuerpo comunicado con el prójimo? O en términos
narcisísticos el pasaje del narcisismo del Ser, impersonal, al narcisismo
yoico, intersubjetivo.
Hemos introducido el concepto de identificaciones primarias cósmico para
referirnos a estas incorporaciones de elementos del cosmos, en ese caso de los
ritmos universales muy comunes en estos niños y por los cuales buscan ordenarse
en el cosmos a falta de ordenación yoica.
Pero no todo es narcisismo del Ser o yo Ser, sino que también se observa
con similar frecuencia situaciones de pánico debido a la angustia de no Ser. El
cuerpo y psiquismo abiertos del niño autista queda expuesto a su disolución en
el vacío.
Así una niña autista (5) cerraba todo cuanto encontraba a su paso, puertas,
ventanas, cajones, mochila. En una ocasión la terapeuta sacó su mano a través
de la ventana provocando a la niña una crisis de pánico. ¿Sería le ventana el
límite de su cuerpo y más allá el vacío insondable y aterrado, o el no Ser?
Notas
(4) Paciente de Ana Rumi.
(5) Paciente de Alicia Cattivelli.
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