por Luis Fernando Moreno
Claros
El influyente pensador ruso Lev Shestov analizó de forma brillante los
límites de la razón en 'Atenas y Jerusalén', un clásico ahora traducido por
primera vez al castellano
Un verdadero tour de force filosófico es lo que contiene esta
obra magna del pensador ruso de origen judío Lev Isaákovich Shestov
(1866-1938). Atenas y Jerusalén fue un
libro original e importante en su época, 1937, cuando la denominada “filosofía
de la existencia” comenzaba a imperar en Europa de la mano de autores tan
dispares como Jaspers, Heidegger o Sartre. Ahora aparece por
primera vez en castellano en una excelente traducción. Contiene el pensamiento
maduro de Shestov, un filósofo paradójico de incalmable espíritu crítico: era
sesudo e irracionalista a la par. Nunca tuvo filiación política clara —huyó de
los bolcheviques por haber escrito un libro poco complaciente sobre ellos—, sin
embargo, sus ideas y su espíritu son de talante “revolucionario” y provocador,
sin concesiones a lo trillado y establecido. Su voz resonaría en Camus, Deleuze o Cioran.
Shestov fue un
esforzado campeón de la zozobra filosófica, un “filósofo de la sospecha” en el
sentido de Kierkegaard y Nietzsche, a quienes
idolatraba. Su agudeza intelectual y su minucioso conocimiento de la historia
del pensamiento, junto a su osadía y honradez personales, lo llevaron a
cuestionar el tradicional y omnipotente poder de la razón. De formación
científica —estudió matemáticas en Moscú—, se relacionó en su juventud con
intelectuales rusos como Berdiáyev y Rózanov, quienes lo condujeron a la
filosofía. Pronto se planteó cuestiones existenciales que lo marcarían de por
vida, por ejemplo: ¿Es posible la libertad en un mundo dominado por leyes
universales necesarias? ¿Podemos superar la angustia que nos provoca una
existencia en la que nos sentimos esclavizados? La lectura de Nietzsche en
torno a 1900 le descubrió definitivamente la literatura filosófica. A él le
dedicó sus primeros libros, que relacionaban las ideas intempestivas del
filósofo alemán con Tolstói y Dostoievski. La gran tragedia
de estos tres autores, según Shestov, fue su clarividencia del dolor y el
sufrimiento; creían, además, que si existe algún tipo de “salvación”, será sólo
individual: el ser humano se enfrenta a solas con la vida, y de él depende
aceptarla o revolverse contra sus normas y necesidades en busca de libertad.
Más tarde, Shestov amplió su círculo de pensadores favoritos a Spinoza, el
filósofo que más influyó en el racionalismo europeo antes de Kant, y el que más
sedujo a Hegel: “Spinozismo o no hay filosofía”, dijo este. El ruso entró en
una agudísima controversia con Spinoza y sus seguidores.
Un libro estupendo
de Shestov, publicado en 1905, es Apoteosis de lo infundado (Hermida,
2015). Compuesto de prosas breves y pensamientos misceláneos, en él ya
expresaba grosso modo la dicotomía y
pugna entre necesidad y libertad en el pensamiento occidental, un problema que
Shestov desarrollará de manera sistemática en Atenas y Jerusalén. En
su opinión, los filósofos realmente grandes —Pascal y Dostoievski tanto como
Spinoza y Sócrates— fueron conscientes de la confrontación causada por la
conciliación entre libertad y necesidad, de ahí que nunca cesaran de
preguntarse en qué consiste la libertad y si es posible el libre arbitrio en un
mundo de leyes dictadas por la naturaleza. La filosofía griega, con Platón,
Sócrates y Aristóteles a la cabeza, implantó en Occidente el imperio de la
razón —el de la ciencia—. Junto a ella, el hombre mismo se erigió en “medida de
todas las cosas”, sustituyó primero a los dioses y después al Dios creador y
todopoderoso del Antiguo Testamento. De Sócrates a Kant y Hegel, la filosofía
se sometió a “lo necesario” dentro de los límites marcados por la diosa razón,
mientras que el Dios desplazado quedó como refugio de teólogos o de la
ignorancia y la fantasía.
En los cuatro
ensayos que componen Atenas y Jerusalén, Shestov trata
intensamente de estas cuestiones volviendo a Parménides, Sócrates, Platón,
Spinoza, Kant y Kierkegaard, así como a Plotino y Lutero. Unos, los
racionalistas, son los representantes de “Atenas” en el ámbito de la filosofía;
otros, los creyentes en Dios, representan a “Jerusalén”. Quien camina por el
lado de la ciudad de Cristo está más allá de los corsés de la necesidad —“la fe
sola salva”, decía Lutero—; para él, si Dios
existe, lo demás es innecesario, y “todo es posible”, hasta lo más
“descabellado” (Kierkegaard). Sin embargo, Descartes y Kant eran racionalistas
a ultranza. Solucionaron el problema del libre albedrío y la necesidad
apostando por esta última. Según estos, incluso el Creador del universo tuvo
que someterse a las leyes de la razón una vez terminado el mundo, donde
gobiernan las leyes naturales. La libertad existe, pero circunscrita a las
lindes que marca la necesidad. Es imposible que dos y dos no sean cuatro o que
no sea válido el principio de contradicción, explicaban los racionalistas.
Spinoza sostenía que la felicidad consiste en comprender lo necesario y
aceptarlo, pero frente a él, Dostoievski, en Memorias del subsuelo, exclamaba:
“¡Qué me importa a mí que dos y dos sean cuatro… No quiero reconciliarme con
ese muro de piedra de la necesidad!”.
Shestov presenta de
forma brillante y esclarecedora estos planteamientos confrontados. También él
sospechaba que, más allá de los muros de piedra implantados por las ciencias y
la ética racionalista, tal vez fuera posible la codiciada libertad plena;
libertad sólo otorgada por una inquebrantable fe en Dios. Nunca se decidió
entre Atenas y Jerusalén, a cambio escribió este gran libro de reflexión
filosófica, estimulante para aquellas mentes que anhelen un pensamiento de
altos vuelos en tiempos de indigencia y oscuridad intelectuales.
(EL PAÍS España / 22-10-2018)
(EL PAÍS España / 22-10-2018)
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