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“¡LEVÁNTENSE! AUN DESPUÉS DE QUE
SE DERRAME LA SANGRE”, DICE LA CONQUISTA,
NUESTRA SEÑORA DE LOS CONQUISTADOS
Masacre de los soñadores:
La Madre Maíz (2)
Madre, una ironía de ironías
Quizás sea una peculiaridad absoluta de la naturaleza humana tratar de
diluir y / o negar la masacre al por mayor de personas, la destrucción de
culturas, después del hecho. Como los que niegan el Holocausto en la Segunda
Guerra Mundial, en Armenia, en Camboya, el asesinato de las tribus masurias y
suabas, y lo que se hizo a los kurdos y varios cientos más, hoy hay quienes
desean borrar la memoria de esta invasión a sangre fría de las Américas y en
consecuencia renombrar el mal como “bien”.
Pero en nuestro propio tiempo, mirando la destrucción de Zimbabue por el
dictador Robert Mugabe; la ruina de Birmania por el dictador Than Shwe; el
horror de las colonizaciones en Haití por los invasores y luego el vil saqueo
perpetrado por los dictadores Papa Doc, Baby Doc Duvalier y su exesposa Michèle
Bennett; al ver en nuestra época otras tierras y pueblos casi completamente
destruidos, hemos atestiguado de primera mano en nuestros días, corroborado con
ojos bien abiertos, que solo se necesita un puñado de matones para abrumar y
dañar a literalmente millones.
Conociendo así la realidad de la “peor bajeza” de la naturaleza humana,
somos claros testigos en nuestros propios tiempos de las predecibles tretas
terroristas usadas por los dictadores para aplastar y conquistar, los
asesinatos gratuitos de las almas que intentan proteger la verdad y la
inocencia, su avaricia sin oposición por el lucro y la esclavización de otros
seres humanos. Los viejos relatos sobre los actos terroríficos y los propósitos
reales detrás de la conquista de las Américas deben permanecer como un conjunto
brutal de historias atroces y verdaderas.
La redención de los males severos no viene de blanquear la merde, el
excremento, sino de levantar la fuerza vital, levantarla y sacarla del lodo, el
dolor y la sangre, para que pueda brillar verdaderamente de nuevo y cantarse en
forma propia y reverente, cueste lo que cueste.
La Santa Madre y el Pueblo Santo fueron despuestos en la Conquista, pero
ahora se ven en iglesias modernas por toda América aunque con nuevos nombres,
muchos distintos de los ancestrales. Cuando fui a Cholula en la década de 1960,
mucha gente, como en otros lugares reconocía a la Madre por nombres viejos,
nombres nuevos, por cualquier nombre, en realidad, como su amada Mujer Santa.
La conocían porque la conocen, sin importar el rostro que pinten encima,
sin importar el apodo.
Hay otra forma en que la gente mantuvo vivos a la Madre y al Pueblo Santo en
su memoria en medio de la invasión. Curiosamente, la Conquista desarrolla un
rasgo específico en los pequeños grupos agresivos decididos a someter a un
pueblo; con frecuencia se desata un “frenesí de construcción de edificios””.
Los invasores buscan sobrescribir la cultura existente, de modo que los ideales
icónicos de la gente supuestamente se borren, se olviden, y los valores de los
conquistadores sean los únicos visibles.
Hemos visto esto en nuestra era en varios países, más notablemente en el
frenesí por construir edificios en la Alemania bajo Hitler, en Rumania bajo
Ceausescu, la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial. En cada uno
de estos lugares se vio cómo un grupo pequeño o una sola persona ordenaba
enormes demoliciones de formas culturales de vida vigentes, por ejemplo
incendiando, inundando, desmantelando granjas, tierras agrícolas y equipo,
llevándose y matando ganado.
Estas demoliciones obligaban a migraciones masivas de pueblos agrícolas a
las ciudades para vivir en rascacielos cuadrados de concreto sin un pozo
central ni un río. Se derribaron santuarios venerables y hermosas formas
construidas por culturas más antiguas, reemplazándolas con lo que se consideraban
los edificios más importantes del “Estado”, con la intención de glorificar una
idea limitada o una persona.
Los invasores en México y las Américas también obligaron a trabajar a los
indígenas que quedaban, forzándolos a demoler sus templos sagrados, estatuas
emblemáticas, frescos y estelas. Esto incluía ordenar a los trabajadores esclavos
que destrozaran millones de santuarios, templos, estatuas y figuras pintadas de
la Madre, y representaciones artísticas de sus múltiples dones a todos los seres
humanos.
A los trabajadores de les ordenó que, encima de esos sitios exactos y
lugares sagrados antiguos, construyeran los extravagantes palacios y edificios que
los invasores quisieran, y que crearan estatuas que reflejaran rostros europeos
en lugar de las caras del pueblo.
Hoy existe una dulce ironía en esto, la cual debe hacer que la Madre Santísima
sonría sutilmente: en la mayoría de las miles de iglesias construidas en épocas
de la Conquista con el trabajo de esclavos, uno puede ver cómo se alzan sus
muros, sí. Pero las raíces, las piedras mismas de los cimientos -que con frecuencia
se alzan cinco o diez metros más arriba del suelo y tienen metros de
profundidad- son justo los mismos cimientos colocados para la Madre y su
Familia, para sus templos y santuarios.
Estos cimientos de piedra fueron colocados con hermosa precisión por el
Pueblo Santo nahua, muchos antes de que los conquistadores se tropezaran con
las Américas.
Por eso la Madre en todos esos siglos desde la Conquista permaneció en la
base de cientos de miles de iglesias levantadas en todo el territorio de las
Américas: la Santa Madre sigue siendo un cimiento, la raíz misma de lo que yace
encima.
La mayoría de los observadores no se dan cuenta de que mucho antes de la
Conquista el pueblo azteca, los mayas, los incas, todos construían nuevas
pirámides encima de pirámides viejas, una táctica de ingeniería aparentemente
lógica para la estabilidad de estructuras tan altas.
Solo que los ancianos con los que hablé en estos lugares revelaron que,
aunque también tenía que ver con la ingeniería, el propósito real de construir
sobre otros edificios en los viejos tiempos era para honrar “los pies”; es
decir, para venerar que lo “nuevo” nunca se pone encima: crece desde la raíz de
lo Santo.
Así se puede apreciar que miles de iglesias de la Conquista no “cubren”
exactamente, sino que están sostenidas, abrazadas por la Madre Santa, por su
raíz nutritiva.
Quizás puedan imaginarse a los que ordenaron los nuevos edificios pensando
que eliminaban una cultura que entendían como ajena, mientras que los que
construían creían que Nuestra Santa Madre es suficientemente vasta,
suficientemente profunda, como albergar a ese nuevo edificio.
Quizás un antiguo capataz indígena, aunque él mismo también era un esclavo,
convenció a un constructor español para que usara los viejos cimientos de los
templos del Pueblo Santo. Quizás el constructor español accedió, viendo la
ventaja manifiesta -la estabilidad- y el ideal detrás de ello; preservar
valores ancestrales y la devoción a la Madre y su parentela al construir sobre
su fuerza.
A pesar de todo, los pueblos de las Américas mantuvieron viva a la Santa
Madre en los cimientos de los edificios más grandes, pues la gente comprendió
que, al igual que con una planta, lo que más importa es la raigambre; lo que
realmente sotiene, nutre, da apoyo a todo, es lo que está bajo tierra.
No importa qué o quién intente obstruir su paso, construya encima de Ella,
la encierre detrás de un muro, Ella todavía está aquí. Todos los que tienen
ojos para ver, la ven. Todos los que tienen oídos para escuchar, la escuchan.
Así es como esto fue benditamente predestinado.
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