¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más
profundo centro;
pues ya no eres equiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este
dulce encuentro!
DECLARACIÓN (8)
18 /
Es a saber, pues ya no afliges, ni aprietas, ni fatigas como antes hacías.
Porque conviene saber que esta llama de Dios cuando el alma estaba en estado de
purgación espiritual, que es cuando cuando va entrando en contemplación, no le
era tan amigable y suave como ahora lo es en este estado de unión. Y en
declarar cómo esto sea nos hará detener algún tanto.
19 /
En lo cual es de saber que, antes que este divino fuego de amor se introduzca y
una en la sustancia del alma por acabada y perfecta purgación y pureza, esta
llama, que es el Espíritu Santo, está hiriendo en el alma, gastándole y
consumiéndole las imperfecciones de sus malos hábitos; y esta es la operación del
Espíritu Santo, en la cual la dispone para la divina unión y transformación y
amor en Dios. Porque es de saber que el mismo fuego de amor que después se une
con el alma glorificándola, es el que antes la embiste purgándola; bien así
como el mismo fuego que entra en el madero es el que primero le está embistiendo
e hiriendo con su llama, enjugándole y desnudándole de sus feos accidentes,
hasta disponerle con su calor tanto, que pueda entrar en él y transformar en sí.
Y esto llaman los espirituales vía purgativa. En el cual ejercicio el alma
padece mucho detrimento y siente graves penas en el espíritu (que de ordinario
redundan en el sentido), siéndole esta llama muy esquiva. Porque en esta disposición
de purgación no le es esta llama clara, sino oscura, que, si alguna vez le da,
es para ver sólo y sentir sus miserias y defectos; ni le es suave, sino penosa,
aunque algunas veces le pega calor de amor, es con tormento y aprieto; y no le
es deleitable, sino seca, porque, alguna vez por su benignidad le da algún
gusto para esforzarla y animarla, antes y después que acaece, lo lastra y paga
con otro tanto trabajo; ni le es reficionadora y pacífica, sino consumidora y
argüidora haciéndola desfallecer y penar en el conocimiento propio; y así, no
le es gloriosa, porque antes la pone miserable y amarga , en luz espiritual que
le da de propio conocimiento, enviando Dios fuego, como dice Jeremías, en
sus huesos, y enseñándola (Thren. 1,13), y, como también dice David, examinándola
en fuego (Ps. 16,3)
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