¡Oh
llama de amor viva,
que
tiernamente hieres
de
mi alma en el más profundo centro;
pues
ya no eres equiva,
acaba
ya, si quieres;
¡rompe
la tela de este dulce encuentro!
DECLARACIÓN
(1)
1 /
Sintiéndose ya el alma toda inflamada en la divina unión y ya su paladar todo
bañado en gloria y amor, y que hasta lo íntimo de su sustancia está revertiendo
no menos que ríos de gloria, abundando en deleites, sintiendo correr de su
vientre los ríos de agua viva, que dijo el Hijo de Dios que saldrían en
semejantes almas (Iº. 7,38) parece que, pues con tanta fuerza está transformada
en Dios y tan altamente de Él poseída, y con tan ricas riquezas de dones y virtudes
arreada, que está tan cerca de la bienaventuranza, que no la divide sino una
leve tela; y como ve que aquella llama delicada de amor que en ella arde, cada
vez que la está embistiendo la está como glorificando con suave y fuerte
gloria, tanto que cada vez que la
absorbe y embiste le parece que le va a dar la vida eterna, y que va a romper
la tela de la vida mortal, y que falta muy poco, y que por esto poco no acaba
de ser glorificada esencialmente, dice con gran deseo a la llama -que es el
Espíritu Santo- que rompa ya la vida mortal por aquel dulce encuentro, en que de
veras la acabe de comunicar lo que cada vez le parece que le va a dar cuando la
encuentra, que es glorificarla entera y perfectamente. Y así, dice:
¡Oh, llama de amor viva!
2 /
Para encarecer el alma el sentimiento y aprecio con que habla en estas cuatro
canciones, pone en todas ellas estos términos: ¡oh! y ¡cuán! que significan
encarecimiento afectuoso; los cuales cada vez que se dicen dan a entender del
interior más de lo que se dice por la lengua. Y sirve el ¡oh! para mucho
desear y para mucho rogar persuadiendo, y para entrambos efectos usa el alma de
él en esta canción, porque en ella encarece e intima el gran deseo, persuadiendo
al amor que la desate.
3 /
Esta llama de amor es el espíritu de su Esposo, que es el Espíritu
Santo, al cual siente ya el alma en sí, no sólo como fuego que la tiene consumida
y transformada en suave amor, sino como fuego que, demás de eso, arde en ella y
echa llama, como dije; y aquella llama, cada vez que flamea, baña al alma en
gloria y la refresca en temple de vida divina. Y esta es la operación del Espíritu
Santo en el alma transformada en amor, que los actos que hace interiores es
llamear, que son inflamaciones de amor, en que unida la voluntad del alma, ama
subidísimamente, hecha un amor con aquella llama. Y así, estos actos de amor
del alma son preciosísimos, y merece más en uno y vale más que cuanto había
hecho en toda su vida sin esta transformación, por más que ella fuese. Y la
diferencia que hay entre el hábito y el acto hay entre la transformación en
amor y la llama de amor, que es la que hay entre el madero inflamado y la llama
de él; que la llama es efecto de fuego que allí está.
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