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LA LECTURA SIMBOLISTA DE LA OBRA DE CÉZANNE: LA PARADOJA DEL MODELO (3)


Cézanne, "místico" y "clasicista" (1)

La interpretación canónica de Cézanne se desarrolló fundamentalmente a partir de las impresiones que los artistas Émile Bernard (1868-1941) y Maurice Denis (1870-1943) estamparon sobre el artista y sus denodados esfuerzos por conquistar la realización pictórica. Ambos -pertenecientes a la generación posterior a Cézanne y los impresionistas- eran pintores además de críticos establecidos, y siempre mantuvieron claras inclinaciones literarias. Junto con otros artistas y poetas participaron del círculo de los simbolistas, y es en tanto tales que leyeron e interpretaron la obra y las aspiraciones cezanneanas. Su adhesión al simbolismo determinó su apreciación por el trabajo de Cézanne, cuestión que es relevante en la medida en que la lectura que ellos hicieron determinó la inscripción de Cézanne en la historia del arte y, más que eso, la institución de su pintura como modelo de modernidad pictórica. Se trataba de la recepción de un legado que estuvo tamizada por una visión anterior, proveniente, en gran medida, de las derivas de la poesía simbolista.

Bernard tuvo la ocasión de conocerlo personalmente cuando lo visitó en Aix, en enero de 1904. De ahí en adelante, estableció fluidas conversaciones -tanto directas como epistolares- con el maestro, al que reconocía entonces como su único guía. Ese mismo año escribió un conocido estudio "testimonial" sobre el pintor, que se publicó en el periódico L'Occident. Sesgado por sus propias ideas sobre el arte y sus convicciones existenciales, así como en sintonía con los principios de la escuela de Pont Aven, donde participó, y con los de la escuela de los Nabís ("profetas", en hebreo), describió a Cézanne como "un místico con inquietudes simbolistas". En efecto, la propia experiencia de trabar contacto directo con Cézanne fue para Bernard una experiencia mística; se presentó como una revelación, como una oportunidad espiritualmente única de acceso a las lecciones del maestro, un acercamiento a la "verdad" de la pintura. El siguiente párrafo da cuenta de ello:

Cézanne es un místico precisamente gracias a su desdén por el tema, gracias a su carencia de visión natural, a través del gusto que los paisajes, las naturalezas muertas y retratos muestran de manera tan noble y elevada; en resumen, a través de su estilo [...] A través del contacto no con los instintos vulgares que buscan los realistas, sino de la parte contemplativa de nuestro ser, la cual es tocada por la misteriosa influencia de las armonías dispersadas por el mundo, sus pinturas despiertan en nosotros las raras sensaciones que uno puede experimentar del modelo divino. Sólo un místico puede contemplar así la belleza que envuelve al mundo. En lugar de permanecer prisionero de la mera materialidad mundana, sus pinturas nos cuentan que es él, el único que puede ver bien [... ] Entre todos los grandes pintores, Paul Cézanne puede ser llamado un místico, porque nos enseña una lección sobre el arte, porque él ve las cosas, no en sí mismas, sino en su vínculo directo con la pintura, o, a través de la concreta expresión de su belleza (Bernard cit. en Doran 40-1).

El "misticismo" que atribuía a Cézanne era una cualidad que le permitía a Bernard colocarlo en la trinchera del simbolismo. Para Bernard, Cézanne era un místico porque sustentaba algo así como una percepción abstracta (no naturalista) de las cosas: veía estética y no objetivamente. Era el prisionero que se había liberado de las cadenas de la caverna. En virtud del rechazo declarado del simbolismo hacia toda forma de naturalismo, Bernard quiso ver a Cézanne como el paradigma que señalaba un camino alternativo, para reafirmar aun más la idea de que el arte no tenía por misión representar el mundo sensible. Según lo que se desprende de algunos de sus escritos, era difícil para Bernard reconocer que un método de pintura tan ordenado y en control como el de Cézanne obedeciera meramente a la observación del natural. Antes bien, prefirió suponer que tanta rigurosidad se hallaba necesariamente comprometida con la creación de una armonía visible universal, correlato de un orden superior, de acuerdo a la creencia en las correspondencias verticales.

Para Bernard, el misticismo iba de la mano con el clasicismo: ambos estaban orientados hacia la armonía universal. Pero a pesar de que la armonía que Cézanne buscaba se relacionaba con la naturaleza, Bernard no le asignó mayor relevancia a esta cuestión. El artículo publicado en L'Occident tiene, como señala Shiff, "una estructura curiosa que pone de manifiesto la diferencia que había entre el concepto que tenía Cézanne de un clasicismo cultivado de carácter natural (es decir, original, espontáneo) y el concepto que tenía Bernard de un naturalismo ingenuo de carácter clásico (es decir, sistemático, reflexivo)" (Shiff 174). En respuesta a un borrador del artículo que Bernard envió a Aix, Cézanne tuvo que insistir una vez más en su posición: "Apruebo en buena medida las ideas que va a desarrollar Ud. en su próximo artículo destinado a Occident. Pero yo siempre vuelvo a lo mismo: el pintor debe consagrarse por entero al estudio de la naturaleza y realizar cuadros que sean una enseñanza. Las habladurías sobre el arte son prácticamente inútiles" (Cézanne 374).

A pesar de estas advertencias, Bernard insistió en posicionar a Cézanne, más allá de la naturaleza y del impresionismo, como su superador, en virtud de un misticismo que lo impulsaba a descubrir leyes universales. Por tanto, lo presenta como un artista fundamentalmente reflexivo, exitoso en el descubrimiento de ciertas leyes universales y cuyo triunfo mayor sería la superación de los lastres naturalistas y positivistas del impresionismo. Cézanne se ciñe al modelo natural en un inicio, admite Bernard, pero luego abstrae su pintura hacia un fin más esencial, hacia una pintura no referencial y autosuficiente. A partir de los fenómenos naturales, el pintor habría podido acceder a unas leyes mediante la aplicación de un orden que organiza estos fenómenos percibidos. Refiriéndose a las percepciones cezannianas, el autor afirma: "la lógica, se apodera de ellas [de las percepciones] y realiza su labor por medio de una síntesis imponente y llena de vida" (Bernard, cit. en Doran 61). El proceso cezanniano implicaría entonces dos momentos distintos: un primer momento en que se encuentra con el modelo natural y un segundo momento donde organiza las sensaciones obtenidas en dicho encuentro. No es una lógica de las sensaciones (la lógica de Cézanne) lo que entiende Bernard, sino una lógica que se articula sobre ellas, que se aplica para controlarlas. No resulta difícil notar en esta interpretación los nexos con cierta abstracción futura, especialmente con aquella que concibe a la pintura como la encarnación visible de un racionalismo de tipo místico.

Cézanne le debe al ejercicio au plein air, practicado por la mayoría de los impresionistas, su disposición al modelo y su realización. Sin embargo, sus lectores inmediatos no tuvieron en cuenta una cuestión tan decisiva como esa. Mediante una frase que se le atribuye y que ha sido citada profusamente: "yo he querido hacer del impresionismo algo sólido y durable como el arte de los museos"1, se ha advertido su voluntad de promover una síntesis entre la composición rigurosa de los clásicos y el lenguaje colorístico del impresionismo. Pero la frase en cuestión no está contenida en la correspondencia recopilada y editada por Rewald, y por lo tanto no consta que efectivamente sea suya: lo cierto es que aparece referida en el ensayo sobre Cézanne publicado por Denis en 1907.

Denis, asimismo, fue quien afirmó que Cézanne pretendía convertirse en algo así como "un Poussin del natural, al aire libre, con el color y la luz" (314), pese a que Cézanne no se refiriera en ninguna de sus cartas al pintor clásico. Un asunto que destaca el historiador norteamericano Theodore Reff para poner en cuestión el papel paradigmático que se le asigna a Poussin en la configuración de la pintura cezanniana es que, revisados sus muchísimos estudios y bocetos después de su muerte, apenas se hallaron tres dibujos correspondientes a copias del maestro del siglo XVII. En realidad, en sus numerosas visitas al Louvre, Cézanne prefirió copiar el trabajo de sus admirados Delacroix y Rubens, además de algunos venecianos y Puget, antes que Poussin. Otra frase que se le atribuye: "Imaginar a Poussin totalmente rehecho desde la naturaleza", tampoco figura en su correspondencia, sino que apareció en una de las crónicas de Bernard. Cézanne, ahora bien, mantenía en su taller una reproducción fotográfica de Los pastores de Arcadia de Poussin, pintura a la que se refería elogiosamente. Pareciera ser que "rehacer a Poussin", si es que así lo dijo el maestro, fue interpretado laxamente como voluntad de orden; lo mismo opinó años después Eugenio D’Ors: "rehacer a Poussin quiere decir una conducción del arte por el camino del orden, de la composición, de la racionalidad" (98).

En efecto, el desafío cezanniano estaba comprometido con el deseo de alcanzar la armonía, y ese deseo puede bien interpretarse como clásico, como coinciden muchos estudiosos. Pero para Cézanne, este era un objetivo al que no se podía llegar siguiendo las normas académicas o aplicando un plan racional, como pudiera desprenderse de la frase de D’Ors, sino desde la lección que brinda la naturaleza cuando se está dispuesto a aprenderla.

Cézanne expresó su deseo de volver a un cierto clasicismo al insistir en la relevancia de lo perdurable, al despreciar los devenires de la contingencia. Le perturbaba el aspecto cambiante que las variaciones lumínicas o las transformaciones urbanas imponían sobre la realidad. Esta vocación por lo inmutable, unida al desprecio por lo fugitivo y transitorio, explica su alejamiento del impresionismo y de la urbe, e indica también su voluntad de reconciliar el estudio del natural con las lecciones que ofrece el museo. Pretendía hallar el justo medio: se daba cuenta de que la vía para ser un nuevo clásico no era la recurrencia a ideas preconcebidas o impuestas desde una voluntad idealizadora, sino un camino construido a partir de la organización de las sensaciones que surgen frente a la naturaleza. Del impresionismo adoptó el abandono de las convenciones de taller, la liberación colorística, la disposición frente a la naturaleza para acatar la lección que esta le brinda. Pero la impresión óptica nunca le bastó; de la tradición clásica tomó el rigor de la estructura, la lógica de la organización, el anhelo de universalidad. Lo que Cézanne buscaba producir con su pintura era el efecto, el tipo de serena conmoción que el orden clásico produce. Esto no quiere decir que supusiera en la naturaleza una verdad por descubrir. Tampoco que la hubiera en las ideas preconcebidas que pudieran aplicarse sobre ella, razón por la cual desestimó cualquier forma de idealización. La verdad que le interesaba era la verdad en pintura, como bien le expresara en 1904 a Bernard; una verdad que debe ser creada y realizada por y en la pintura. Precisamente en esto, la suya se distingue de las maneras tradicionales de comprender el clasicismo.



(Aisthesis Nº 60 / Santiago de Chile / 12-2016)
Departamento de Teoría de las Artes, Universidad de Chile. Santiago, Chile. malena2265@gmail.com

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