AUTOR
Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (8)
Segundo caso: el autor se posesiona de su
personaje, introduce en él momentos conclusivos, la actitud del autor frente al
personaje llega a ser en parte la actitud del personaje hacia sí mismo. El
personaje comienza a autodefinirse, el reflejo del autor está en el alma o en
el discurso del héroe.
El personaje de este tipo puede desarrollarse en
dos direcciones: 1) el personaje no es autobiográfico, y el reflejo del autor
que se percibe en él realmente lo concluye; si en el primero de los casos que
se está analizando sufre la forma, aquí lo que sufre es la convención realista
de la postura emocional-volitiva del héroe dentro del acontecimiento. Así es el
personaje del seudoclacisismo, el cual sostiene una unidad artística conclusiva
que le confiere el autor y que queda fiel a su principio estético en toda
manifestación suya, en cada acto, en la mímica, en el sentimiento. En los
seudoclásicos como Sumarókov, Ózerov, Kniazhnín, los protagonistas expresan,
con mucha ingenuidad, la idea ético-moral que los determina y cuyos portadores son
ellos mismos, desde el punto de vista del autor. 2) El protagonista es
autobiográfico; al asumir el reflejo conclusivo del autor, su total reacción
formadora, el personaje la adopta como un momento vivencial propio y luego la
supera; este tipo de personaje es inconcluso, e interiormente rebasa cualquier
definición totalizadora como inadecuada para él; el personaje vive la totalidad
concluida como una limitación y le contrapone cierto misterio interior que no
puede ser expresado. “¿Ustedes creen que yo totalmente estoy aquí -parece que
dijera el personaje-, que están viviendo mi totalidad? Ustedes no pueden ver, ni
oír, ni saber aquello que es lo más importante para mí.” Este tipo de personaje
es infinito para el autor, muchas veces vuelve a renacer exigiendo formas
conclusivas siempre nuevas, y las destruye él mismo en su autoconciencia. Así
es el personaje romántico: un autor romántico tiene miedo de traicionarse, de
ponerse en evidencia a sí mismo a través de su personaje y deja en él una
salida interna por la cual podría escabullirse y superar su conclusividad.
Posibilidad final: el personaje es su propio
autor, comprende su propia vida estéticamente, está representando cierto papel;
ese personaje, a diferencia del infinito héroe del romanticismo y del héroe no
expiado de Dostoievski, es autosuficiente y concluido de una manera total.
La actitud del autor frente a su personaje,
presentada aquí de una manera sumaria, se complica y se matiza mediante
aquellas definiciones ético-cognitivas de la totalidad del personaje que están
fusionadas indisolublemente, como hemos visto, con su complementación puramente
artística. Así, la orientación objetual y emocional-volitiva del personaje
puede ser valiosa para el autor en el sentido cognitivo, ético, religioso, lo
cual constituiría una heroización; tal heroización puede ser desenmascarada como
algo que pretende injustamente tener importancia, lo cual remite a una sátira,
una ironía, etc. Cada momento conclusivo puesto fuera de la conciencia puede
ser utilizado en todas estas corrientes (satírica, heroizante, humorística, etc.).
Por ejemplo puede existir una satirización de la apariencia, la ridiculización
y limitación de su importancia ético-cognitiva mediante una expresión externa,
definida, demasiado humana, como también es pensable la heroización a través de
la apariencia (lo monumental en la escultura); el plano de fondo, lo invisible
y lo desconocido que transcurre a espaldas del personaje, puede volver cómica
su vida y sus pretensiones ético-cognitivas: un hombre pequeño sobre el fondo
del gran mundo, el pequeño conocimiento que tiene acerca del mundo el hombre,
junto a un desconocimiento infinito e inconmensurable, la seguridad que tiene
el hombre de ser el centro del todo, y de su exclusividad, junto a la misma
seguridad que tienen acerca de sus personas los otros hombres -en todos estos
casos el fondo aprovechado para una apreciación ética contribuye al
desenmascaramiento. Pero el fondo no tan sólo desenmascara sino que también
viste, o sea que puede ser aprovechado para heroizar al personaje que se
destaca sobre él. Más adelante veremos cómo la satirización y la ironización
siempre suponen una posibilidad de ser vividas, es decir, poseen un grado menor
de extraposición. Hemos de demostrar la existencia de una extraposición valorativa
de todos los momentos conclusivos frente al personaje mismo, su situación
inorgánica dentro de la autoconciencia, su no pertenencia a otro mundo que no
sea el del autor, y que, en sí mismos, estos momentos no son vividos por los
personajes como valores estéticos; finalmente, hemos de establecer la relación
entre estos momentos y los momentos de forma que son imagen y ritmo.
Cuando existe un solo participante único y total,
no hay lugar para un acontecer estético; la conciencia absoluta que no dispone
de nada que le fuese extrapuesto, que no cuenta con nada que la limite desde afuera,
no puede ser estetizada; uno puede familiarizarse con ella, pero es imposible
que se vea como una totalidad conclusa. Un acontecer estético puede darse
solamente cuando hay dos participantes, presupone la existencia de dos
conciencias que no coinciden. Cuando el personaje y el autor coinciden o quedan
juntos frente a un valor común, o se enfrentan uno a otro como enemigos, se
acaba el acontecer estético y comienza el ético (panfleto, manifiesto, veredicto,
discurso laudatorio o de agradecimiento, injuria, confesión autoanalítica,
etc.); cuando el personaje no llega a existir, siquiera potencialmente,
sobreviene un acontecer cognoscitivo (tratado, artículo, lección); allí donde
la otra conciencia viene a ser la abarcadora conciencia de Dios, tiene lugar un
acontecer religioso (oración, culto, rito).
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