Instrumentos de su arte
Gardel contó para esta tarea con condiciones excepcionales en el orden
musical: timbre, extensión de la voz, afinación, entre otras que se pueden
analizar, una por vez.
Timbre
El timbre es la identidad de la voz, aquello que permite reconocer a quien
canta. Gardel posee un timbre de una gran personalidad y definición. Quien lo
ha escuchado una vez, lo reconocerá toda vez que lo vuelva a escuchar. Es un
timbre de color parejo, con un vibrato apenas perceptible, muy cálido y lleno.
Uno de los rasgos más notorios del timbre vocal de Gardel es la identidad
inconfundible que posee. De inmediato, con un par de notas se reconoce a su
voz, tal como lo ha dicho Lauro Ayestarán, en el texto citado antes.
Los aficionados al tango pueden titubear al escuchar un cantor y dudar si
se trata de Jorge Casal o de Floreal Ruiz, en otros casos el timbre de Alberto
Gómez puede inducir a error con alguna grabación de Fiorentino. Con Gardel no
cabe esa indecisión o duda: su timbre inconfundible lo revela de inmediato, con
un par de notas.
Pero ya veremos que ese timbre era también modelado por su capacidad
expresiva, en la medida que un texto determinado pedía, a su talento
interpretativo, determinado color.
Extensión
A pesar que en sus comienzos pudo cantar con un registro alto que lo
convertía en tenor, cuando cantó con Razzano en el famoso dúo, Gardel siempre
hizo la segunda voz. Que no solamente es la más grave, también la más ardua de
cumplir, por cuanto tiene que ajustarse a la distancia de un intervalo fijado,
generalmente una tercera, siguiendo la voz superior, en este caso de Razzano.
Con el tiempo, como es normal en los cantantes, su registro fue descendiendo
y en las grabaciones de los últimos años y de las películas en especial, su
registro es decididamente el de un barítono. Quien escribe, recuerda el
comentario que le hiciera María Vidal, la cantante de Camerata Punta del Este,
que confesaba la dificultad que tenía ella, que era soprano, en alcanzar el
registro alto de Gardel, cuando cantaba los tangos que él interpretó.
Como todo gran cantante esa extensión no perjudicaba su timbre. El color de
su voz era siempre el mismo, no importa la tesitura grave o aguda al que lo
obligara la melodía de cada interpretación. Su voz, su identidad sonora, no se
empañaba ni sufría por la altura de la música que cantaba. El timbre era
siempre el mismo y no importa en cual tesitura cantase, se reconocía de
inmediato que era su vez.
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