Vivimos en un mundo donde lujos,
caprichos y fantasías son transformados en necesidades por la maquinaria
mediática-económica. Creemos que necesitamos el nuevo iPhone, el cuerpo de una
modelo de Victoria's Secret o la vida estereotípicamente feliz de una familia
moderna. Mientras esto sucede cosas que realmente sí son necesarias, como el
silencio y el sueño, se convierten en carísimos lujos que sólo algunos pueden
pagar o que sólo algunos tienen la estabilidad mental necesaria para recordar
su importancia, inmersos en el frenesí de estímulos y estrés de la realidad
actual.
La confusión en la que estamos
envueltos puede apreciarse por el hecho de que hasta hace algunos años dormir
poco era considerado un signo de éxito y admiración, ya que significaba que una
persona estaba muy ocupada, era importante y estaba mayormente transformando su
tiempo en dinero. Esto todavía puede apreciarse en ciertos ambientes urbanos
competitivos, como en Tokio, donde se practica el extraño fenómeno del inemuri, dormir en el trabajo como símbolo de
que la persona está entregada a su labor y está permanentemente disponible, por
lo cual amerita mayor responsabilidad, promoción y salario.
En los últimos años estudios
científicos han mostrado que prácticamente no hay nada tan dañino para la salud
en general como consistentemente descuidar nuestro tiempo de sueño. Dormir mal
--y esto significa cantidad de horas pero sobre todo calidad, lo cual tiene que
ver con el silencio-- es casi equivalente a asegurarse que estamos apilando un
fardo de enfermedades, estrés, mal humor y bajo desempeño. Puede que algunos
sean más resistentes que otros, pero si una persona simplemente no le da mucha
importancia a su sueño, esto acabará costándole muy caro en términos de salud.
En esto observamos una tendencia en la que se prioriza el dinero sobre la
salud, se cree que el dinero puede resolverlo todo y se legitima entonces
dormir poco --o en realidad cualquier actividad-- para ganar más dinero (el
cual puede redimir cualquier cosa).
Vivimos en un mundo que se rige por la
economía, una economía de crecimiento infinito en la que lo fundamental es
generar más ingresos pero no necesariamente generar más prosperidad, como claramente ha mostrado Douglas Rushkoff en su más reciente
libro. En el afán de generar más ganancias, hemos atiborrado nuestros espacios
de objetos ruidosos, de tecnología que perturba los ciclos naturales y de un
imperativo moral de ser productivos. Nuestra visión económica de la realidad
opera de manera predatorial, en todos lados buscando extraer valor --aunque
esto signifique explotar y saquear la naturaleza-- para seguir presentando
resultados de crecimiento. Esto ha llevado a que el sistema incluso haya
convertido el dormir en un producto de lujo, habiendo antes orillado a los
ciudadanos a llevar una vida de estrés y alta presión, en general poco
conducente del sueño, en el intento de perseguir el otro sueño: el sueño del
éxito, el sueño aspiracional de tener más cosas, el sueño americano, etc. En
estos casos de dinámicas todos pierden, el único que gana es el sistema
capitalista y las grandes corporaciones que son entidades abstractas, cada vez
más parecidas a algoritmos que operan más allá del control humano.
Dormir bien se ha convertido en un lujo
y no se han tardado diferentes empresas y personalidades en capitalizarlo. La
fundadora del Huffington Post, Arianna Huffington, ha embanderado
la importancia de obtener las 8 horas diarias --lo que el médico ordenó-- y ha
publicado The Sleep Revolution,
un nuevo libro sobre este tema. El Huffington Post predice que
los salones de siesta serán tan comunes como las salas de conferencias en las
oficinas corporativas.
The Guardian detecta que empieza a haber
un boom de productos y servicios relacionados al sueño y a su
optimización; Un lugar como YeloSpa está cobrando a los ajetreados ciudadanos
de las grandes urbes 1 dólar por minuto de sueño; existen nuevos
"retiros de sueño", donde se pueden pagar hasta mil dólares por un
par de días de terapia; nuevas innovaciones en el mercado de los colchones y
camas en lo que se empieza a llamar "performance bedding",
tecnología del descanso orientada a mejorar el performance de
los individuos, así como también salones de sueño como antes salones de belleza
(y es que el sueño se transforma también en coeficiente de belleza)
A la par se han generado numerosas
aplicaciones y gadgets, como máscaras para dormir que monitorean
ondas cerebrales y estados REM, y cuyo fin es hackear el sueño ideal para presentar
una ventaja competitiva al ejecutivo moderno. Todo esto está siendo vendido
sobre todo bajo la rúbrica de que el sueño tiene una función esencial: mejora
tu desempeño y aumenta tu producción. Así tenemos un círculo o negocio
completo.
Evidentemente pocas personas pueden
pagar spas para dormir, o wearable tech de
200 dólares para mejorar su sueño y no todos tienen nueve asistentes como
Arianna Huffington, para así poderse consagrarse a los brazos reparadores de
Morfeo... y sin embargo, pocas cosas realmente son más importantes que dormir
bien.
Dormir se ha convertido en un símbolo
de estatus: dormir como un bebé... o dormir como una mujer blanca de perfil
socieconómico A- o A+. Estudios muestran que los pobres
duermen peor que los demás y que las personas que mejor duermen --al menos en
Estados Unidos-- son las mujeres blancas de clase alta. Dormir bien no se trata
solamente de tener tiempo para dormir, es también necesario estar en el espacio
adecuado --por ejemplo, un barrio donde no haya mucho ruido-- e incluso tener
el cuerpo y la mente adecuada: una persona sometida a alto estrés, enferma o
con distintos achaques difícilmente podrá dormir bien. Cuando esto falla, es
necesario tener la capacidad de abstraerse, de relajarse y hacer silencio.
¿Pero quién tiene tiempo para mantener una disciplina meditativa que le permita
silenciar el ruido del mundo y paliar la altisonante locura colectiva, así como
también silenciar sus propios pensamientos interpenetrados por las cuitas
mundanas? Esto, nos dirían las personas que duermen 5 o 6 horas diarias para
trabajar más y poder ahorrar para comprarse un mejor automóvil, es un
lujo.
La calidad del sueño, ese intangible en
el reino de la cantidad, está relacionada con el silencio, lo cual
también se ha convertido en un producto de lujo, reservado para los
ricos o para aquellos dispuestos a abandonar las ciudades y las sociedades
modernas, eligiendo una vida modesta, aislada y tranquila si bien teniendo que
sortear las incomodidades de habitar lejos del gran supermercado o el gran
centro comercial que es la urbe.
Al igual que el sueño, el silencio
también está siendo pasado por un branding y toda una campaña
de producto de lujo. Finlandia, por ejemplo, ha centrado su campaña para atraer
turistas en promoverse como un lugar donde el silencio sigue existiendo.
Sabemos que vivir en lugares ruidosos se correlaciona con todo tipo de
enfermedades, dese alta presión arterial a mayor propensión a la esquizofrenia
y otras enfermedades mentales. Por otro lado, estudios recientes muestran que el silencio promueve
la generación de nuevas células del cerebro o neurogénesis.
El silencio es importante también para
las personas que tienen un interés en crecer --pero ya no económicamente sino
espiritualmente. Un estado de silencio, paz y relajación, son los requisitos
para el funcionamiento correcto de la mente y la percepción precisa de la
realidad, según filosofías como el budismo. El estado natural de la mente
emerge cuando se logra cultivar el silencio --sorprendentemente la naturaleza
de la mente no es la agitación, la aceleración o la excitación, es una amplitud
más cercana a la vacuidad. El silencio en este sentido es lo que nos permite
sentir esta vacuidad de las cosas que es descrita también como radiante y como
infinita potencialidad. Paradójicamente, al ciudadano moderno la vacuidad le
produce horror y estrés y rápidamente busca llenar el espacio de objetos y el
silencio de ruido.
El místico Valentin Tomberg escribe en
sus Meditaciones sobre los arcanos del tarot que el silencio
es el punto de partida para todo camino espiritual y por ello está asociado con
la carta del mago, la cual simboliza "una concentración sin
esfuerzo", la cual sólo es posible una vez establecido un silencio
interno.
La concentración sin esfuerzo –es
decir, ese lugar en el que no hay nada que suprimir y en donde la contemplación
se vuelve tan natural como la respiración y el latido del corazón– es el estado
de conciencia (i.e., pensamiento, imaginación, sensación y voluntad) de calma
perfecta, acompañada de la completa relajación de los nervios y los músculos
del cuerpo. Es el profundo silencio de los deseos, las preocupaciones, de la
imaginación, de la memoria y el pensamiento discursivo. Uno podría decir que
todo el ser se vuelve como la superficie quieta del agua, reflejando la inmensa
presencia del cielo estrellado y su armonía inefable. [...]
Con el tiempo, el silencio o la
concentración sin esfuerzo se vuelve un elemento fundamental siempre presente
en la vida del alma... Esta “zona de silencio”, una vez establecida, es un
manantial del cual uno puede tomar tanto para el trabajo como para el descanso.
Entonces tendrás no sólo concentración sin esfuerzo, también actividad sin
esfuerzo.
El silencio interno nos permite no sólo
dormir mejor sino también soñar mejor e iniciar experimentos controlados en el
mundo onírico. Creemos que las 8 horas que dormimos, la tercera parte de la
existencia, son un desperdicio. Pero además de que cumplen con una importante
función de restauración de la energía, aprendizaje y regeneración celular, sólo
pensamos esto porque no recordamos nuestros sueños o no hacemos nada
interesante ahí. Pero son numerosas las tradiciones que han practicado algún
tipo de yoga de los sueños y han considerado el tiempo del sueño como un
mismo contínumm, no algo dividido de la vigilia. La clave en este
sentido parece ser también el silencio; al haber calmado los pensamientos y
ruminaciones del acontecer diario, se hace más fácil entrar al sueño en un
estado de calma lúcida, de observación y de integración de la experiencia (ya
no se divide nuestra vida como si todas las noches bebiéramos del río Leteo).
Esto se traduce en una mayor recordación --al no tener nuestra atención cautiva
en un fenómeno obsesivo-- y a veces en la posibilidad de entrar en un estado
lúcido en el que reconocemos que estamos soñando y que las experiencias
oníricas son generadas por nuestra mente (una comprensión que podría ser
llevada también a la vigilia).
El silencio es el estado fundacional
que nos permite observar los fenómenos sin identificarnos con ellos y sin
olvidarnos de lo que está sucediendo en el presente, aquí y ahora. En
buena medida esto es así porque entrar en silencio es similar a crear una receptividad,
un espacio y una apertura en la cual caben todas las cosas y desde la cual uno
no colapsa sobre un fenómeno en particular; en el silencio no existen los
ruidos externos o internos (pensamientos) que capturan nuestra atención y la
llevan de excursión a la distracción de nuestros conceptos y recuerdos o
temores. Desde esta "zona del silencio" puede emerger la profundidad
de la mente y del tiempo. En este sentido el silencio nos coloca en el estado
original, en la quietud que paradójicamente nos integra con el flujo perpetuo
de las cosas, ante el vacío que es la inagotable fuente creativa. El
Maestro Wáng Xiāngzhāi (王芗斋) dijo: “Moverse poco
es mejor que moverse mucho; no moverse es mejor que moverse poco; moverse
estando inmóvil es el movimiento de la creación”.
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