por Sara
Calvo Tarancón
«La lucha de la Humanidad contra el poder es la lucha de la memoria
contra el olvido». Es la frase del escritor Milan Kundera que más repite la
ecofeminista india, filósofa y doctora en Física Vandana Shiva, un referente
mundial en activismo medioambiental y autora de numerosos libros. En el
último, se pregunta ¿Quién alimenta realmente al mundo? y afila el lápiz por
un ecologismo conectado con los saberes ancestrales que guarda la naturaleza.
Durante esta conversación, también aboga por un capitalismo y una democracia
de mejor calidad.
Dehradun es,
con probabilidad, la ciudad más inclinada del mundo. Parte de una llanura en
las faldas del Himalaya, apenas a 300 metros sobre el nivel del mar, y se
encarama a la colina del monte Tiuni, casi cuatro
kilómetros más arriba, donde se desperdigan las últimas viviendas. En medicina,
se llama simpaticotónicos a
quienes, como algunos de sus habitantes, se exponen a cambios bruscos de
presión atmosférica. Se les reconoce, entre otros síntomas, por su estado de
alerta constante y su hiperactividad. Vandana Shiva nació
en Dehradun hace 66 años, y no sería descabellado afirmar que pertenece a este
«perfil bioclimático», como lo denomina la ciencia. Hija de una granjera y un
guardabosques, su empatía con la naturaleza le vino de serie, pero no se quedó
ahí. En 1976, saltó a Canadá y obtuvo el doctorado en Filosofía de la Ciencia
por la Universidad de Guelph, y, tres años más tarde, creó la Fundación para la
Investigación Científica, Tecnológica y Ecológica, vergel incontenible de
proyectos e iniciativas: la difusión de la agricultura ecológica por medio del
programa Navdanya, el estudio y mantenimiento de la biodiversidad con la
creación de la Universidad de las Semillas, la regeneración del sentimiento democrático
(Movimiento Democracia Viva) o el compromiso de las mujeres con el movimiento
ecologista (Mujeres Diversas por la Diversidad). A esas alturas, Shiva ya se
autodefinía, tajante, como ecofeminista.
«Tenemos una democracia falsa
que permite ganar elecciones a Trump»
Su trayectoria la
avala: ha escrito más de una docena de libros influyentes con títulos
meridianos como Abrazar la vida: mujer, ecología y desarrollo, La praxis del ecofeminismo: biotecnología, consumo y reproducción o
el último −recién publicado−, ¿Quién
alimenta realmente al mundo?, y, entre sus
muchos asesoramientos para organismos internacionales, destaca el reporte La mayoría de los agricultores en India son mujeres,
para Naciones Unidas. También ha dado sapiencia a Gobiernos
de India y el extranjero (entre ellos, el español, durante la legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, y a organizaciones
alejadas de los poderes públicos como International Forum on
Globalization, Women’s Environment &
Development Organization y Third World Network.
La revista Time la definió en 2003 como «heroína
ambiental de nuestro tiempo» y hoy preside la Comisión del Futuro de la Comida,
asentada en Italia. Shiva se llama como el dios hindú de la destrucción, que
tenía cuatro brazos. En el primer atributo, esta filósofa no coincide en
absoluto; en el segundo, con creces. Da la impresión de que tuviera un sinfín
de extremidades para hacer tantas cosas en una sola vida. El ecofeminismo es
un concepto de finales de los setenta, nombrado por primera vez por la
socióloga francesa D’Eaubonne, para referirse a la conexión ideológica que
existe entre la explotación de la naturaleza y la de las mujeres, en un sistema
dominado por hombres. Hoy, es una definición asimilada y extendida por todos
los ámbitos del pensamiento. La conversación con Ethic comienza en este punto. «Las mujeres son las
parteras de la agricultura. El capitalismo patriarcal y el
colonialismo son hambre, malnutrición, depravación. Para que la
gente tenga alimentos reales y para que los agricultores puedan cultivarlos de
forma libre, el sistema tiene que cambiar. Y, si no cuidamos el planeta,
perderemos el lugar donde cultivar los alimentos».
«Estamos llenando el planeta de
tóxicos y plásticos, lo cual genera violencia»
Los puntos de
vista de Shiva son siempre universales. Los problemas de nuestro tiempo no son
solo los de los más desfavorecidos: «El ecofeminismo es ubicuo, porque
significa lo mismo en Occidente que en el Tercer Mundo. Es fácil darse cuenta de que la naturaleza no está muerta ni es
inerte, algo que, después de dos siglos de auge del carbón y el
petróleo, este tipo de capitalismo que se practica nos ha hecho creer. Es
tristemente comprensible: al final, si la naturaleza está muerta, hay más
material fósil que extraer. Pero no, la naturaleza está viva y, por fortuna,
fuera de los mercados. Los científicos se dan cuenta de eso: el sistema está
vivo, las semillas, la tierra, las abejas y los insectos. La naturaleza es
fascinante y tiene una inteligencia increíble. ¿Cómo encuentran las rutas de
migración los pájaros, por ejemplo? Todo lo que tenemos viene de la capacidad
productiva de la tierra». En este punto de la conversación, la filósofa llega a
una conclusión concluyente: «Las mujeres han sido catalogadas como el segundo
sexo pasivo. Se ha declarado que no trabajamos porque tenemos que estar en casa
y cuidar de los hijos y hacer la comida, cosas que no están consideradas como
un trabajo que produce beneficios para este sistema. En realidad, se considera que los dos elementos más importantes de nuestra
vida, como son la tierra y las mujeres, no producen nada. Esa
creencia es la que nos ha llevado a la crisis. Ante todo, la ecológica, donde
vemos que se están extinguiendo las especies, que desaparece el agua y aparece
la desertificación. Estamos llenando el planeta de tóxicos y plásticos, lo cual
genera violencia. Reconocer las capacidades de la naturaleza y de las mujeres
introduce la posibilidad de que exista un sistema no violento de prosperidad y
bienestar para todos. Esto es algo necesario para el futuro».
Defensora de la
exclusividad seminaria de las mujeres y la tierra, Shiva reclama que a esta última
se le está despojando, cada vez más, de ese derecho. O, al menos, de ejercerlo
a su ritmo. A un ritmo natural. «La comida de los supermercados no es comida,
son productos que se parecen a los alimentos. Están absorbiendo el comercio
local desde hace diez años, desde que existe la globalización. No es una
batalla perdida todavía, por suerte. Incluso en España hay tiendas locales. En
mi país, India, hay alimentos en todos los lugares, asequibles, frescos,
diversos, nutritivos. Pero he visto cómo, ley tras ley, esto ha ido cambiando.
Para mí, los alimentos son una cuestión democrática. A eso lo
llamo ‘democracia de la tierra’. Porque ahora tenemos que trascender ese
antropocentrismo que va codo con codo con la dominación de la naturaleza.
Cuando asumimos que somos parte de ella, aprendemos de qué va todo esto»,
explica. Su activismo empezó desde una pequeña localidad del Himalaya y lo
extendió a todo el mundo sin la facilidad de las redes sociales. Hoy, Shiva no
subestima su poder, pero lo observa con tiento: «Sirven, como se ha demostrado,
para denunciar tanto los casos de acoso [algo que ha hecho el movimiento
#MeToo] como el caos climático del que hablo en mi libro. Pero he visto muchas
mentiras fabricadas en las redes sociales. Lo vi en las elecciones de Trump con
Facebook. Tenemos una democracia falsa que permite ganar
elecciones a alguien como él. En lo que verdaderamente creo es en el
poder real que tenemos para actuar con base en la solidaridad. La humanidad
tiene potencial. Y sí, Internet y las redes sociales pueden tener un rol
importante, pero no pueden ser un sustituto de las personas físicas, reales,
actuando colectivamente en las calles».
«Internet y las redes sociales
pueden tener un rol importante, pero Facebook no debe sustituir al activismo en
la calle»
La doctora se remite a una frase que repite con
frecuencia: «La tecnología se está convirtiendo en una nueva religión». Y la
explica: «Hoy en día, las religiones son impotentes. El peligro es el uso
político, no ya de la religión, sino de la fe. La fe
puede ser privatizada. Antes era distinto. Cristóbal Colón tuvo
poder para colonizar otras tierras con la voluntad del Papa y ahí la religión
se usó para conquistar. Pero la religión nunca ha tenido el poder de destruir
los sistemas de la tierra ni de ir a las entrañas de los sistemas climáticos,
de las especies en peligro de extinción o de la propagación de los tóxicos.
Hablemos, ahora, de la tecnología. Cuando reconoces que es una herramienta, tú
decides si quieres usarla para proteger la tierra y en beneficio de la
sociedad. Con frecuencia, la tecnología está restringida en mi país, porque
destruye trabajo. En India, ciertas industrias nunca van a ser mecanizadas,
porque dan empleo a millones de personas. Hay que considerar todos estos
asuntos. Cuando la tecnología empieza a ser aupada hacia un altar, lo primero
que hace el establishment es controlarla,
porque esto significa controlar también la democracia». El alegato contra el
exceso de poder de ciertas empresas es inevitable: «Algunas se comportan como
si no existieran leyes ni democracia. ¿Cómo se puede controlar a los
que controlan el mundo? En primer lugar, entendiendo nuestros
propios poderes, nuestras propias fortalezas y los límites que podemos poner.
En mi país, en mi tierra, el instrumento más potente que existe es el poder de
la gente que dice no. Cuando Gran Bretaña nos obligó
a cultivar algo que no queríamos, no lo hicimos. Cuando nos forzaron a base de
impuestos y tasas, las mujeres se levantaron y les dijeron: ‘Preferimos morir
antes que daros nuestro arroz’. Además, ese momento coincidió con la grave
hambruna en Bengala, en la que murieron dos millones de personas. Esto fue en
1942». Shiva concluye con una aseveración contundente: «Ese es el poder que me
interesa, el poder de decir no. Es el poder de
la desobediencia civil. Cada vez que digo no al
poder corporativo, estoy limitando el poder. Es lo que hemos hecho
con las semillas en los últimos 30 años. Cuando Monsanto nos dijo que sería
dueña de cada semilla a través de los organismos genéticamente modificados y
las patentes, supimos que teníamos que protegerlas. Teníamos que asegurar que
todas y cada una de las semillas estuvieran en manos de los campesinos. Hoy
puedo decir, sinceramente, que, 30 años después, la de Monsanto es una voz
marginal entre la población».
(ethic / 25-7-2018)
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