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LA LECTURA SIMBOLISTA DE LA OBRA DE CÉZANNE: LA PARADOJA DEL MODELO (2)


por María Elena Muñoz Méndez

Platón, el simbolismo y la pintura

El simbolismo, en su fase más militante, era también llamado "ideísmo" Se distinguía así tanto del ciego naturalismo como del idealismo, ya que en lugar del ideal afirmaba la primacía de la Idea. La teoría platónica de las ideas fue invocada para defender el destino superior del arte y del artista como exponente o traductor de la verdad y no como mero reproductor del mundo físico. Los argumentos platónicos que han servido para condenar a las artes imitativas son los expresados específicamente en los libros III y X de La República, texto fundamental de su pensamiento maduro. Dicha reflexión se enmarca dentro de la configuración de un modelo de sociedad, y un pensamiento sobre la vida social no puede dejar de lado la modelación de las representaciones. La actividad mimética se hace acreedora de su rechazo porque parece estar concentrada nada más que en la producción de fantasmas, de simulacros y de engaños; es decir, permanece alejada de la verdad y por ende, del bien. Puesto que poetas y pintores, que en realidad no tienen conocimiento sobre las cosas reales ni su funcionamiento -como sí lo pudiera tener un zapatero o un herrero- se limitan solamente a replicar el aspecto de las cosas, esto es, su apariencia, entonces sus obras, precisamente en cuanto miméticas (producción de phantasmata), se presentan como aquello que señala, que hace nítida y distintiva la falsedad (pseudos). De este modo, la mímesis traería a presencia aquello que puede definirse como lo opuesto a la verdad; el engaño al que nuestros sentidos nos exponen en el mundo fenoménico. El arte imitativo está lejos de lo verdadero cuando representa las semblanzas en lugar de las ideas, la apariencia sensible en lugar de la realidad, realidad que, en cuanto idea, no puede sino ser inteligible.

Amparado en la doctrina platónica y en otras fuentes que se funden en el pensamiento simbolista, el poeta y crítico Albert Aurier propone liberar al artista de la función mimética, para colocarlo en la suprema función de dar a conocer una verdad que, en principio, solo para él es visible. A su modo de ver, el arte ideístico representaba la salvación para el arte, especialmente para la pintura. La pintura, de acuerdo a Aurier, estaba sumida en una especie de pozo de la que por siglos le había costado salir, anclada a su nefasto apego por la producción de pseudos. Platón es invocado persistentemente para avalar el tipo de arte al que está llamando el ideísta, un arte que ha roto las cadenas que lo ataban -por desconocimiento o por estupidez- al ejercicio de la mímesis de lo sensible. En un párrafo que en realidad evidencia su poca familiaridad con la historia de la pintura, Aurier proclama:

[... ] la tendencia general de la pintura ha sido hasta ahora, como todo el mundo sabe, casi exclusivamente realista [... ] Incluso los propios idealistas (que, repito, no deben ser confundidos con los artistas que quiero llamar ideístas) no han sido casi siempre sino realistas, aunque pretendan no serlo; su propósito no ha sido otro que la representación directa de las formas materiales [...] Son también pobres y estúpidos prisioneros de la alegórica caverna. Dejemos que se engañen a sí mismos mirando las sombras que ellos piensan es la realidad, y volvamos a quienes, rotas sus cadenas y lejos de su cruel prisión en que nacieron, contemplan extasiados el cielo radiante de las Ideas. El normal y último propósito de la pintura, como del resto de las artes, nunca puede ser la representación directa de las cosas. Su meta es la expresión de las Ideas, traduciéndolas a un lenguaje especial (Aurier en Chipp 105-6).

El "hombre de genio", el "vocero de los seres absolutos" no tenía que simplemente "fijar" en palabras (signos) las ideas ni expresarlas de manera unívoca y directa, sino evocarlas a través de equivalencias, sugerirlas, como proponía Mallarmé, "traduciéndolas a un lenguaje especial", al decir de Aurier. El mundo fenoménico es nada más que un obstáculo necesario de salvar. Al simbolismo le corresponde realizar no la traducción de los objetos que pueblan el mundo, sino la equivalencia sensible de la Idea, expresada mediante su construcción o descubrimiento intuitivo entre colores, formas y contenidos del espíritu.

La opinión de Albert Aurier estaba también marcada por las ideas baudelerianas, especialmente aquellas relativas al desprecio por la naturaleza como referente de la producción artística, al rechazo de la fotografía y de la pintura que se contenta con la mera reproducción. Es la imaginación la que debe regir la creación del artista y no la naturaleza ni las anécdotas triviales del mundo social. El modelo poético conmina a Aurier a identificar este tipo de pintura con las orientaciones simbolistas de la poesía, que también tomaban distancia de cualquier intención de significar los datos del mundo, del uso referencial del lenguaje. Como había sostenido Mallarmé, no se trataba de pintar la cosa, sino el efecto que produce. El efecto de la cosa o de la acción tenía que ser, como hace siglos postulaba Aristóteles, la meta de la producción de arte; no la reproducción del objeto o de la acción sino la producción de un verosímil capaz de generar un efecto en el espectador.

En ese contexto, la creación artística era percibida como experiencia mística, como sustituto de una religiosidad perdida, y las correspondencias que se apreciaban no eran tan solo las que podían encontrarse entre la forma sensible y el espíritu del artista, sino también aquellas que involucraban los elementos sensibles y el mundo trascendente. La manifestación de esas correspondencias requería del artista una suerte de retiro, que le permitiera rencontrarse con algo así como el espíritu en su pureza. En la mayoría de los casos, ese retiro se hizo efectivo con el desplazamiento de artistas lejos de las urbes; así ocurrió con la comunidad de pintores que operaba en Pont Aven en la década de los ochenta, de la cual participaron entre otros Bernard, Antequin, Sérusier y Gauguin. Fueron los trabajos y las opiniones de este último los que, en principio, movilizaron la teoría de los equivalentes pictóricos que era clave para la "escuela" de Pont Aven. Gauguin no hablaba de significar el mundo, sino de concretar pictóricamente, de transponer las percepciones emotivas (lo que para él eran las sensaciones) que surgen del enfrentamiento con él. Ante todo, Gauguin quería expresar el carácter, expresar la idea interior, hasta la fealdad; incitaba a sus seguidores a utilizar los medios libremente, recurriendo a la exaltación, sobre todo la del color. Para el autor, la pintura era un medio que debía adaptarse a los requerimientos del espíritu; sus cuadros mostraban a los jóvenes pintores que era posible alcanzar una síntesis entre manifestación subjetiva y representación del mundo.

La pintura de Gauguin, particularmente la que realizó durante su estancia en Pont Aven (intermitentemente entre 1888 y 1889), se caracterizaba por una representación simplificada de los volúmenes, la utilización de amplios planos de color sin modelar y el uso de marcados ribetes oscuros. También era referida como pintura "sintética" (teniendo en cuenta nuevamente a Baudelaire, es de suponer), pues revelaba una síntesis entre una deformación objetiva de origen impresionista y una deformación subjetiva de temple simbólico. Efectivamente, eran imágenes pictóricas que deliberadamente se alejaban de las orientaciones supuestamente "positivistas" del impresionismo, para adentrarse en el territorio de aquello a lo que no se accede por los ojos. Se trata de una pintura que daba la espalda a la observación de una realidad externa, para privilegiar, a través de un depurado lenguaje de formas visuales, el mundo de las correspondencias simbólicas o de lo que ellos llamaban, más precisamente, las equivalencias. Por la inclinación hacia la expresión de una idea inmaterial en formas visibles y materiales, la pintura sintética o simbolista reveló su estrecha asociación con el simbolismo literario. Esta inclinación era afín a la idea, expresada por Aurier en 1891, de que los pintores simbolistas se comportaban como visionarios que no se limitaban a contemplar el despliegue de las apariencias como hacían los impresionistas, sino que expresaban ideas o esencias con los medios a su disposición.

Gauguin se había trasladado a la Bretaña, huyendo de la agitación parisina en busca de un lugar tranquilo que no exhibiera aún los agobiantes rasgos de la modernización; un lugar incontaminado por los vicios del mundo civilizado, donde perviviera un auténtico sentido religioso; un locus de lo "primitivo". Para Gauguin, como para muchos de sus contemporáneos, lo primitivo era la fuerza que se oponía a lo moderno, entendido este último como el proceso de industrialización creciente que experimentaban las sociedades de Europa central en ese entonces. Lo primitivo era sinónimo de pureza moral y se volvió también el lugar de lo místico y de lo universal. Sin embargo, junto con ello, tenía que encontrarse también una fórmula de lo primitivo en el lenguaje expresivo, lo que era representado por el sintetismo pictórico.

A partir de 1888, la pintura de Gauguin se convirtió en una manifestación disidente contra el impresionismo parisino, cuestión que podía reconocerse a simple vista: los colores eran puros, más bien arbitrarios; las formas, simples y ribeteadas. No se percibía atmósfera, y sus motivos no representaban necesariamente aspectos del mundo exterior, como si el apego a lo natural le tuviera sin cuidado. En ese sentido, proponía apartarse en lo posible del modelo de la naturaleza y sugería, en cambio, crear de acuerdo al modelo de la creación divina y el dictado de la imaginación en cuanto orden superior. Gauguin aconsejaba a sus seguidores lo contrario de lo que sugería Cézanne. Para que la pintura alcanzara plenamente los altos objetivos por él anhelados, era preciso que se alejara lo más posible de lo que produce la ilusión de las cosas, marchar en dirección opuesta a la fotografía y a la imagen impresionista del mundo.

En efecto, Gauguin sostenía una crítica frontal a lo que él entendía como la voluntad cientificista del impresionismo. Para Gauguin, el impresionismo constituía un correlato de ese mundo contaminado y de esa mirada positivista de la que quería escapar. Concebía al impresionismo al lado de la civilización. Mientras estaba en Tahití, su ánimo anti-impresionista aumentó. En uno de sus manuscritos, expresa: 

Los impresionistas estudian el color exclusivamente como un efecto decorativo, pero sin libertad, manteniendo las cadenas de la verosimilitud [... ] Sólo prestan atención a la vista, y olvidan los misteriosos centros del pensamiento, cayendo así en un razonamiento meramente científico [...] Es un arte por entero superficial, lleno de afectación y totalmente material. En él no hay pensamiento (cit. en Chipp 81).

El impresionismo le parecía demasiado "retiniano". Las ideas de Gauguin sobre la pintura -a la que consideraba la más perfecta de las artes- provenían de la poesía simbolista que abogaba por un arte apartado del mundo sensible, pero también alejado del lenguaje de los lugares comunes (escritos o pintados), visto como funcional a los intereses de la burguesía.

De acuerdo a la teoría de las correspondencias, se había desarrollado una relación muy estrecha entre poesía y pintura. En efecto, existía una vinculación de amistad explícita entre poetas y pintores, una fluida retroalimentación teórica. Varios de los pintores reunidos en Pont Aven compartían una vocación literaria, la que ejercían en la forma de crítica, de poesía o de elaboración escrita de sus propias ideas pictóricas, lo que en definitiva no era extraño en el contexto de una poética que estimaba la expresión de la Idea. De igual forma que los poetas, Gauguin aspiraba a lograr con los colores lo que los músicos lograban con sus armonías. El "antirretinianismo poético" de Gauguin lo animaba a rechazar la presencia del modelo (o del motivo, en estricto rigor) como referente directo de la creación artística. Así, instaba a sus jóvenes amigos a pintar: "La tarea del pintor no es la misma que la del albañil, que, plomada en mano, construye una casa según el plano del arquitecto. Es bueno que los jóvenes tengan un modelo con tal de que lo cubran con una cortina mientras pintan" (cit. en Chipp 81).

Pintar de memoria, cubrir el modelo, como antes había hecho el Sr. G. elogiado por Baudelaire: hacer abstracción de la naturaleza, guiarse por la imaginación y las sensaciones subjetivas. Pintar de memoria ofrecía al artista una libertad inusitada, le permitía realmente ejercer como creador (según el modelo divino). Entre otras cosas, eso era lo que los literatos-pintores y poetas simbolistas instigados por Gauguin tenían en mente antes de llegar a conocer la obra de Cézanne y, posteriormente, su persona.



(Aisthesis Nº 60 / Santiago de Chile / 12-2016)
Departamento de Teoría de las Artes, Universidad de Chile. Santiago, Chile. malena2265@gmail.com

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